Es evidente y puede resultar redundante resaltar que un objeto
inanimado no puede cometer un asesinato. Incluso si nos ponemos en el más
extremo de los casos (vamos, lo que viene siendo un arma asesina) se necesita a una persona para realizar el acto.
Así que opinamos por un lado que un libro no puede ser un asesino, y por otro lado que en ningún caso puede ser la justificación para cometer
asesinatos. Pero en estas líneas traeremos una lista de libros que fueron
mencionados como inspiración por criminales que cometieron el más grave de los
delitos.
Para comenzar el recorrido
recordaremos uno de los grandes libros del siglo pasado, que al parecer había
sido leído por un medicado Joseph T. Wesbecker unos días antes de acudir a su
antigua fábrica en Kentucky (de la que salía el Prozac, medicamento que él
mismo estaba tomando) y disparar a veinte personas, acabando con la vida de
ocho de ellas.
Según las autoridades fue una importante influencia el teatro de
los sueños y la asfixiante atmósfera que Hermann Hesse y ese famoso teatro sólo
para locos. Por si todavía no te suena hay que decir que el primer libro de la lista es “El lobo estepario”.
El siguiente título que traemos
tenía más posibilidades de resultar inspirador para alguien perturbado, y es
que la violencia extrema narrada con todo lujo de detalles en “American
psycho”, de Bret Easton Ellis, se regocija de tal manera que no resulta difícil
imaginar el acto que cometió Michael Hernández (que asestó más de cuarenta
puñaladas a su mejor amigo, Jamie Cough, y luego guardó el arma usada en su
mochila) como parte de la obra citada.
Tras salir del lugar del crimen
(el baño de su instituto) acudió a la siguiente clase. En el interrogatorio
posterior Hernández confesó que tenía planes para seguir asesinando, empezando
por su hermana. Por fortuna, su carrera delictiva terminó en ese momento, ya
que fue encarcelado y acabó su vida entre rejas.
El desgraciado instrumento usado
por desequilibrados que traemos a continuación es “Rabia”, un libro publicado
originalmente por Richard Bachman, el primer pseudónimo del superventas Stephen
King. La trama se desarrolla en un centro educativo, y el protagonista comienza
secuestrando a decenas de alumnos. En al menos dos ocasiones lectores asiduos
de este libro secuestraron a alumnos, tal y como sucede en el libro. Por
fortuna, ambos hechos acabaron sin víctimas.
Menos suerte hubo con un tercer enfermo,
Michael Carneal, que acabó con tres jóvenes de su instituto además de disparar
a otros 5. “Rabia” era el único libro que estaba en su taquilla. A raíz de todo
esto, el autor decidió retirarlo de las librerías.
El penúltimo paso del recorrido
nos trae a Joseph Conrad (Józef Teodor Konrad Korzeniowski), autor polaco que
decidió publicar en inglés a principios del siglo pasado. De su obra traemos
“El agente secreto”, cuyo protagonista se dedica a la profesión que evidencia
su título y en cuya trama el anarquismo, el espionaje y el terrorismo son
tratados en profundidad. Ted Kaczynski, un superdotado alumno que entró en
Harvard a los 16 años, vivió obsesionado con el libro y con uno de los
personajes (El Profesor). De hecho usó el nombre del autor (ya fuese el
pseudónimo o alguno de los nombres auténticos) para registrarse en varios
hoteles. Además, a sus padres les dijo: “Si me queréis entender, empezad por
leer “El agente secreto”.
Como su nombre por estos lares no
es muy conocido hay que decir que Kaxzynski fue la persona más buscada en los
Estados Unidos durante varios lustros, y el FBI invirtió un descomunal
presupuesto para intentar detenerlo, tras un rastro de 16 atentados con bomba
diseminados por el país. Al final la única manera de detenerlo fue porque su
hermano reconoció la forma de escribir de Ted en un manifiesto que publicaron
los periódicos más importantes del país. El mote de Ted es Unabomber.
El último libro tiene el dudoso
honor de ser el más mencionado por asesinos como objeto de inspiración. Mark
David Chapman, tras asesinar al Beatle John Lennon, se sentó en el suelo a leer
“El guardián entre el centeno”, de J.D. Salinger, mientras esperaba a ser
detenido. Se identificó como un alter ego de Holden Caulfield, el adolescente
protagonista del libro.
Ese asesinato es tan solo uno de
los que iniciaron una leyenda negra sobre ese libro, que también fue mencionado
por asesinos (o encontrados entre los objetos en los primeros reconocimientos
por parte de la policía) como el del atentado fallido a Ronald Reagan o por
Robert Bardo, hombre obsesionado con la actriz Rebecca Schaffer, a la que
acabaría asesinando. Se dice también que Charles Manson actuaba influenciado
por las sensaciones durante la lectura de tan icónico libro, así como el
asesino de John Fitzgerald Kennedy o de su hermano Robert. En fin…
Como decíamos al principio, un
libro no puede ser asesino, sino la persona que lo lee. Pero resulta curioso al
menos advertir cómo un libro puede generar sensaciones tan diversas y a veces
opuestas entre los lectores. Ojalá todas fueren positivas, pero en ese caso
estaríamos ante una humanidad perfecta que, por desgracia, nunca existirá.