A pesar de las dificultades que conlleva un cambio de continente, y más sin conocer el idioma del nuevo, Sam disfruta de sus pequeños descubrimientos. Además, una noche conoce a Isabelle, una mujer 14 años mayor que él, idealista en mayo del 68 y ahora casada con un adinerado banquero, e inician una relación. Las condiciones las marca ella, y se ciñen a unas visitas de lunes a jueves en el apartamento en el que ella trabaja (es traductora) a partir de las cinco de la tarde. Esos meses vividos en París con Isabelle marcarán de por vida a Sam. Y nosotros seremos testigos de esa vida, durante unas tres décadas.
Decidí leer "Isabelle por la tarde" tras alguna que otra recomendación que señalaba una lectura con toques de erotismo pero con peso, con calidad. Tras acabar el libro he de reconocer que me ha gustado, y los toques eróticos son mínimos, insignificantes, dejando el peso de la narración en una especie de ensayo sobre relaciones afectivas. Douglas Kennedy usa a Sam (y a Isabelle) como colaboradores necesarios para mostrar un sinfín de pensamientos sobre qué, cómo y cuándo deseamos o necesitamos relacionarnos con otras personas.
También hay que tener en cuenta que esa etiqueta de novela erótica (y de novela romántica) con las que ha de convivir "Isabelle por la tarde" no son tal, y hay que dejarse llevar por esa exposición de reflexiones utilizando los últimos 30 años en la vida de Sam. La verdad es que he obtenido de la lectura mucho más de lo que esperaba.