Masha es una joven cuya madre ha fallecido recientemente. A la tristeza evidente que supone quedarse huérfana (su padre también había fallecido con anterioridad) se le suma una desgana preocupante, de la que parece no poder salir. A sus 17 años y con una hermana pequeña, la vida que espera a Masha debía ser otra.
Además, tanto ella como su hermana como las personas que trabajan para ella (Masha vive en una casa señorial en la Rusia rural de dos siglos atrás) desconocen exactamente el estado económico en el que quedan. Tan solo lo debe conocer Sergei, amigo de la familia y nombrado tutor de las huérfanas.
Sergei se hace esperar ya que no viene hasta la primavera y, desde el momento en el que entra por la puerta, despierta en Masha un sentimiento desconocido por ella e inesperado, ya que la diferencia de edad es grande y Sergei fue compañero de juegos desde que ella era minúscula. Poco a poco Tolstoi nos va mostrando el desarrollo de los sentimientos que nacen en Masha y lo que supone para Sergei también.
Es difícil hablar sobre un libro escrito por Tolstoi sin utilizar la palabra genio y yo no lo voy a hacer. Tolstoi fue un genio y queda demostrado en este libro también. La maestría con la que describe el fluir de los sentimientos de estos dos personajes, y la relación que tiene con sus actos es simplemente deslumbrante.
También hay que decir que es imposible no sentirse identificado con todas y cada una de las etapas que describe el autor en una relación que no tiene nada de extraordinario y, aunque parezca mentira, ese hecho es precisamente lo extraordinario. Inolvidable relación común, habitual, estándar, sin idealización.
Es inconcebible que este libro tenga más de ciento cincuenta años y siga tan vigente como si fuese escrito este mismo año. Pero es Tolstoi. Y está en un nivel que debería tener una palabra específica para su profesión. Este tipo de autores deberían diferenciarse del resto con una palabra que no fuese escritor, porque no alcanza a describir su talento. Es uno de los pocos elegidos.