El protagonista de esta historia
crece en una familia de cuatro miembros en la que no es demasiado apreciado. Su
hermano mayor es responsable, amable, estudioso y respetuoso con todo el mundo.
Todo lo contrario que él, que vive casi a diario problemas con todo el que tiene la mala suerte de cruzarse con él, ya sean los vecinos, los familiares, los compañeros o los profesores del
colegio…
La única persona que
aparentemente lo aprecia es Kiyo, sirvienta ya anciana, que vuelca todo su cariño
en ese vulnerable niño. Kiyo es la persona que lo intenta centrar en este planeta y también su eje moral, y como es
de esperar, también la persona a la que nuestro Botchan (palabra que significa
niño mimado) más quiere en el mundo, o tal vez la única.
A medida que crece
crecen con él los problemas, y unos años más tarde de fallecer su madre le toca
el turno a su padre. Botchan en ese momento se encuentra terminando la
secundaria, y su hermano mayor, ya adulto, decide que ha de instalarse él mismo
en la vivienda familiar, prescindiendo de la compañía de su hermano y por lo tanto privándolo de un lugar en el que vivir.
Como resultado de esa decisión
nacen la separación definitiva de los hermanos y la entrega de unos compensatorios 600 yenes a
Botchan, que va a invertirlos en cursar su carrera de Física en la que hoy sería la Universidad
de Ciencias de Tokio. Tras tres años cursando estudios y malviviendo en pensiones tokiotas, obtiene su diploma y se
da de bruces con el mercado laboral. Pronto decide aceptar una, supone,
temporal y corta etapa como profesor de matemáticas en un minúsculo y alejado
pueblo, Matsuyama, en la isla de Shikoku. Eso supone la separación de Kiyo y el
enfrentarse a un mundo muy diferente al que conoce y (sorpresa) que le
proporcionará problemas con prácticamente todas las personas con las que se
relacionará.
Decidí empezar con este libro a
leer a un autor que hace decenios que tenía pendiente. ¿Qué me encontré en la
lectura? Pues un sorprendente e inesperado sentido del humor en un libro que
tiene casi ciento veinte años. Además, encontré un personaje que no puede
caerle bien a nadie, o tal vez que de tan mal que cae se le acaba tomando cariño.
Su arrogancia, su inocencia, su cabezonería capaz de rechazar un aumento de
sueldo, su intolerancia, su obstinada forma de equivocarse una y otra vez, su
inexistente empatía y su incapacidad para relacionarse de una forma mínimamente
aceptable con cualquier ser humano lo convierten en una especie de mezcla de
Ignatius J. Reilly (protagonista de La
conjura de los necios) delgado y con predilección por la tempura y no por las salchichas,
nipón y con medio siglo de antelación, y un desacertado y torpe antepasado de
Holden Cauldfield incapaz de interactuar con sus semejantes.
En las páginas de Botchan hay humor
amable, lectura ágil y sin complicaciones, aventuras y desventuras, enredo sin
desenredo, entretenimiento, y en definitiva una amable novela corta con la que
conocer a un autor imprescindible y admirado (he leído que es el libro más flojo de
Soseki, así que me apunto al resto) y una obra que desde 1906 lleva
entreteniendo a sus lectores y, convertido en un clásico recurrente, nos
trae las (probablemente ciertas aunque espero que no le hayan sucedido todas a
él) memorias del primer año de docencia del propio autor. Entretenido.