jueves, 9 de junio de 2016

"La comedia humana", de William Saroyan

Homer Macauley es tan solo un niño asomando a la adolescencia. Sin embargo, tras la muerte de su padre y el hecho de que su hermano Marcus sea reclutado para formar parte del ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, se tendrá que convertir en la persona que consiga un sueldo con el que mantener a su familia. Nosotros acudiremos con él a su primer día como mensajero en una de las oficinas telegráficas de su pueblo: Ithaca.

 Empapados en su entusiasmo, optimismo y vitalidad acudiremos a entregas, lecturas y recepciones de telegramas y a través de ellas seremos testigos de cómo Homer se convierte a marchas forzadas en un adulto y cómo su alma ha de adaptarse a las piedras que le tiene preparadas la vida.


El joven Macauley es el personaje que vertebra el transcurrir de este libro, que además nos traerá a una serie de personajes con una humanidad digna de mención. La mirada cándida, responsable y bondadosa de nuestro telegrafista es secundada por la inocencia de su hermano Ulysses (con este nombre, el de su hermano  y el de su propia localidad se completa el guiño que el autor hace a “La Odisea”, de Homero)  y cada uno de sus amigos, con una visión eminentemente curiosa representada por los personajes infantiles, y un catálogo de adultos (con especial mención a los trabajadores de la oficina Spangler y  el anciano Grogan) que son capaces de responder a las preguntas que parecen no tener respuesta clara.

 Hay un personaje que no hemos mencionado todavía, pero que sin duda tiene una incidencia omnipresente, ya que todas y cada una de las familias de la ciudad se ven afectadas de una u otra manera por su influencia: se trata de la guerra. Sin embargo, lejos de encontrarnos ante un libro de tono oscuro y tenebroso, en una sucesión de hechos terribles (que como es lógico los hay) “La comedia humana” es un canto al optimismo. Un canto a la esperanza.

En los breves capítulos de este libro, que en ocasiones parecen relatos cortos y que cada uno de ellos me resultó brillante a su manera, encontramos principalmente humanidad. Una extraordinaria sensibilidad que empapa cada página, en una sucesión de historias capaces de insuflarnos confianza en la bondad del ser humano. En una época tal vez un poco despojada de esa humanidad y excesivamente centrada en la mercantilización y no en el interior del ser humano, sin duda es agradable poder zambullirse en un libro  como el que acabo de terminar. William Saroyan era una autor absolutamente desconocido para mí hasta hace un par de semanas. Probablemente fuese tan desconocido para mí como para la mayoría de las personas; sin embargo, es de esos autores que logran hacerse un hueco en tu memoria en unas pocas páginas. 

Gracias a editoriales como Acantilado, que buscan en el pasado para encontrar joyas para volver a editar y que deleiten a miles de lectores, el escritor estadounidense de origen armenio supone para mí un descubrimiento, que hace que celebre el momento en el que decidí curiosear en un título que me sonaba demasiado (al igual que los nombres de los personajes son un homenaje a Homero el título lo interpreto como un homenaje a Balzac) y elegir una lectura que recordaré con cariño durante mucho tiempo. También es un aliciente el saber que la literatura nos tiene sorpresas como ésta preparadas por infinidad de librerías.

No puedo evitar ofreceros un bocado de lo que os podéis encontrar si decidís leer este libro. Se trata de la maestra de Homer, explicándole por qué le había castigado tras la clase, por haber discutido con uno de sus compañeros:

“Estoy ansiosa porque mis chicos y chicas empiecen a esforzarse por actuar de forma honorable. No me importa lo que mis criaturas parezcan en la superficie. No me engañan ni los modales elegantes ni los malos modos. Me interesa lo que hay debajo de los modales de cada clase.

No me importa si una de mis criaturas es rica o pobre, brillante o lenta, genial u obtusa, con tal de que tenga humanidad, de que tenga corazón, de que ame la verdad y el honor, de que respete tanto a sus inferiores como a sus superiores. Y si las criaturas de mi clase son humanas, no quiero que todas sean humanas del mismo modo. Con tal de que no sean corruptas, no me importan sus diferencias.

Quiero que cada una de mis criaturas sea ella misma. No quiero que seáis otra persona solamente para complacerme o para facilitar mi trabajo. Me hartaría muy pronto de una clase llena de jóvenes damas y caballeros perfectos. Quiero que mis criaturas sean gente, todos distintos, todos especiales, que cada uno de ellos sea una variación agradable y excitante de los demás.

Quería que Hubert Ackley estuviera aquí para escuchar esto contigo, que entendiera junto contigo que aunque en el presente él no te caiga bien y tú no le caigas bien, eso es perfectamente natural. Quería que él supiera que los dos empezaréis a ser verdaderamente humanos cuando, a pesar del hecho de que no os caéis bien, os respetéis mutuamente. Eso es lo que significa ser civilizados, eso es lo que tenemos que aprender del estudio de la historia antigua.


Me alegro de haber hablado contigo más que con ninguna otra persona que conozco. Cuando te marches de esta escuela, mucho después de haberme olvidado a mí, estaré buscando señales tuyas en el mundo. “