Así que, cuando un
autor consigue un estatus envidiable, en el que tiene miles de lectores
esperando su próxima obra independientemente del argumento, de la posible
calidad o de cualquier otro factor, es difícil renunciar a ella. Tiene que ser
gratificante el saber que cuando se inicia una nueva historia ésta va a tener
una segura aceptación y las interminables horas empleadas seguramente sean más
llevaderas.
Sin embargo, la
forma en la que se aprovecha el tirón de un autor no siempre es la que parece a
simple vista. Y no siempre las obras firmadas por autores de éxito son escritas
en su totalidad por la persona que firma el libro. La figura del escritor que
presta su labor para que otro agrande las páginas de sus obras o, directamente,
la escriba para que la firme aquella persona que asegura una mayor cantidad de
ejemplares vendidos se llama en España escritor negro, y en otros países
escritor fantasma.
El autor de obras
tan conocidas como “El conde de Montecristo” publicó más de 1200 obras durante
su vida, la mayoría un éxito de ventas. Murió a los 68 años, lo que nos da una
media de unas 18 obras al año sin prorratear su infancia y adolescencia.
Difícil. Sin embargo, era de dominio público en su entorno que usaba un
ejército de escritores fantasmas (dicen que hasta 72), aunque al parecer el
argumento salía de él y revisaba el resultado final.
Para hacernos una
idea, corre por ahí una anécdota en la que se supone que el autor le pregunta a
su hijo por su última obra, concretamente si la ha leído ya. Y su hijo (el también escritor Alejandro
Dumas Hijo) le responde con un elocuente: “Claro que sí. ¿Y tú, la has leído?”.
Rumores aparte, al
parecer Dumas fue demandado por Auguste Maquet, que reclamaba la escritura de
nada más y nada menos que “Los tres mosqueteros”. Nuestro primer fantasma ganó
el juicio y Dumas hubo de pagarle 145000 francos. Todo un dineral. Como vemos,
pocas dudas caben en este caso concreto. Maquet también escribió “El conde
Montecristo”.
Para seguir con el
cuestionable método usado con Dumas he de decir que, dado que el (inteligentísimo)
escritor que viene en segunda posición en nuestra lista vivió 72 años, nos da
una media de unas siete obras publicadas al año, pero en este caso si tenemos
en cuenta que sus últimos años fueron de sufrimiento por una enfermedad
adquirida y que, a pesar de ser considerado un genio, al menos tardaría unos
cuantos años en escribir su primera obra nos resulta una cifra que alienta esos
rumores que, en este caso, no vienen avalados por ningún dato objetivo ni por
ninguna sentencia judicial.
En el caso del
autor superventas estadounidense se da el caso de que en sus últimos años sus
libros fueron publicados con su nombre en fuente grande en la portada con un
nombre chiquitito más abajo. Se dice que Clancy tan solo aportaba un esbozo del
argumento y quien desarrollaba el argumento y llevaba a cabo la escritura era
el escritor fantasma que tenía cierta visibilidad en esa obra. Una versión más
ligera que las anteriores.
Vamos avanzando y
vemos a medida que lo hacemos que cada caso es particular y no hay una
estandarización de la colaboración entre un autor negro o fantasma y el
firmante de una obra. El siguiente nombre a mencionar es complicado. Si tenemos
en cuenta que en el Siglo XXI es difícil dilucidar si éste u otro autor dejó de
escribir parte de su obra, aún con todos los medios técnicos de los que
disponemos, imagina cuán difícil es hacerlo remontándose quinientos años,
cuando los datos erar prácticamente inexistentes.
Según esta
discutida, discutible y difícilmente demostrable tantos años después su
autenticidad (al igual que es difícil demostrar que es falsa) Marlowe, el
experimientado autor, siguió escribiendo y para publicar sus obras se valió de
un joven aunque peor formado que él. Su nombre: William Shakespeare. ¿Es
Marlowe autor de la obra de Shakespeare, o al menos de parte de ella? Sobre ese
tema y otros sigue habiendo enconadas discusiones tanto tiempo después,
seguidas por algunas de las mejores universidades. Desde aquí nos limitamos a
encajar estos rumores en este listado tan precario pero, esperamos,
entretenido.
Para finalizar con
este repaso curioso queremos cerrar la quinta aportación trayendo un caso
especial. Se trata, por un lado, de la serie de libros cuya protagonista es
Nancy Drew y que está firmada por Carolyn Keene. Por otro lado, de la serie
conocida como Hardy Boys, en este caso firmada por Franklin W. Dixon. Ambas
tuvieron una importante popularidad entre los años 20 y 50 del siglo pasado e
incluso se siguieron publicando más allá de esos años.
La imposibilidad de
generar tantas obras como pedía el mercado por falta de tiempo creó en
Stratemeyer la necesidad de ir contratando a escritores fantasmas que fuesen
ampliando su catálogo. Y ahí comenzó un movimiento que duró décadas en el que
esos negros, esos fantasmas, fueron usados de forma sistemática, hasta el punto
de que los pseudónimos Carolyn Keene y Franklin W. Dixon (los de las series
Nancy Drew y Hardy Boys) no son más que un alias de un sinfín de escritores
fantasmas. El sindicato Stratemeyer perduró tras la muerte de su creador.
Como decíamos al
iniciar este pequeño listado, nos nutrimos de datos obtenidos de forma poco
fiable y de rumores (bueno… también algún dato que parece contrastado) para
hacernos una idea de lo que a priori puede parecer cuestionable moralmente
pero, si rascamos un poco en la superficie, vemos que tal vez no sea así y que
tras nombres conocidos se esconda un trabajo en la sombra que tiene más
relevancia de la que solemos sospechar. ¿Interesante? Espero que sí.