sábado, 20 de noviembre de 2021

"El tiempo es un canalla", de Jennifer Egan

Si se pudiese decir que existe el fetichismo literario (aunque suena disparatado), en mi caso tengo claros cuáles serían los síntomas de esa supuesta enfermedad, sin importar demasiado el orden: por un lado me resultan interesantes las novelas que vienen aderezadas con una portada del pintor estadounidense Edward Hopper o una ilustración similar. Supone para mí una especie de imán ver la portada y tiene muchas posibilidades de pasar a mi lista de pendientes de leer al primer vistazo. 

La segunda señal de alarma, y es una que me está suponiendo un problema últimamente, es que el libro esté publicado por la editorial Libros del Asteroide. Tal es el número de aciertos que llevo con libros de la editorial barcelonesa que el índice de acierto aparece con un desnivel en la balanza importante. Y eso no se puede desaprovechar.


El tercero, y último síntoma del que yo sea consciente, tiene que ver con un premio en concreto. No me importa el Nobel o casi ningún galardón que aparezca en la portada de un libro. Casi ninguno. Excepto el Premio Pulitzer de novela. Ahí sí. También es algo similar a los Libros del Asteroide, ya que con tan solo revisar la lista de premiados a lo largo de los años puedo encontrar muchos de mis libros preferidos. Y sí, “El tiempo es un canalla” obtuvo el premio Pulitzer hace diez años. Así que, sin conocer a la autora ni el argumento ni tan siquiera el estilo, resultó ser uno de mis regalos del último cumpleaños.

 

No sé si os pasa a vosotros, pero al menos a mí sí me sucede. Hay libros de los que me es muy fácil hablar, que salen las palabras casi sin pensarlas. Sin embargo, hay otras obras que se me resisten, y me temo que el libro que traigo hoy es una de esas novelas. Creo que lo primero que comenzaré diciendo es que en mi opinión sería un pecado intentar desgranar algo del argumento de “El tiempo es un canalla”. Además de ser difícil encontrar una línea argumental que vaya más allá de las vaguedades que aparecen en la contraportada del libro, no quiero ir más allá. Tan solo recalcar que es un libro coral, con numerosos personajes relacionados entre sí de diferentes maneras y en el que la música tiene un papel vital, que nos acompaña durante toda la lectura que abarca desde los años setenta hasta el 2020.

 

Y, antes de que te aburras de inconcreciones, he de decir que es uno de los mejores libros que he leído en los últimos años. Es para mí incomprensible el hecho de que yo no conociese nada de Jennifer Egan ni de esta obra antes de decidirme por ella. No alcanzo a comprender las razones, pero si exprimo las pocas neuronas que me van quedando creo que (¿el dudoso gusto de?) la portada tiene mucho que ver, además de un título que no hace honor a lo que va dentro. Puede que funcionen como una especie de espantalectores. Pero lo que realmente importa, que es lo que va dentro es, para mi gusto, digno de ser recordado.

 

Si eres lector habitual es poco probable que te sorprenda el esquema de un libro, ya que se suelen encontrar puntos comunes con otras lecturas. Sin embargo hay obras que arriesgan. Y el riesgo empleado por Egan al decidirse a formar la estructura de “El tiempo es un canalla” es mayúsculo. Para que te hagas una idea, cada uno de los capítulos está contado por una voz diferente (ya sea primera, segunda o tercera persona, además de alguna sorpresa más). Arriesgado, ¿verdad?

 

Sin embargo yo creo que el resultado es absolutamente redondo. Tiene las dosis justas para que funcione todo como un engranaje muy estudiado, y apoyándose a veces en el humor, a veces en la nostalgia y muy a menudo en reflexiones muy pensadas, nos presenta una sociedad para nada plana, con unos personajes que evolucionan ya sea en un capítulo, un párrafo o diferentes puntos del libro. Los saltos en el tiempo y en la geografía nos mantienen, paradójicamente, agarrados a la lectura, cuando hubiese sido posible que nos alejasen de ella. 


Además la autora utiliza algunos recursos que yo no había tenido el placer de ver nunca y que, de nuevo, funcionan de una manera brutal. Ingenio, talento y trabajo hacen una mezcla difícilmente resistible. Tal fue el impacto que causó la lectura en mí (y sigue causando, ya que es de esos libros que crecen a medida que pasan los días) que en ocasiones me emocioné por haber encontrado un libro que se acerca mucho a una lotería para un lector como yo.

 

Soy consciente de que no a todo el mundo va  a suponer lo mismo que a mí, pero también lo soy de que es injusto que se vaya perdiendo en la memoria del tiempo, de que los lectores no tengan noticias de él. Tal vez si le damos un poco de publicidad logre ser lo que merece: un libro de culto, de esos que se recomiendan con la boca pequeña pero a muchas personas. Así que, si vas a la biblioteca, pasa por la E de Egan y mira si está esta novela, lee un par de capítulos y a ver si te engancha. 


O tal vez si conoces a alguien que tenga un ejemplar (a otra persona que no sea yo, ya que será mi tesoro), pídeselo (pero por favor, devuélvelo al terminarlo). O, mejor, ayuda a esa librería que tienes cerca de casa y compra un ejemplar. Si no te gusta, siempre puedes regalarlo estas navidades. Pero yo en tu caso intentaría leerlo. Y tal vez de esa manera funcione el boca-oreja y “El tiempo es un canalla” ocupe un sitio privilegiado en las preferencias de algunos lectores. Evitemos que sea una de esas maravillas olvidadas que se rescatan en tres o cuatro décadas. Leámoslo ahora. Un libro de culto, al menos del culto que yo profeso.

⭐⭐⭐⭐⭐