martes, 3 de agosto de 2021

Traducciones básicas

 

 A pesar de la poca relevancia que se le suele otorgar a la profesión y la labor de la traducción literaria, con tan solo pararse unos segundos a pensar nos podemos dar cuenta de la importancia, vital, que tiene en la Literatura dicha profesión. Es básico disponer de una buena traducción de una obra a otro idioma para ir consiguiendo paso a paso avanzar en países que no comparten el idioma del autor original. En la elección de la persona que ha de elaborar la receta de la traducción de un relato los editores han de poner todos sus sentidos, ya que de ello depende que un libro consiga encadenar ediciones en el país heredero de la obra o, por el contrario, caiga en la irrelevancia. 

 

Para hurgar en la labor de los primeros traductores nos hemos de remontar cientos de años atrás, ya que son casi tan antiguos como la propia escritura. Por mencionar alguno de los más célebres nombres de este delicado arte podríamos empezar con San Jerónimo de Estridón, que vivió a caballo entre los siglos IV y V de nuestra era. Con tan solo observar que el nombre viene acompañado de un San, nos daremos cuenta de qué tipo de traducción emprendió nuestro protagonista: efectivamente, dedicó gran parte de su vida a traducir escritos hebreos y griegos al latín, consiguiendo con ello la llamada Biblia Vulgata (del pueblo), encargada por el papa Dámaso I.

 

 

Con esa traducción, que tuvo el honor de ser declarada la versión oficial de la Biblia en el Siglo XVI, logró el hito de que estuviese vigente durante más de cuatrocientos años, hasta que en el año 1979 se promulgó la Biblia Neovulgata. Nuestro santo, Eusebio Hierónimo de Estridón, está considerado el patrón de los traductores y en su honor se celebra, cada 30 de septiembre, el Día Internacional de la Traducción. 
 

Como nos podemos imaginar, y dado que en la Iglesia y su gran cantidad de edificios de todo tipo estaban las bibliotecas y estudiosos durante gran parte de la Historia, también la mayor parte de las traducciones realizadas a lo largo de la historia procede del grupo de estudiosos de la Iglesia. Gracias al acceso a esos conocimientos y al tiempo que podían dedicar, un sinfín de nombres dejaron su sello en las traducciones (generalmente de libros religiosos) que iban realizando.
 

A pesar de que en la variedad de estudiosos hay una buena cantera queremos destacar entre ellos a Martín Lutero, que inició la traducción de la Biblia (nuestra Biblia Vulgata) del latín (recordemos que ya no era el original) en el año 1521. En un principio la tradujo al griego (el camino inverso al iniciado por nuestro santo) para conseguir un mejor resultado en su objetivo final. El objetivo, que luego veremos aunque ya lo suponemos, lo cumplió con creces y no era otro que acercar la lectura de dicho libro al lenguaje hablado por sus paisanos, el alemán. De la fabulosa traducción realizada por Lutero se dice que, además de extender la lectura de la Biblia,  contribuyó a extender e incluso estandarizar el idioma alemán. Objetivo cumplido.
 
Sería injusto destacar tan solo a personas que dedicaron sus esfuerzos (suponemos que durante años a cada uno de sus proyectos) a traducir escritos religiosos. También hubo traductores gracias a los que llegaron hasta nuestros días obras que hubiesen quedado, de no haber sido traducidas, olvidadas para siempre. Por poner un ejemplo, recordaremos a Alexander Pope, reconocido poeta inglés que vivió en los siglos XVII y XVIII. Pope dedicó la nada desdeñable cifra de cinco años a traducir a su extendido idioma la obra de Homero “La Ilíada”. A pesar de que su labor como poeta fue suficientemente reconocida en su país, curiosamente lo más recordado de Pope es la traducción de la obra homérica. Gracias al reconocimiento y el éxito que obtuvo con ello, decidió también emprender la traducción de la otra gran obra homérica: “La Odisea”.

Es más que posible que la mayoría de nosotros relacione a la persona que realiza traducciones literarias con un anonimato prácticamente absoluto, pero realmente es una percepción que resulta equivocada. Al menos en muchos de los casos más relevantes. De hecho, nos podemos encontrar a grandes autores que dieron sus primeros pasos llevando escritos famosos a su propia lengua, aportando con ello un toque estilístico inevitable.
 


Podríamos empezar por una buena cantidad de nombres, pero para romper el hielo recordaremos las penurias económicas por las que Julio Cortázar pasaba cuando vivía en París(curiosamente su esposa era traductora). La inevitable inmediatez de los pagos lo llevaron a aceptar el encargo de la Universidad de Puerto Rico de traducir las obras de Edgar Allan Poe. Dado el talento del autor no es extraño que, tantos años después, todavía sean reconocidas las suyas como las mejores traducciones de dicha obra.
 
 

Ya que estamos hablando de grandes autores, no está de más recordar al gran  Jorge Luis Borges. El argentino tradujo durante toda su vida, y de un buen puñado de idiomas. De sus manos salieron textos en su idioma de autores tan reconocidos como William Faulkner, Herman Hesse, Franz Kafka, o el mismo Poe. En su método de trabajo, opinaba Borges, tenía la oportunidad de enriquecer la obra, mejorándola incluso. Le encantaba la tarea de comparar las diferentes traducciones de una misma obra y resaltar las (siempre reseñables) diferencias.
 
 Hay autores a los que es difícil relacionar, en caso de no saberlo, con la oscura (tal vez oscura no sea la palabra adecuada, tal vez esté más cerca decir semioculta) labor de traducción de una obra. Cuando empezamos un libro no todos nos fijamos en la persona que firma la traducción. Pero si algún lector japonés lo hiciese al comenzar alguna obra de Francis Scott Fitzgerald, John Irving o Raymond Carver tal vez se sorprendiesen de ver un nombre como el de Haruki Murakami.
 
El tiempo dedicado a intentar entender y tamizar lo que el autor quería decir en su idioma y llevarlo al japonés, según el propio Murakami, influyó en gran medida en su forma de entender la Literatura y en el estilo que finalmente acuñó, tan reconocible en algunos momentos. Además, en algunas de sus obras echó mano del conocimiento de autores y obras traducidas por él, como podemos comprobar al leer “Tokio Blues”  y sus menciones a “El Gran Gatsby”, de Fitzgerald. 
Ya que hablamos de un autor tan reconocido internacionalmente como Murakami y ya que recordamos su faceta de traductor, tal vez sea el momento de mencionar a alguna persona que comparte el arte de traducir con él, pero que probablemente sea desconocida por la mayoría. La persona que logró que empezase a fijarme en quién hace una traducción es precisamente una de las traductoras de la obra del autor nipón.
 
Profesora de japonés en la Escuela Oficial de Idiomas de Barcelona, Lourdes Porta consigue incluir cierto tono reconocible para sus autores. No sabemos qué parte hay de estilo propio, pero la mayoría de los libros de Murakami (al menos los que yo conozco) fueron traducidos por Porta. Alguno de ellos no, y ése fue el hecho que me hizo notar la importancia de la traducción: leyendo un libro del universo Murakami traducido no por Lourdes Porta, sino por Gabriel Álvarez, noté la extraña sensación de no estar leyendo al mismo autor, un cierto desconcierto. Y de ahí, de ese pequeño estupor, salió el que indagase quién tradujo cada uno de los libros. No voy a decir cuál de los dos estilos se acomoda más a mí, pero sí quiero destacar cómo se puede apreciar la diferencia.
 
 Como decíamos al principio y como indica la sensatez, una mala o regular traducción de un buen libro a otro idioma, puede echar a perder miles de ventas… De ello son conscientes las grandes editoriales, y se cuidan de elegir el artesano que va a moldear su producto. De este modo, la editorial de Harry Potter encargó todas las entregas de las aventuras de este joven mago a tan solo cuatro traductores en nuestro idioma.
 


Para que nos sigamos dando cuenta de la importancia, de la realmente clave importancia de una traducción acertada, hemos de saber que  existen agencias y colectivos de traductores que garantizan una traducción profesional y metódica, siendo una garantía para las editoriales que no quieren echar una moneda al aire. Por poner un ejemplo señalaremos el colectivo Anuvela, formado por seis traductoras, que ofrecen un sistema colectivo de traducción certero y muy estudiado.
 
 Sin ir muy lejos nos daremos cuenta de la confianza que deposita en ese colectivo la editorial que publica los libros del superventas Ken Follet a nuestro idioma.
 
Afortunadamente, en los últimos años se va dando poco a poco más importancia a la figura del traductor, y el mimo que emplean algunas editoriales al hacerlo acercan al lector una profesión tan imporante, tan básica, tan crucial. Bien es sabido que en esta página hay cierta debilidad con la editorial Libros del Asteroide, por su cuidada selección, en busca siempre de calidad más allá de las posibles ventas. También lo hacen al elegir a las personas que traducen los libros que deciden editar y, lo que es más importante, llevan a la portada el nombre del traductor o traductora, quedando habitualmente nombre del autor, título del libro, y nombre de la persona que lo tradujo a la misma altura. Me parece un paso importante y necesario (seguramente pase lo mismo en otras editoriales, pero  yo lo aprecié en ésta).
 
Tanto es así que, hoy día, se me hace difícil si una de mis escritoras favoritas, Maggie O´Farrell, lo es por su estilo o por la influencia que ejerce sobre las traducciones de sus obras Concha Cardeñoso. Tal vez sea la mezcla de ambos estilos, quién sabe. 


Hemos hablado ya suficiente de la importancia que tiene que una u otra persona tome un texto y lo intente llevar a su propio idioma. El resultado, como no puede ser de otra manera, no tiene mucho que ver. Pasa lo mismo con las personas, si alguien nos cuenta una historia concreta seguramente no sea exactamente igual que si nos lo cuenta la persona que estaba al lado.
 
A pesar de ser consciente de que estas líneas son ya demasiadas y si alguien ha llegado hasta este punto ha de estar pensando en encender la tele o comerse un yogur, no puedo evitar terminar con lo que creo es más esclarecedor: un ejemplo práctico. Y qué mejor ejemplo que  el “Ulysses” de James Joyce, del que se han realizado hasta la fecha tres traducciones (de las que yo tengo noticias), con detractores y defensores a ultranza cada una de ellas.
  
Los autores de las traducciones fueron José Sala Subirats, José María Valverde, y una última realizada conjuntamente por Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas. En una publicación tan compleja, el cambio de algunas palabras puede variar totalmente el resultado. Veremos un detalle de una frase y el resultado de la misma en cada una de las tres traducciones:
               
Frase original: “The ghost walks, professor MacHugh murmured softly, biscuitfully to the dusty windowspane."
 
Traducción realizada por José Sala: “El duende que camina, murmuró quedamente el profesor MacHugh, con la boca llena de bizcocho, al polvoriento vidrio de la ventana.”
 
Traducción realizada por J.M. Valverde: “El espectro avanza, murmuró el profesor MacHugh suavemente, rebosando galleta, hacia el polvoriento cristal de la ventana.”

Traducción realizada por Tortosa/Venegas: “El espectro avanza repartiendo pasta, murmuró el profesor MacHugh suavemente, de galletas lleno al polvoriento cristal de la ventana.”


Con dichas diferencias se resalta la importancia que tiene la labor del traductor literario, labor apreciada por autores y editoriales, pero que quizás no recibe el reconocimiento que merecería por el público en general. Si en tan solo una frase encontramos tantas diferencias, nos podemos hacer una idea de lo que puede variar un libro entero traducido por una u otra persona.

   

Espero no haber resultado aburrido con la cantidad de detalles que he sumado a estos párrafos, pero me parece un tema apasionante y con mucha miga. Tras saber un poco más de una profesión como la de traductor tal vez lleguemos a suscribir las palabras del fallecido Premio Nóbel de Literatura portugués José Saramago, que refiriéndose a este tema decía:

 

"Los escritores hacen la literatura nacional y los traductores hacen la literatura universal."