Tomás es un
cirujano con cierto prestigio que ejerce su profesión en un hospital de Praga.
En cuanto empieza la lectura nos damos cuenta de que se trata de una persona que valora en gran medida su soledad,
su intimidad, su independencia, y de esa forma lleva su vida personal. A pesar de mantener una
intensa vida social junto con sus compañeros y
amigos, y mantener también una interminable serie de relaciones efímeras con mujeres que
entran y salen de su vida, la casualidad (en concreto seis casualidades) llevan a Tomás en cierto momento de su vida
a encontrarse con Teresa.
Sin darse cuenta, y
como arrastrados por una indefinida inercia, Teresa y Tomás inician una
relación que hace tambalear las convicciones y los hábitos del doctor, y que le
trae momentos que jamás había pensado que iba a vivir. Cada uno a su manera se
agarra a la necesidad de estar con el otro, y de la mano del narrador (que en
ocasiones nos tiende la mano mostrándonos que es el propio autor el que nos
habla) asistiremos a todas y cada una de las incidencias de una relación que
será difícil que olvidemos. Además de la nueva pareja, también tendremos acceso
a la relación de éstos con Sabina, una prometedora pintora, y la relación que
ésta mantiene con el último de los protagonistas: Franz.
En el tablero que
nos plantea el autor ya tenemos las cuatro piezas (Tomás, Teresa, Sabina y
Franz) que se van moviendo en el espacio y el tiempo y que sirven de fichas
para que el autor nos vaya poniendo sobre la mesa conceptos filosóficos,
psicológicos, sociales y personales de una manera profunda a los que nos será
sencillo habituarnos. Se sirve también de la narración de sueños para situarnos
en los sentimientos que los personajes no son capaces de expresar. Además, la
complicada situación política de un país que (el punto central de la narración
se sitúa en el año 1968) ya no existe (Checoslovaquia) y que tras haber vivido
la invasión del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial llevaba años
intentando desligarse del siniestro control de la Unión Soviética nos ofrece un
marco físico y político muy potente, que marcará las vidas de nuestros
personajes de una forma inevitable.
Tras unos años de
reformas con visos de apertura que amenazaban el futuro comunista del país, la
Unión Soviética muestra su posición contraria a estos avances y descarga su poderío cargando con toda su
potencia militar en un país que, suponían, no presentaría ninguna oposición. La
invasión de Checoslovaquia fue liderada por la URSS acompañada de los ejércitos
de otros cuatro países del Pacto de Varsovia. A pesar de ello, si hubo
resistencia por parte de la población, en una sociedad que estaba harta de la
privación de las libertades personales que trajo consigo el comunismo. Intelectuales,
trabajadores, personas en general, exigían una libertad de la que parecía no
disfrutarían jamás, y lucharon por conservarla enfrentándose a la invasión.
Ese período previo
a la invasión al que nos referíamos y en el que el autor nos zambulle se
conoció como “La primavera de Praga” y debido a ello muchos habitantes de lo
que era la unión de las repúblicas Checas y Eslovaca no tuvieron más remedio
que emigrar al extranjero escapando de una persecución política capaz de acabar
con la vida pública y privada de sus objetivos. Entre ellos, entre los que
tuvieron que dejar su país, sus pertenencias y su vida atrás, se encuentran tres
de nuestros protagonistas: Sabina, Tomás y Teresa.
Milan Kundera es un
autor checo (checoslovaco entonces) que, aunque se afilió al partido comunista
en cuanto terminó la Segunda Guerra Mundial, pronto fue expulsado del mismo por
actividades contrarias a la ideología impuesta. Además, la crítica de ese
sistema que tantos muertos provocó en su país y en cada uno de los que se
instauró que iba implícita en su obra desembocó primero en la prohibición de
sus obras en su país (1967) y la pérdida de su puesto como profesor; a raíz de
ello hubo de ganarse la vida con actividades variopintas. Su participación
activa en la oposición al comunismo en La primavera de Praga le llevó a una
persecución que desembocó en su exilio a Francia en 1975. Perdió la
nacionalidad de nacimiento unos años después.
Kundera es un escritor
que cosecha un innumerable número de galardones a lo largo de una dilatada y
prolífica carrera. A pesar de ser un eterno candidato al Premio Nobel (quién
sabe si su opción política le cierra esa puerta, con una definición de la
izquierda europea que en la obra que traemos hoy no puede ser más contundente y
acertada) es también uno de esos autores que lo merecen y no lo han recibido. Su
obra es difícil de clasificar y a la vez es sencillo hacerlo: tiene su propio
estilo en el que en el mismo punto confluyen la historia en sí, la historia
física que mueve a los personajes, y los fundamentos que propician las
actitudes, el comportamiento e incluso el entorno de dichos personajes. Un
compendio perfecto de una situación con todo lujo de detalles. “La insoportable
levedad del ser” fue publicada en 1984 (en Francia, recordemos que era un
escritor proscrito durante el comunismo) y, probablemente, sea su obra cumbre.
Desde luego es una de las referencias indispensables en la Literatura del Siglo
XX.
Llegados a este
punto he de incluir mi valoración personal, y seguramente sea una tarea
complicada para mí. ¿Por qué? Porque tras unos cientos de reseñas realizadas ya
he vivido la experiencia que entraña escribir unas líneas sobre lecturas que me
han llegado profundamente, también he tenido la oportunidad de revisitar mis
libros favoritos y he podido plasmar mi impresión sobre esa segunda, tercera, o
séptima lectura… Y sin embargo, jamás hasta hoy me había enfrentado a la tarea
de reseñar uno de mis libros preferidos justo en el momento de acabarlo.
Y es que “La
insoportable levedad del ser” me ha llegado de tal manera que, desde las
primeras páginas, supe que era “mi libro”. Kundera tiene la capacidad de
desplegar ante el lector una serie de argumentos filosóficos, políticos,
psicológicos, culturales, históricos y coyunturales que suma a una narración de
una manera difícil de explicar: incluso se permite detener en ocasiones la
narración para explicar con todo detalle o recordarnos qué es lo que quiere
decir en ese momento, en qué se basa, y para ello se apoya en una serie de
reflexiones absolutamente inolvidables. El lector no puede más que admirar lo
que lee y profundizar en los conceptos que nos presenta, o sería más correcto
decir que nos regala Kundera.
“La insoportable
levedad del ser” es posible que sea uno de los más acertados y bellos títulos
de la historia de la Literatura, y en sus páginas podemos encontrar un sinfín
de frases que quisiésemos guardar en la memoria para siempre, una memoria que
no tiene la capacidad para hacerlo. Seguramente mi ejemplar de esta obra sea el
libro más subrayado de siempre… Kundera inicia la narración expresando la
teoría del eterno retorno en el que Nietzsche propone que, ante la visión
habitual de que el tiempo es lineal, se destruya esa estructura y se considere
el instante como lo más importante, en un tiempo que se repite continuamente.
Y por medio de los
saltos en el tiempo, de las reiteraciones en lo que nos expresa, y de cómo cada
uno de los cuatro personajes (tan diferentes entre sí que parecen y se nos
presentan como un brillante expositor de conductas) Kundera nos invita a
reflexionar sobre el qué, y sobre el cómo. Sobre cómo un solo hecho puede ser
visto de manera tan diferente por dos personas implicadas, obligándonos no solo
a ponernos en el sitio del otro sino a entender el proceso que lleva a una
persona a ser como es y a actuar como actúa. Del mismo modo se sustenta en esta
teoría que no sucede nada nuevo, nada que no haya pasado ya en alguna ocasión.
Por poner un ejemplo actual, tal vez las redes sociales actúen hoy día como la
Caza de Brujas que hubo hace unos siglos, siempre dispuestos a quemar en la
hoguera digital a quien no piensa, actúa o se expresa como los nuevos
inquisidores.
Soy consciente de
que ésta es una reseña que resulta mucho más personal de lo que es habitual (y también mucho más extensa, pero me permito por una vez ese homenaje a mí mismo: la ocasión lo merece), y
es que el libro me ha llegado de una forma profunda, de una forma personal, de
una forma íntima. Seguramente todos tengamos algún autor o autora que parece
escribe en exclusiva para nosotros, y yo he tenido la fortuna de encontrarme
con Milan Kundera, y de su mano hacerme preguntas que no me había hecho y de llegar
a conclusiones que antes de iniciar el libro no existían. Pero lo importante en
sí no son las conclusiones, sino el proceso, el tiempo dedicado a reflexionar
de una forma bella, pausada, intensa, como Kundera propicia enfundando
cuestiones vitales en una historia de amor que no tiene nada de convencional y
que será capaz de hacer evolucionar al lector del mismo modo que lo hacen sus
personajes.
Y es que “La
insoportable levedad del ser” carece de convencionalidad. Y además de la
inteligencia que resalta a la hora de estructurar la novela y expresar sus
reflexiones (creo que difundir ideas como la de que el comunismo funcionaba
como un campo de concentración al aire libre en el que no estaba permitido el
desarrollo personal son difíciles de olvidar) al terminar el libro el lector
será más transigente con la forma de actuar de cada uno, permitiendo a los personajes
(que están muy lejos de ser perfectos, y están llenos de las dudas que a todos
nos invaden) mostrar de qué están hechos. Todo ello ayuda al lector a darse
cuenta de que, antes de juzgar a alguien, hay que ponerse totalmente en su
sitio. En ese aspecto a mí Kundera me dio una lección.
No hay un libro
capaz de contentar a todos los lectores. No existe ninguno y nunca existirá.
Soy consciente de que muchos de los que intenten leer esta historia no sacarán
las mismas conclusiones que yo, y no tendrán la misma “conexión” con la
narración y con el autor y no vivirán la euforia que yo viví durante la lectura
y después de ella. “La insoportable levedad del ser” no es ni será el libro
preferido de la mayoría de los lectores como lo es para mí. Se me ocurren
muchos calificativos que puedan usar aquéllos que no lleguen a conectar con lo
narrado.
Sin embargo es bonito poder
encontrar la lectura adecuada, la horma lectora para nuestro zapato literario, ese
libro que sientes que es parte de ti. Y éste lo es: parte de mí. Es una maravilla poder descubrir, tras
esos cientos de lecturas, esa obra que te conmueve de una forma difícil de
igualar. Hace muchos años inicié este libro y lo dejé. Ahora he vuelto, y era
el momento de hacerlo: durante la
lectura es lo que sentí, que así estaba destinado a ser: “es muss sein”.