viernes, 12 de octubre de 2018

Libros que "inspiran" a criminales


Es complicado introducirse en la mente de una persona que comete uno o varios crímenes. A pesar de la experiencia que puedan tener muchos psiquiatras o psicólogos y de los exámenes a los que puedan ser sometidas esas personas, siempre quedan algunos flecos que escapan al entendimiento de cualquiera. Cuando un trastorno afecta a la mente de un individuo es posible que llegue a encontrar cualquier pretexto con el que desencadenar un conflicto.

En los últimos años tenemos muchos ejemplos, gracias a los medios de comunicación y últimamente a las redes sociales (que actúan como unos medios de comunicación todavía más controlados y efectivos que los tradicionales), de criminales que se inspiraron en videojuegos (con una mayor o menor medida de violencia empleada en el juego), canciones o, y éste es el tema que trataremos hoy, libros.


Para comenzar veremos un ejemplo muy revelador sobre cómo un joven con problemas puede ser influenciado de muchas maneras y una de ellas es la lectura de un libro. “Rabia” es un texto (los seguidores lo habrán reconocido ya) publicado en 1977 por Richard Bachman, en el que el protagonista del libro, Charlie, coge un arma de su taquilla e inicia una escalada de violencia en su instituto, comenzando por disparar a varias profesoras.

Desgraciadamente es un argumento que encaja con multitud de situaciones que vemos en los últimos años, y desafortunadamente “Rabia” sirvió como fuente de inspiración a varios jóvenes que llevaron a cabo hechos similares en sus institutos. Por ejemplo, en 1988 Jeffrey Lyne Cox secuestró a 60 personas en un aula, en un acto que acabó sin víctimas mortales. Jeffrey reconoció que había leído innumerables veces la obra que mencionamos.

Además de un hecho similar al año siguiente, en el que se desencadenaron hechos similares sin lamentar fallecidos y se encontró entre las posesiones del autor el texto que estamos recordando Michael Carnea sí dejó víctimas (3 adolescentes) en 1997 en un ataque instigado por la esquizofrenia que sufría e inspirado en “Rabia”.

A raíz de ello el autor (que había usado Richard Bachman como pseudónimo en sus primeras obras) Stephen King decidió que “Rabia” dejase de editarse para no servir como excusa antes futuros hechos similares.

Para seguir con el siguiente de los ejemplos tomemos el nombre de Ted Kaczynski. Este hombre estaba tan obsesionado con un libro de Joseph Conrad (“El agente secreto”) que incluso llegó a registrarse en varios hoteles con el apellido de su autor y firmar cartas de la misma manera. El protagonista del libro, publicado en 1907 pero cuya trama se desarrolla en la década de 1880, es un anarquista que planea colocar una bomba en el observatorio Greenwich.

Kaczynski se sentía muy identificado con dicho personaje, de tal manera que insistía a familiares y conocidos en que leyesen el libro para comprender su pensamiento (a todas luces radical). Como en el libro que inicia nuestro repaso a estas obras que sirvieron de inspiración criminal, Kaczynski llevó más lejos esa identificación con el protagonista y decidió preparar y enviar bombas a diversos organismos y localizaciones, llegando a causar tres víctimas mortales y numerosos heridos. Tras una compleja investigación se produjo a su detención y acabar con sus planes que habían encontrado inspiración en “El agente secreto” y desde entonces pasa sus días en la prisión. Seguramente su nombre no sea conocido pero sí el pseudónimo que utilizó y que llegó a hacerse célebre: Unabomber.

Para romper la inercia de desvelar el nombre más conocido (Stephen King y Unabomber) al final de cada ejemplo quisiera empezar el siguiente con el asesino que, de alguna manera, está relacionado con un libro: Charles Manson. Y el libro con el que lo vamos a relacionar es “Forastero en tierra extraña”, de Robert A. Heinlein (uno de los más célebres autores de la ciencia ficción).

El libro se basa en una expedición (la segunda, varias décadas después de la primera) terrícola enviada a Marte. En dicho planeta se encuentran con Michael, hijo de miembros de la primera expedición y único superviviente humano. Deciden traerlo de vuelta a la Tierra y se convierte en una celebridad, pero también en un ejemplo de las debilidades de la sociedad de entonces. Desde su lanzamiento en la década de los 60 este libro se convirtió en uno de los símbolos de la cultura Hippie, y se relacionó con el asesino de Sharon Tate y varias personas más como instigador de los crímenes.

De una forma difícil de explicar Manson se convirtió en una especie de gurú que daba instrucciones a sus seguidores (“La familia”) y éstos cometían horribles crímenes de forma ciega y delirante. A pesar de que no se pudo relacionar a Manson con “Forastero en tierra extraña” este libro sí fue mencionado por alguno de sus seguidores y brazos ejecutores de sus obras.

Como otra curiosidad hemos de hablar también de una canción de los Beatles que alude a una atracción de feria de entonces que Manson sí mencionaba y cuyo título apareció escrito con sangre en uno de los escenarios de los horribles crímenes cometidos: “Helter Skelter”. Dicha canción se convirtió desde entonces en una canción maldita, hasta que en la década de los ochenta el conocido grupo U2 decidió recuperarla (en una de sus grabaciones dicen literalmente. “Esta es una canción que Charles Manson robó a los Beatles, la robamos de vuelta.”)

El argumento y la violencia explícita que aparecen en las páginas de “American Psycho”, de Bret Easton Ellis generaron un impacto inmediato en la sociedad de los años 90 del siglo pasado. Además, se convirtió también en un éxito, aunque fue prohibido en diversos países. Probablemente sirvió para muchos asesinos como molde de actuación, pero del que sí tenemos constancia es de Paul Bernardo, un asesino en serie canadiense que declaró en el juicio al que fue sometido que había leído el libro del que hablamos como si de una Biblia se tratase.

Como vemos en estas líneas, cualquier modo de expresarse (música, literatura…) o incluso cualquier actividad puede servir de ejemplo para personas que tienen algún desequilibrio. Todos conocemos el efecto imitación de juegos con altas dosis de violencia o de películas como “La naranja mecánica”, que lejos de resultar el abrumador alegato antiviolencia que pretende, para algunas personas supone la defensa de la misma.

En la Literatura podemos encontrar muchos ejemplos de lo que queremos exponer hoy, y los mencionados son tan un botón de muestra con el que poder hacerse una idea. Tal vez algunos resulten más representativos que otros, pero seguramente ninguno llegue a resultarlo tanto como el último ejemplo que queremos mostrar.

Holden Caulfield es uno de los personajes más célebres de la literatura y, lejos de discutir si es bueno, malo o regular, he de decir que es uno de mis personajes favoritos. Cada uno verá en las páginas de “El guardián entre el centeno” (seguramente) elementos con los que identificarse en algún momento de su vida. Sin embargo hay personas que llevaron las acciones que J.D. Salinger incluyó en este texto mucho más allá de lo razonable.

Además del mencionado Charles Manson (que encontraba con facilidad referencias fatales en muchas cosas que leía, escuchaba o veía) hay otros personajes tristemente célebres que mencionaron a Holdel Caulfield y “El guardián entre el centeno” como inspiración a la hora de actuar.

El 8 de diciembre de 1980 Mark David Chapman se dirigió al edificio Dakota, en Nueva York, y esperó pacientemente en la acera. Tras saludar a Sean, el hijo de John Lennon, volvió a su espera. Logró que la estrella de los Beatles le firmase la carátula de un disco que había comprado antes de subirse a su limusina. Al contrario que el resto de las personas que esperaban, como cada día, la salida de John Lennon de su domicilio, Mark no abandonó el lugar.

Por la noche, cuando llegó de regreso la limusina de Lennon, Mark disparó cinco veces al músico y le causó la muerte. Con total tranquilidad sacó el ejemplar de “El guardián entre el centeno” que había adquirido y se sentó a leerlo, esperando a que la policía lo detuviese. En el interior había escrito: “Ésta es mi declaración”. Más tarde, durante el interrogatorio policial, manifestó: “Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caulfield; el resto debe ser el Diablo.”

Un año más tarde el presidente por aquel entonces de los Estados Unidos de América, Ronald Reagan, sufrió un atentado que a punto estuvo de acabar con su vida. Un individuo, John Hinckley Jr., se abalanzó sobre él y consiguió dispararle con un revólver antes de ser reducido por los guardaespaldas del mandatario. El agresor confesó que, al igual que Chapman, estaba obsesionado con el libro de J.D. Salinger. Además de esta obsesión, en este caso el desequilibrado también estaba obsesionado con la actriz Jodie Foster desde que la vio actuar en la película “Taxi driver”. En su mente estaba la idea de que quedaría impresionada si lograba su objetivo.

En la misma década de los años ochenta una actriz sufrió la misma obsesión por parte de un fan que Foster, aunque éste logró llegar más allá. La actriz se llamaba Rebeca Schaffer y el fan Robert John Bardo. Bardo acudió al apartamento de la joven y consiguió entablar una breve conversación hasta que la actriz pudo desembarazarse de él. Robert regresó una hora después y, en cuanto Rebeca abrió la puerta, le disparó en el pecho causándole la muerte.

Cuando iba a ser detenido, Bardo se arrojó a un vehículo en circulación y falleció. Consigo, como en los otros casos, llevaba un ejemplar de “El guardián entre el centeno”.

También se escucha (aunque a estas alturas es difícil que haya algún tipo de confirmación) que asesinos de personajes como John Fitzgerald Kennedy o su hermano Robert actuaron influenciados por la lectura de un libro que lleva vendidos más de 60 millones de ejemplares y que, probablemente, sea considerado uno de los clásicos del Siglo XX.

Como decíamos al principio, es difícil entrar en la mente de una persona que comete un crimen, y mucho menos en la de aquellas personas que sufren un trastorno que se escapa de nuestro conocimiento. Ante todo hay que decir que la responsabilidad del escritor es absolutamente nula, ya que se limita a contar una historia que puede ser interpretada de tantas maneras como lectores acudan a visitarla.

Afortunadamente en los ejemplos que hemos visto hay millones y millones de lectores que sacaron un provecho mucho mayor del que lo hicieron aquéllos que usaron estos libros como excusa o como manual para cometer un crimen.