martes, 5 de enero de 2021

"Relato soñado", de Arthur Schnitzler

 

Nos encontramos en la efervescente y siempre faro cultural ciudad de Viena en una época que situaré a finales del Siglo XIX o principios del XX (a pesar de que no se especifica en el texto, o al menos yo no llegué a ser consciente de ello, los medios de transporte usados y los utensilios mencionados es lo que nos lleva a creer que es así). En dicha ciudad vive Fridolin, un doctor de 35 años que, además de trabajar en un hospital durante las mañanas, también tiene una consulta en su domicilio y completa sus repletas jornadas realizando visitas médicas a las viviendas desde las que le envían un aviso.

 

Ahí, en su propia casa, su mujer Albertine le confiesa que recientemente le fue infiel… de pensamiento. En unas vacaciones coincidió con un hombre por el que se sintió atraída y, en un arranque de sinceridad extremo, le da todos y cada uno de los detalles a su esposo. Esa sinceridad expresa que, de haber querido el hombre, se hubiese ido con él sin dudarlo. Sin embargo, en Fridolin se planta una semilla desde ese instante que irá creciendo a medida que avanza el relato. Con esa inquietud en su mente,  recibe aviso de una urgencia a la que ha de acudir sin demora y Fridolin inicia una noche que marcará, con total seguridad, su futuro, y que nos permite ver la evolución psicológica del personaje que, personalmente, me parece absolutamente brillante. La fina línea que separa la realidad de un sueño es, en alguna ocasión, tan frágil que obliga al lector a tomar sus propias conclusiones.

 

Arthur Schnitzler fue un innovador dramaturgo con una buena aceptación y un éxito más que notable y que llegó a despertar tal admiración en la figura más reconocida del psicoanálisis (Sigmund Freud) que éste se veía reflejado en sus textos, como si Schnitzler tuviese una capacidad para expresar sus teorías que no poseía él mismo. Las obras del autor austríaco fueron traducidas a numerosos idiomas, y algunas de ellas fueron llevadas a la pantalla. De hecho, “Relato soñado” es posible que te recuerde a una película.

 

Se trata de la última película que inició el genio Stanley Kubrick antes de fallecer; decimos inició porque no la terminó, y su muerte nos privó de una visión más personal y (pienso yo) más acertada de la que finalmente llegó a las pantallas, que da la impresión de estar falta de algunos detalles, de estar inacabada. Su título es “Eyes wide shut” y en ella una pareja interpretada por el entonces matrimonio Tom Cruise y Nicole Kidman desarrollan una actualizada versión situada en la ciudad de Nueva York y 75 años después de haber sido escrita de la historia que hoy traemos.

 

Si alguien ha visto esa película, seguramente estará de acuerdo conmigo en que es un argumento un tanto adelantado, que trata el sexo de una manera que no era habitual en la época en la que fue escrito este relato (1925) y de una manera tan acertada y tan bien desarrollada como resultó en este “Relato soñado”. Independientemente de que sea o no chocante (de forma positiva) esa visión desinhibida (y que le produjo no pocos enfrentamientos y alguna incomprensión) del sexo, es más que interesante la capacidad de plasmar la evolución psicológica de un personaje a partir del germen que supuso la conversación inicial (creo que se ve reflejado un poco mejor en el título original que puso el escritor: "Traumnovelle).

 

Antes de decidirme a leer “Relato soñado” no conocía ni tan siquiera el nombre del autor; un escritor que por cierto tiene un apellido que se me atraganta al escribir y que su abuelo eligió para sustituir a su apellido original y mucho más sencillo de pronunciar y escribir: Zimmermann. Ya sabemos que la animadversión que despertaba (y sigue despertando, aunque no todo el mundo sea consciente de ello) la cultura y ascendencia judía en aquella época era motivo más que suficiente para esconderla o disimularla en la medida de lo posible. Como decía, a pesar de no conocer nada del autor ni de su obra, he disfrutado cada una de las pocas páginas que nos dejó escritas, y he llegado a apreciar su inteligencia y su capacidad para desarrollar el relato de una forma efectiva y efectista.