La señora Yeom es una maestra de Historia ya retirada que, incapaz de mantenerse inactiva, utiliza el dinero recibido en el momento en el que enviudó para montar una tienda de 24 horas en un barrio poco concurrido de Seúl. La tienda sobrevive tan solo por el empeño de la anciana de mantener a sus empleados, ya que no es rentable en absoluto.
Sus hijos ya no viven con ella, aunque uno de ellos, el varón, se ha convertido en una oveja descarriada dispuesta a aprovecharse de ella en cuanto tenga la mínima oportunidad. La anciana nota cómo su memoria y sus capacidades se van reduciendo. En el momento en el que se inicia la narración emprende un viaje en tren, y se da cuenta de que echa de menos un su cartera (estuche en la narración, pero yo me lo imaginé como una cartera).
Sin estar segura de haberla olvidado, perdido, o haber sido víctima de un robo, recibe una extraña llamada: un hombre, tartamudo, le comunica que la ha encontrado y está dispuesto a esperarla en la estación central de Seúl para devolvérsela. Al acercarse, la mujer aprecia que es un indigente, rudo y extraño. Agradecida, comienza una relación peculiar (no amorosa) con el hombre, víctima de una amnesia provocada por su adicción al alcohol.
En las páginas de este libro, éxito rutilante en Corea del Sur y en algún que otro país más, nos encontramos una cara amable de la Literatura, en la que tienen cabida las buenas intenciones y la redención, los valores que vamos perdiendo poco a poco y que se echan de menos en muchas ocasiones. En la tienda y en sus pocos clientes encontraremos historias dignas de escuchar llenas de segundas oportunidades. Para el que las merece. Entretenida e interesante narración, dispuesta a sacarnos una sonrisa y perlada con un humor surcoreano extraño y raramente acertado, que conozco debido al cine producido en ese país en los últimos años. Me lo he pasado bien.
