lunes, 1 de febrero de 2021

"La casa de la alegría", de Edith Wharton

 

Lily Bart es una joven neoyorkina que vive a finales del siglo XIX y a principios del XX. Su entorno es el de la alta sociedad de dicha ciudad, un ambiente exclusivo en el que el lujo es imprescindible y el dinero no es motivo de preocupación para casi nadie, aunque sí sirve de "jerarquizador" de la sociedad: cuanto más tienes más influencia ejerces sobre los demás. Sin embargo, nuestra protagonista, a pesar de que siempre disfruta de las fiestas y celebraciones como la que más, siente que están a punto de agotarse sus últimas oportunidades. Y esas oportunidades, para una mujer como ella en la época y el lugar en el que vive, pasan de forma irremediable por celebrar el matrimonio más conveniente que esté a su alcance.

 

Y a su alcance tiene a un buen número de jóvenes de las mejores familias de la ciudad, e incluso a alguno que no forma parte de la clase alta pero que estaría encantado de compartir la vida con la señorita Bart.  Su inigualable belleza y estilo, su carácter afable y su capacidad para brillar en cada acontecimiento social al que acude, a lo que hemos de sumar la amplia cultura, una notable inteligencia  y un poderoso instinto para detectar qué armas ha de usar para encandilar a la persona que tiene delante (en su mayor parte se trata de hombres, pero también tiene la capacidad de ganarse la amistad de la mayoría de las mujeres) la convierten en uno de los primeros pensamientos de los solteros en cuanto se plantean que tal vez haya llegado la hora de contraer matrimonio y formar una familia.

 

Sin embargo, a sus 29 años Lily ha disfrutado mucho de esa situación, que se va prolongando demasiado y amenaza con convertirse en permanente, lo que la incapacitaría para llevar la vida social que quiere, que desea, y que tiene. La vida social que, siente, se merece. Hace ya 10 años que quedó huérfana, y desde entonces vive en casa de una de sus tías. Los abultados gastos a los que tiene que hacer frente para mantener viva su vida social (incluidas las deudas que contrae jugando al Bridge) están empezando a acumularse y a hacer cada vez más necesario ese matrimonio. Pero… ¿quién será el afortunado? ¿Tal vez el anodino, aburrido, apocado y tímido Percy Gryce?

 

“La casa de la alegría” es una de las más reconocidas obras de la autora conocida como Edith Wharton (debido al apellido que adquirió al contraer matrimonio con su primer esposo, ya que su nombre auténtico era Edith Newbold Jones), una escritora que logró el premio Pulitzer con otra de sus novelas: “La edad de la inocencia”. Los paralelismos entre ambas narraciones, al menos a mí, me resultan evidentes: en ambas novelas vemos con todo lujo de detalles los entresijos de una poderosa económicamente sociedad que Edith conocía muy bien, ya que formaba parte de ella.

 

Las apariencias nunca tuvieron más importancia que en las narraciones de Wharton, y a pesar de mostrarnos con todo el brillo las costumbres más selectas y con las palabras más bellas las comodidades y veleidades de una vida incomparable por aquel entonces, no es difícil adivinar que bajo esa capa de deslumbrante lujo y despilfarro, bajo esas costumbres que mantenían de alguna forma compacta a la élite de la sociedad, se encontraban unos cimientos menos brillantes, e incluso con un desagradable olor que nos invita a pensar desde el principio que “La casa de la alegría” no va a ser una preciosista historia de amor, sino que irá mucho más lejos.

 

Y aquí está el poder de Edith Wharton, una autora que, creo, suele excluirse de una manera injusta cuando se habla de las mejores plumas del siglo pasado: para mí ha de estar en todas y cada una de las listas que mencionen a los autores más importantes. Ella lo es. Decía que el poder de Wharton es la profundidad con la que es capaz de adentrarse en los entresijos de la persona que sale de su imaginación: los matices que da a su comportamiento, a su pensamiento y a los efectos que tienen las acciones propias y de los demás son absolutamente descomunales. Durante la narración vamos viendo un sinfín de nombres, cenas, fiestas, tés, (confieso que tal profusión de situaciones me sacó de la lectura en alguna ocasión) que son usadas de forma deliberada para que nos demos cuenta de la superficialidad de sus vidas y de sus relaciones.

 

Pero al mismo tiempo asistimos a una grandiosa y muy humana evolución de unos personajes tan bien trazados que nos dan muestra de la maestría de la autora a la hora de adentrarse en la mente y en los sentimientos de las personas que nos sirven de apoyo a la hora de visitar esa sociedad que, a pesar de ser el formar parte de ella el objetivo de muchas personas, realmente nadie llega a disfrutar de ello. Como decía, la sociedad que nos presenta tiene mucho en común con alguna de sus otras obras y, en cierto modo, me recordó vagamente la conexión entre Jane Austen y Wharton, siendo ésta la encargada de mostrar una sociedad un siglo después y al otro lado del océano.

 

¿Quién me lo hubiese dicho al principio de la narración? Lily Bart se nos muestra como una persona superficial, egoísta, arrogante, excluyente, en cierto modo cruel… vamos, una persona con la que es difícil simpatizar. Sin embargo, una vez leída la última página del libro, te darás cuenta de cómo es capaz la autora de desarrollar la psicología de sus creaciones si te digo que Lily Bart es un personaje que nunca olvidaré, y al que guardaré un especial cariño. A pesar de que, como siempre, hay que tener cautela a la hora de recomendar libros, no hay que tenerla a la hora de evaluar su calidad: “La casa de la alegría” tiene todos los ingredientes para ser lo que es, un clásico del que disfrutamos decenas de generaciones y que, sin duda, nos sobrevivirá a todos. Inolvidable.