Y desde ahí se mantiene un ritmo entre sexta, quinta y a veces cuarta velocidad. Trepidante.
Sin embargo, si lo que quieres y necesitas es un libro de ese estilo, no es
necesario que te fijes en “Unas vacaciones en invierno”. Porque, realmente, es
lo opuesto a lo descrito. Arranca en primera velocidad y, sin ninguna prisa, en
determinado momento asciende sin estridencias a la segunda, y en algún momento
a la tercera. De ahí no pasa. Así que la lectura de este libro es pausada y
lenta. ¿Aun así te apetece?
Para ello se
embarcan en un viaje a Ámsterdam, una localidad que ella visitó con sus
compañeros de profesión hace ya treinta años. Allí vivirán unos momentos de esa
intimidad que viven desde ya no recuerdan el momento inicial y que, al parecer,
está mostrando unas grietas más consistentes de lo pensado. En esos días
valorará, cada uno a su manera, cómo late la relación y qué es lo que aporta
cada uno a ella.
Si te decides a
leer este libro, verás una incontable serie de reflexiones muy personales y
humanas, una serie de gestos tan arraigados entre los dos protagonistas que ya
no se sabe a quién pertenece cada uno. Además, el humor tan inglés (a pesar de
ser un irlandés que vive en Escocia) de Gerry se vuelve cada día un poco menos
respetuoso, menos aceptable, lo que crea una falta de entendimiento entre ellos
que el lector entiende perfectamente.
Esas dos personas,
que no saben qué es lo que los mantiene unidos, habrán de encararse al espejo,
y hacerse unas preguntas que en algún momento de nuestra vida todos nos
hacemos. Ése es el valor del libro, ese viaje insulso, insignificante, de dos
personas insignificantes, del montón, que tienen cada uno su parte de grandeza,
así como la tenemos todos nosotros. Si queremos un argumento del libro sería
algo así: un matrimonio de jubilados pasan unos días en Amsterdam. Y no pasa
nada allí. Sin embargo, creo que esta obra es un acierto más que nos regala
Libros del Asteroide.