Lily Bart es una
joven neoyorkina que vive a finales del siglo XIX y a principios del XX. Su
entorno es el de la alta sociedad de dicha ciudad, un ambiente exclusivo en el
que el lujo es imprescindible y el dinero no es motivo de preocupación para
casi nadie, aunque sí sirve de "jerarquizador" de la sociedad: cuanto más tienes más influencia ejerces sobre los demás. Sin embargo, nuestra protagonista, a pesar de que siempre disfruta de las fiestas y
celebraciones como la que más, siente que están a punto de agotarse sus últimas
oportunidades. Y esas oportunidades, para una mujer como ella en la época y el
lugar en el que vive, pasan de forma irremediable por celebrar el matrimonio
más conveniente que esté a su alcance.
Y a su alcance
tiene a un buen número de jóvenes de las mejores familias de la ciudad, e
incluso a alguno que no forma parte de la clase alta pero que estaría encantado
de compartir la vida con la señorita Bart. Su inigualable belleza y estilo, su carácter
afable y su capacidad para brillar en cada acontecimiento social al que acude,
a lo que hemos de sumar la amplia cultura, una notable inteligencia y un poderoso instinto para detectar qué armas
ha de usar para encandilar a la persona que tiene delante (en su mayor parte se
trata de hombres, pero también tiene la capacidad de ganarse la amistad de la
mayoría de las mujeres) la convierten en uno de los primeros pensamientos de
los solteros en cuanto se plantean que tal vez haya llegado la hora de contraer
matrimonio y formar una familia.
“La casa de la
alegría” es una de las más reconocidas obras de la autora conocida como Edith
Wharton (debido al apellido que adquirió al contraer matrimonio con su primer
esposo, ya que su nombre auténtico era Edith Newbold Jones), una escritora que
logró el premio Pulitzer con otra de sus novelas: “La edad de la inocencia”.
Los paralelismos entre ambas narraciones, al menos a mí, me resultan evidentes:
en ambas novelas vemos con todo lujo de detalles los entresijos de una poderosa
económicamente sociedad que Edith conocía muy bien, ya que formaba parte de
ella.
Y aquí está el
poder de Edith Wharton, una autora que, creo, suele excluirse de una manera
injusta cuando se habla de las mejores plumas del siglo pasado: para mí ha de
estar en todas y cada una de las listas que mencionen a los autores más
importantes. Ella lo es. Decía que el poder de Wharton es la profundidad con la
que es capaz de adentrarse en los entresijos de la persona que sale de su
imaginación: los matices que da a su comportamiento, a su pensamiento y a los
efectos que tienen las acciones propias y de los demás son absolutamente
descomunales. Durante la narración vamos viendo un sinfín de nombres, cenas,
fiestas, tés, (confieso que tal profusión de situaciones me sacó de la lectura
en alguna ocasión) que son usadas de forma deliberada para que nos demos cuenta
de la superficialidad de sus vidas y de sus relaciones.
¿Quién me lo
hubiese dicho al principio de la narración? Lily Bart se nos muestra como una
persona superficial, egoísta, arrogante, excluyente, en cierto modo cruel…
vamos, una persona con la que es difícil simpatizar. Sin embargo, una vez leída
la última página del libro, te darás cuenta de cómo es capaz la autora de
desarrollar la psicología de sus creaciones si te digo que Lily Bart es un
personaje que nunca olvidaré, y al que guardaré un especial cariño. A pesar de
que, como siempre, hay que tener cautela a la hora de recomendar libros, no hay
que tenerla a la hora de evaluar su calidad: “La casa de la alegría” tiene
todos los ingredientes para ser lo que es, un clásico del que disfrutamos
decenas de generaciones y que, sin duda, nos sobrevivirá a todos. Inolvidable.