domingo, 6 de abril de 2025

"Isabelle por la tarde", de Douglas Kennedy

Estamos en los años setenta y Sam, un joven norteamericano (de zona rural) decide emplear sus ahorros para adentrarse en la desconocida y bohemia vida parisina. El objetivo es vivir de forma lo más austera posible para alargar las semanas y convertirlas en meses, los meses en los que tiene una pausa en sus estudios. La paradójica motivación es aislarse un poco de la soledad que siente en su casa, tras la muerte de su madre y por el carácter reservado y distante de su padre.


A pesar de las dificultades que conlleva un cambio de continente, y más sin conocer el idioma del nuevo, Sam disfruta de sus pequeños descubrimientos. Además, una noche conoce a Isabelle, una mujer 14 años mayor que él, idealista en mayo del 68 y ahora casada con un adinerado banquero, e inician una relación. Las condiciones las marca ella, y se ciñen a unas visitas de lunes a jueves en el apartamento en el que ella trabaja (es traductora) a partir de las cinco de la tarde. Esos meses vividos en París con Isabelle marcarán de por vida a Sam. Y nosotros seremos testigos de esa vida, durante unas tres décadas.

Decidí leer "Isabelle por la tarde" tras alguna que otra recomendación que señalaba una lectura con toques de erotismo pero con peso, con calidad. Tras acabar el libro he de reconocer que me ha gustado, y los toques eróticos son mínimos, insignificantes, dejando el peso de la narración en una especie de ensayo sobre relaciones afectivas. Douglas Kennedy usa a Sam (y a Isabelle) como colaboradores necesarios para mostrar un sinfín de pensamientos sobre qué, cómo y cuándo deseamos o necesitamos relacionarnos con otras personas.


La eterna insatisfacción, la unión eterna (pero a veces no constante) que sentimos por y con una persona desde la primera mirada, la oportunidad de cambiar una vida que no siempre aprovechamos, la búsqueda incesante de algo que no estamos seguros de querer o poder lograr están desgranados en un libro que, creo, merece la pena leer. 

No todo va a ser positivo, así que hablaré de la típica necesidad de los autores americanos por magnificar lo que escriben: quiero decir que no hay sitio para la sutilidad en lo que quieren expresar. También hay que sumar la competitividad innata en esa cultura que nos presenta a trabajadores y estudiantes excelsos y exitosos (y, por supuesto, con gran poder adquisitivo), maridos incomparables, padres excepcionales, hijos extraordinarios... Pero es un pecado venial que no me impidió disfrutar de la lectura. Además el autor prescinde por fortuna del optimismo para dar lugar al realismo.


También hay que tener en cuenta que esa etiqueta de novela erótica (y de novela romántica) con las que ha de convivir "Isabelle por la tarde" no son tal, y hay que dejarse llevar por esa exposición de reflexiones utilizando los últimos 30 años en la vida de Sam. La verdad es que he obtenido de la lectura mucho más de lo que esperaba.