El Glasgow de los años noventa se
parece a muchas de las ciudades europeas en las que el eufemismo de “Reconversión
industrial” se utilizó para perpetrar una aniquilación de puestos de trabajo que
más o menos garantizaban a una familia la supervivencia y cuya aplicación dejó
a varias generaciones sin ninguna posibilidad. A raíz de ello la pobreza se
extendió por calles y barrios y las diversas adicciones se extendieron como una
enfermedad altamente contagiosa.
En esa ciudad desangelada tuvo
que crecer el adolescente Shuggie (Hugh) Bain, que intenta sobrevivir de la
manera que puede, coqueteando con la miseria. De manos del narrador nos llega
la historia (contada a saltitos) de Shuggie desde que vivía en la casa de sus
abuelos cuando era tan solo un niño hasta esa adolescencia que trae consigo una
forzada, precoz y adelantada madurez.
Shuggie es hijo de Shug, taxista
y mujeriego por definición (y más adjetivos mucho menos decorosos caben en su descripción), y de Agnes, mujer desdichada propensa a ahogar sus
fantasmas en cualquier líquido que contenga un mínimo (a poder ser un máximo) de
alcohol.
Tras unos primeros años con los abuelos en una torre de pisos
sociales en el complicado barrio de Sighthill, Shuggie, su madre y sus hermanos (con los que no comparte padre) se
trasladan a Pithead, un aislado y casi remoto barrio nacido a la vera de una mina de carbón ya
cerrada. La miseria cubre las apelotonadas casas tanto como el negro velo del
polvo salido de la brecha en la montaña.
El abandono por parte de Shug sustituye los planes iniciales de Agnes
(dejar el alcohol y empezar de cero una nueva vida) y la convierte en una
reiteración de su pasado y lo que parece será su futuro: utilizar su notoria y
llamativa belleza (con la amenaza de la paulatina desaparición de la misma) para
mendigar un mínimo de cariño al primer hombre que quiera dárselo, a poder ser
con un pack de cervezas incluido en la transacción.
Así que la vida de la amputada
familia se basa en cobrar los subsidios sociales de lunes y martes para llenar
diversos escondites de cerveza o vodka, y malvivir el resto de días de la
semana. Entre tanta podredumbre, entre tantos escombros, es difícil encontrar
algo que brille. Y lo hay: el profundo y
desinteresado amor de Shuggie hacia su madre es la esperanza en sí misma. Las
ganas que ya desde niño tiene de salvarla de sí misma son la razón de que
continuemos leyendo una historia terrible, llena de miseria, en barrios
deprimidos y deprimentes, y con un niño especial que sufrirá toda su vida las
burlas y los ataques de los demás, ya sea por la actitud de su madre o por el (imperdonable
en aquel tiempo y lugar) amaneramiento del que se siente tan culpable.
Leer “Historia de Shuggie Bain”
es adentrarse, es evidente, en una historia dura, basada en gran medida en la
vida del propio autor, el debutante Douglas Stuart, diseñador de moda en varias
prestigiosas firmas que sufrió lo indecible para primero terminar y luego
insistir en que fuese publicada su obra (se dice que hasta 46 editoriales
rechazaron el texto). Una vez publicada logró el premio “Booker” del año 2020,
lo que si nos atenemos al nombre de los premiados en otras ediciones no es algo
común para un debutante.
Sin embargo más allá de debuts o
de premios la manera en la que hay que juzgar un libro no es otra que lo que
lleva en sus páginas, y ahí dentro te puedes encontrar un libro bien escrito,
duro como la vida del niño, aunque como decía antes también el amor de Shuggie
hacia su madre, para la que quiere e intenta proporcionar tan solo
supervivencia y, de vez en cuando, un abrazo a sus piernas, aunque estén
inertes y haya de limpiar sus labios de restos de vómito, le da un toque
especial. Si te decides a leerlo también vas a encontrar un buen puñado de
recursos literarios acertados, colocados por Douglas Stuart como adornos en los
barrios y casas semiderruidos que vamos visitando.
En medio de una sociedad
orgullosa de la violencia con la que trata a los desprotegidos se desarrolla
esta historia que bien podría ser contada en una película de Ken Loach o
comparada con libros nacidos de barrios convertidos en sumideros como “Las
cenizas de Ángela”.
Hay lectores para todo tipo de libros, y yo me encuentro
entre los que prefieren un relato al que no le sobren páginas, o mejor dicho
que sea capaz de condensar la historia en las páginas justas. Seguramente haya otros
que prefieran lo contrario y piensen que las 500 páginas que contiene la historia
de Shuggie/Douglas son las necesarias, pero en ocasiones pasó por mi cabeza la
idea contraria. Aun así, creo que la historia de amor (creo que unidireccional) de Shuggie vale la pena.