domingo, 22 de noviembre de 2020

"Enrique Urquijo: Adiós tristeza", de Miguel Ángel Bargueño

Los años 80 supusieron en España un boom en cuanto a la cultura se refiere. Tanto en cine como en Literatura y en otras facetas se buscó con insistencia la novedad, el vanguardismo, el subirse a la cresta de la ola. Y en lo que particularmente se refiere a la música, supuso el auge de una serie de grupos que formaron la llamada “Movida madrileña”. Se considera que dicho movimiento se generó a partir del llamado “Concierto homenaje a Canito”. Dicho personaje, Canito, era querido por muchos y falleció en un accidente de tráfico en enero de 1980. Un mes después se organizó el acontecimiento y lo organizó Javier Urquijo, miembro por entonces de Tos, grupo que derivaría en un futuro próximo en Los Secretos.

 

Con la Movida vinieron un sinfín de grupos de punk, rock y pop que bebieron de los mercados más rompedores del momento (como la escena londinense), y muchos de ellos consiguieron un éxito efímero (los más) y otros fueron grupos de tan solo una canción que, cuarenta años después, sigue siendo recordada. Sin embargo pocos grupos nacidos en la Movida sobrevivieron a la década mencionada. El cambio de década trajo un cambio de gustos y no todos supieron adaptarse a las nuevas inquietudes. Tan solo unos pocos elegidos siguen pisando los escenarios y, sin duda, Los Secretos es uno de ellos y, en cuanto al pop se refiere, la banda más significativa del movimiento en particular y del país en general.

 

A Javier Urquijo se le unieron varios músicos (que fueron variando) y dos de sus hermanos (Enrique y Álvaro) y formaron Los Secretos. A pesar de haberlo fundado Javier, es el hermano que, seguramente, casi nadie conoce ya que tanto Álvaro como Enrique tuvieron un papel mucho más destacado en la banda. Y en especial Enrique, figura melancólica donde las haya que acabó sus días en un portal de la calle Malasaña hace ya veintiún años. Desde ese momento su juventud se convirtió en eterna y se transfiguró hacia una leyenda que, tanto tiempo después, sigue generando admiración y sigue teniendo una legión de fieles seguidores.

 

“Adiós, tristeza” es un libro dedicado por completo a la figura de Enrique Urquijo, y con ello conoceremos pormenorizadamente todos los aspectos que influyeron en la música de Los Secretos, de sus idas y venidas del panorama musical, así como sus disoluciones (temporales o aparentemente definitivas). Durante esas pausas en la creación, publicación y actuaciones del grupo Enrique encontró refugio en el grupo que creó con el nombre de “Los problemas”, que probablemente fue lo que más le llenaba artísticamente. A pesar de ser poco conocedor de la trayectoria del compositor tras leer el libro me da la impresión de que, de haber tenido éxito con este último grupo, Los Secretos habrían formado parte de su pasado.

 

Además de un concienzudo repaso a todo lo que tiene que ver con la evolución del grupo, se nos dará todo lujo de detalles sobre la vida personal de Enrique y de su relación con amigos y familiares. Seguramente por todos es sabida su dependencia de varias sustancias que arrastró durante lustros y que, finalmente, acabó con su vida. Dicho problema influyó, como no podía ser de otra manera, en todos los aspectos de su vida, tanto personales como profesionales.

 

Miguel Ángel Bargueño hizo un encomiable acopio de declaraciones y documentos para apoyar la biografía que se nos presenta, y publicó el libro unos años después de la muerte de Enrique. Seguramente los fans del cantante y compositor disfrutarán conociendo minuciosamente cada uno de esos datos, y rememorando la creación de las canciones que les acompañan durante toda la vida. El lector que tiene menos familiaridad con la historia (como es mi caso) se encuentra ante un libro que empieza muy bien, de forma amena y ágil, despertando la curiosidad de una forma certera.

 

Sin embargo, poco a poco se va difuminando esa sensación debido a la visión (a mis ojos) un tanto oscura que nos trae de Enrique Urquijo. Y de esa forma la lectura se me fue haciendo poco a poco, paso a paso, más cuesta arriba. Cada pelea, disputa, pleito o desencuentro con (prácticamente) todas las personas que aparecen en el libro, cada falta de profesionalidad y aparente falta (ojo, que sigue siendo mi interpretación de lo leído) de escrúpulos hace flaco favor a un personaje que antes de ello permanecía en mi retina como alguien muy (demasiado) sensible que sucumbió a la incapacidad de gestionar esos sentimientos. Las virtudes que se le suponían y que seguramente tenía no son nombradas en este libro o son nombradas por encima, así que queda una imagen muy desnivelada. Al menos es la impresión que me queda a mí.

 

No quisiera minusvalorar el excelente trabajo que hizo Miguel Ángel Bargueño reuniendo los datos que nos presenta, pero el regusto que me queda es que la desproporción deja un poco tocada la imagen de Enrique Urquijo. Además, antes de iniciar la lectura esperaba una especie de recorrido-homenaje por la vida del compositor que poco tiene que ver con el contenido de la lectura. No sé si otros lectores tendrán la misma sensación, pero el resultado final creo que nos presenta a una figura muy poco amable, muy poco admirable más allá de los versos que dejó escritos. 

A pesar de todo quisiera enviar desde aquí un recuerdo a una figura inolvidable que nos dejó un 17 de noviembre. La incertidumbre tras el fallecimiento de Enrique se convirtió en certeza cuando tomó las riendas su hermano Álvaro y, gracias a su tesón y profesionalidad, con la ayuda de los músicos que le acompañan, no solo no dejaron que esa figura se apagase sino que lograron agrandarla y que permanezca cuarenta años después de su irrupción en nuestras vidas.