A pesar de la poca relevancia que se le suele otorgar a la profesión y la labor de la traducción literaria, con tan solo pararse unos segundos a pensar nos podemos dar cuenta de la importancia, vital, que tiene en la Literatura dicha profesión. Es básico disponer de una buena traducción de una obra a otro idioma para ir consiguiendo paso a paso avanzar en países que no comparten el idioma del autor original. En la elección de la persona que ha de elaborar la receta de la traducción de un relato los editores han de poner todos sus sentidos, ya que de ello depende que un libro consiga encadenar ediciones en el país heredero de la obra o, por el contrario, caiga en la irrelevancia.
Para hurgar en la
labor de los primeros traductores nos hemos de remontar cientos de años atrás,
ya que son casi tan antiguos como la propia escritura. Por mencionar alguno de
los más célebres nombres de este delicado arte podríamos empezar con San
Jerónimo de Estridón, que vivió a caballo entre los siglos IV y V de nuestra
era. Con tan solo observar que el nombre viene acompañado de un San, nos
daremos cuenta de qué tipo de traducción emprendió nuestro protagonista:
efectivamente, dedicó gran parte de su vida a traducir escritos hebreos y griegos
al latín, consiguiendo con ello la llamada Biblia Vulgata (del pueblo),
encargada por el papa Dámaso I.
Como nos podemos
imaginar, y dado que en la Iglesia y su gran cantidad de edificios de todo tipo estaban las bibliotecas y estudiosos durante gran
parte de la Historia, también la mayor parte de las traducciones realizadas a
lo largo de la historia procede del grupo de estudiosos de la Iglesia. Gracias
al acceso a esos conocimientos y al tiempo que podían dedicar, un sinfín de
nombres dejaron su sello en las traducciones (generalmente de libros
religiosos) que iban realizando.
Es más que posible que la mayoría de nosotros relacione a la persona que realiza traducciones literarias con un anonimato prácticamente absoluto, pero realmente es una percepción que resulta equivocada. Al menos en muchos de los casos más relevantes. De hecho, nos podemos encontrar a grandes autores que dieron sus primeros pasos llevando escritos famosos a su propia lengua, aportando con ello un toque estilístico inevitable.
Podríamos empezar por una buena cantidad de nombres, pero para romper el hielo
recordaremos las penurias económicas por las que Julio Cortázar pasaba cuando
vivía en París(curiosamente su esposa era traductora). La inevitable inmediatez
de los pagos lo llevaron a aceptar el encargo de la Universidad de Puerto Rico
de traducir las obras de Edgar Allan Poe. Dado el talento del autor no es
extraño que, tantos años después, todavía sean reconocidas las suyas como las
mejores traducciones de dicha obra.
Profesora de japonés en la Escuela Oficial de Idiomas de Barcelona, Lourdes Porta consigue incluir cierto tono reconocible para sus autores. No sabemos qué parte hay de estilo propio, pero la mayoría de los libros de Murakami (al menos los que yo conozco) fueron traducidos por Porta. Alguno de ellos no, y ése fue el hecho que me hizo notar la importancia de la traducción: leyendo un libro del universo Murakami traducido no por Lourdes Porta, sino por Gabriel Álvarez, noté la extraña sensación de no estar leyendo al mismo autor, un cierto desconcierto. Y de ahí, de ese pequeño estupor, salió el que indagase quién tradujo cada uno de los libros. No voy a decir cuál de los dos estilos se acomoda más a mí, pero sí quiero destacar cómo se puede apreciar la diferencia.
Como decíamos al principio y como indica la sensatez, una mala o regular traducción de un buen libro a otro idioma, puede echar a perder miles de ventas… De ello son conscientes las grandes editoriales, y se cuidan de elegir el artesano que va a moldear su producto. De este modo, la editorial de Harry Potter encargó todas las entregas de las aventuras de este joven mago a tan solo cuatro traductores en nuestro idioma.
Afortunadamente, en los últimos años se va dando poco a poco más importancia a la figura del traductor, y el mimo que emplean algunas editoriales al hacerlo acercan al lector una profesión tan imporante, tan básica, tan crucial. Bien es sabido que en esta página hay cierta debilidad con la editorial Libros del Asteroide, por su cuidada selección, en busca siempre de calidad más allá de las posibles ventas. También lo hacen al elegir a las personas que traducen los libros que deciden editar y, lo que es más importante, llevan a la portada el nombre del traductor o traductora, quedando habitualmente nombre del autor, título del libro, y nombre de la persona que lo tradujo a la misma altura. Me parece un paso importante y necesario (seguramente pase lo mismo en otras editoriales, pero yo lo aprecié en ésta).
A pesar de ser consciente de que estas líneas son ya demasiadas y si alguien ha llegado hasta este punto ha de estar pensando en encender la tele o comerse un yogur, no puedo evitar terminar con lo que creo es más esclarecedor: un ejemplo práctico. Y qué mejor ejemplo que el “Ulysses” de James Joyce, del que se han realizado hasta la fecha tres traducciones (de las que yo tengo noticias), con detractores y defensores a ultranza cada una de ellas.
Traducción realizada por José Sala: “El duende que camina, murmuró quedamente el profesor MacHugh, con la boca llena de bizcocho, al polvoriento vidrio de la ventana.”
Traducción realizada por J.M. Valverde: “El espectro avanza, murmuró el profesor MacHugh suavemente, rebosando galleta, hacia el polvoriento cristal de la ventana.”
Traducción
realizada por Tortosa/Venegas: “El espectro avanza repartiendo pasta, murmuró
el profesor MacHugh suavemente, de galletas lleno al polvoriento cristal de la
ventana.”
Con dichas diferencias se resalta la importancia que tiene la labor del traductor literario, labor apreciada por autores y editoriales, pero que quizás no recibe el reconocimiento que merecería por el público en general. Si en tan solo una frase encontramos tantas diferencias, nos podemos hacer una idea de lo que puede variar un libro entero traducido por una u otra persona.
Espero no haber
resultado aburrido con la cantidad de detalles que he sumado a estos párrafos,
pero me parece un tema apasionante y con mucha miga. Tras saber un poco más de
una profesión como la de traductor tal vez lleguemos a suscribir las palabras
del fallecido Premio Nóbel de Literatura portugués José Saramago, que
refiriéndose a este tema decía:
"Los
escritores hacen la literatura nacional y los traductores hacen la literatura
universal."