Los años 80
supusieron en España un boom en cuanto a la cultura se refiere. Tanto en cine
como en Literatura y en otras facetas se buscó con insistencia la novedad, el
vanguardismo, el subirse a la cresta de la ola. Y en lo que particularmente se
refiere a la música, supuso el auge de una serie de grupos que formaron la
llamada “Movida madrileña”. Se considera que dicho movimiento se generó a
partir del llamado “Concierto homenaje a Canito”. Dicho personaje, Canito, era
querido por muchos y falleció en un accidente de tráfico en enero de 1980. Un
mes después se organizó el acontecimiento y lo organizó Javier Urquijo, miembro
por entonces de Tos, grupo que derivaría en un futuro próximo en Los Secretos.
Con la Movida
vinieron un sinfín de grupos de punk, rock y pop que bebieron de los mercados más rompedores del momento (como la escena londinense), y muchos de ellos consiguieron un éxito
efímero (los más) y otros fueron grupos de tan solo una canción que,
cuarenta años después, sigue siendo recordada. Sin embargo pocos grupos nacidos en la Movida sobrevivieron a la década mencionada. El cambio de década trajo un cambio de gustos y no todos supieron adaptarse a las nuevas inquietudes. Tan solo unos pocos elegidos siguen pisando los
escenarios y, sin duda, Los Secretos es uno de ellos y, en cuanto al pop se
refiere, la banda más significativa del movimiento en particular y del país en
general.
A Javier Urquijo se le unieron varios músicos (que fueron variando) y dos de sus hermanos (Enrique y
Álvaro) y formaron Los Secretos. A pesar de haberlo fundado Javier, es el
hermano que, seguramente, casi nadie conoce ya que tanto Álvaro como Enrique
tuvieron un papel mucho más destacado en la banda. Y en especial Enrique, figura
melancólica donde las haya que acabó sus días en un portal de la calle Malasaña
hace ya veintiún años. Desde ese momento su juventud se convirtió en eterna y se
transfiguró hacia una leyenda que, tanto tiempo después, sigue generando admiración
y sigue teniendo una legión de fieles seguidores.
“Adiós, tristeza”
es un libro dedicado por completo a la figura de Enrique Urquijo, y con ello
conoceremos pormenorizadamente todos los aspectos que influyeron en la música
de Los Secretos, de sus idas y venidas del panorama musical, así como sus
disoluciones (temporales o aparentemente definitivas). Durante esas pausas en la creación, publicación y actuaciones del grupo Enrique encontró refugio en el grupo que creó con el nombre de “Los problemas”, que probablemente fue lo que más le llenaba
artísticamente. A pesar de ser poco conocedor de la trayectoria del compositor tras leer el libro me da la impresión de que, de haber tenido éxito con este último grupo, Los Secretos habrían formado parte de su pasado.
Además de un concienzudo repaso a todo lo que tiene que ver con la evolución del grupo, se nos dará
todo lujo de detalles sobre la vida personal de Enrique y de su relación con
amigos y familiares. Seguramente por todos es sabida su dependencia de varias
sustancias que arrastró durante lustros y que, finalmente, acabó con su vida.
Dicho problema influyó, como no podía ser de otra manera, en todos los aspectos
de su vida, tanto personales como profesionales.
Miguel Ángel
Bargueño hizo un encomiable acopio de declaraciones y documentos para apoyar la
biografía que se nos presenta, y publicó el libro unos años después de la
muerte de Enrique. Seguramente los fans del cantante y compositor disfrutarán
conociendo minuciosamente cada uno de esos datos, y rememorando la creación de
las canciones que les acompañan durante toda la vida. El lector que tiene menos
familiaridad con la historia (como es mi caso) se encuentra ante un libro que
empieza muy bien, de forma amena y ágil, despertando la curiosidad de una forma
certera.
Sin embargo, poco a poco se va difuminando esa sensación debido a la
visión (a mis ojos) un tanto oscura que nos trae de Enrique Urquijo. Y de esa forma la lectura se me fue haciendo poco a poco, paso a paso, más cuesta arriba. Cada pelea, disputa, pleito o desencuentro con
(prácticamente) todas las personas que aparecen en el libro, cada falta de
profesionalidad y aparente falta (ojo, que sigue siendo mi interpretación de lo leído)
de escrúpulos hace flaco favor a un personaje que antes de ello permanecía en
mi retina como alguien muy (demasiado) sensible que sucumbió a la incapacidad
de gestionar esos sentimientos. Las virtudes que se le suponían y que
seguramente tenía no son nombradas en este libro o son nombradas por encima, así que queda una imagen muy desnivelada. Al menos es la impresión que me queda a mí.
No quisiera minusvalorar el excelente trabajo que hizo Miguel Ángel Bargueño reuniendo los datos que nos presenta, pero el regusto que me queda es que la desproporción deja un poco tocada la imagen de Enrique Urquijo. Además, antes de iniciar la lectura esperaba una especie de recorrido-homenaje por la vida del compositor que poco tiene que ver con el contenido de la lectura. No sé si otros lectores tendrán la misma sensación, pero el resultado final creo que nos presenta a una figura muy poco amable, muy poco admirable más allá de los versos que dejó escritos.
A pesar de todo quisiera enviar desde aquí un recuerdo a una figura inolvidable que
nos dejó un 17 de noviembre. La incertidumbre tras el fallecimiento de Enrique se convirtió en certeza cuando tomó las riendas su hermano Álvaro y, gracias a su tesón y profesionalidad, con la ayuda de los músicos que le acompañan, no solo no dejaron que esa figura se apagase sino que lograron agrandarla y que permanezca cuarenta años después de su irrupción en nuestras vidas.