Nos encontramos en
la efervescente y siempre faro cultural ciudad de Viena en una época que situaré a finales del Siglo XIX o principios del XX (a pesar de que no se
especifica en el texto, o al menos yo no llegué a ser consciente de ello, los
medios de transporte usados y los utensilios mencionados es lo que nos lleva a
creer que es así). En dicha ciudad vive Fridolin, un doctor de 35 años que, además de trabajar
en un hospital durante las mañanas, también tiene una consulta en su domicilio
y completa sus repletas jornadas realizando visitas médicas a las viviendas desde las que le envían un aviso.
Arthur Schnitzler
fue un innovador dramaturgo con una buena aceptación y un éxito más que notable
y que llegó a despertar tal admiración en la figura más reconocida del psicoanálisis
(Sigmund Freud) que éste se veía reflejado en sus textos, como si Schnitzler tuviese
una capacidad para expresar sus teorías que no poseía él mismo. Las obras del
autor austríaco fueron traducidas a numerosos idiomas, y algunas de ellas
fueron llevadas a la pantalla. De hecho, “Relato soñado” es posible que te
recuerde a una película.
Se trata de la
última película que inició el genio Stanley Kubrick antes de fallecer; decimos
inició porque no la terminó, y su muerte nos privó de una visión más personal y
(pienso yo) más acertada de la que finalmente llegó a las pantallas, que da la
impresión de estar falta de algunos detalles, de estar inacabada. Su título es “Eyes
wide shut” y en ella una pareja interpretada por el entonces matrimonio Tom
Cruise y Nicole Kidman desarrollan una actualizada versión situada en la ciudad
de Nueva York y 75 años después de haber sido escrita de la historia que hoy
traemos.
Antes de decidirme
a leer “Relato soñado” no conocía ni tan siquiera el nombre del autor; un
escritor que por cierto tiene un apellido que se me atraganta al escribir y que
su abuelo eligió para sustituir a su apellido original y mucho más sencillo de
pronunciar y escribir: Zimmermann. Ya sabemos que la animadversión que
despertaba (y sigue despertando, aunque no todo el mundo sea consciente de
ello) la cultura y ascendencia judía en aquella época era motivo más que suficiente
para esconderla o disimularla en la medida de lo posible. Como decía, a pesar
de no conocer nada del autor ni de su obra, he disfrutado cada una de las pocas
páginas que nos dejó escritas, y he llegado a apreciar su inteligencia y su
capacidad para desarrollar el relato de una forma efectiva y efectista.