miércoles, 7 de octubre de 2020

"A propósito de nada", de Woody Allen


Allan Stewart Konisberg nació en Brooklyn en 1935, en una familia que a duras penas llegaba a fin de mes, y desde muy pequeño se dio cuenta de que el colegio no era su lugar favorito. En lugar de aprovechar su estancia, evitaba a toda costa las eternas mañanas en su centro escolar y, en sus huidas, se refugiaba en un cine en el que devoraba en dos sesiones lo que el establecimiento decidiese ese día: ya fuese una película de detectives, de piratas, de vaqueros o una comedia.

 

Al mismo tiempo que intentaba ausentarse de las clases, escribía. Escribía frases cortas en las que su ingenio resultaba ya abrumador, y pronto decidió que quería encontrar forma de dar salida a los chistes que salían de su mente. Por consejo de uno de sus tíos, decidió enviarlos a los periódicos que conocía. Por suerte para él (y para nosotros) pronto fueron aprovechadas sus frases y le reportaron sus primeras ganancias monetarias.

 

Al ver publicado por primera vez su nombre en un periódico, y siendo el titular de una profunda timidez (que conserva a sus ochenta y tantos años) supo que preferiría meterse en un agujero antes de que sus compañeros de clase se diesen cuenta de que era él y no otro el que firmaba esos chistes. Así que decidió ponerse un nombre artístico. Y desde ese modesto comienzo se le conoce como Woody Allen.

 

Y “A propósito de nada” es lo que su subtítulo nos indica: su biografía. Desde el exterior da la impresión de que lo que contiene el interior es una especie de documento, de testamento, de acta notarial. Y así, como un legado de sus vivencias, lo he leído. Desconozco cómo lo vivirá una persona que no sea seguidora de sus películas, porque soy un reconocido y ávido espectador anual de sus obras. Yo lo he vivido como un hermoso y acertado regalo, y así lo he disfrutado.

 

Un regalo en el que cada recuerdo de su infancia va mezclado con sus dosis de ironía y de un humor sarcástico que tiene su propio copyright. Así, entre vaivenes de su memoria, vamos recorriendo cada paso de su carrera y de su vida, desde su precoz inclinación por la magia a sus inicios como fuente de inspiración para humoristas. También sus primeras y catastróficas primeras actuaciones como monologuista, una profesión que lo catapultaría al mundo de la televisión y, de ahí, a la faceta más sobresaliente de su carrera: la de guionista y director (perdona que no destaque su faceta de actor, pero si lo hago estaría menospreciando a las principales).

 

Woody Allen es uno de esos directores que tiene su propia forma de hacer cine. De hecho en alguna ocasión me he sorprendido pensando “esta frase es muy Allen” viendo alguna película ajena. Al igual que yo habrá muchas personas que esperan sus obras cada otoño, y en esa categoría (la de esperar sus filmes antes de que salgan) tan solo incluyo a los hermanos Coen y al sangriento Tarantino. Creo que, de ser un seguidor como yo de su filmografía, disfrutarás la mayor parte de este libro como lo que es, un caótico legado en el que el 99 por ciento de las personas que nos presenta es tratada con un reverencial y elegante respeto. Y es de agradecer. También nos va desgranando su falta de técnica y sus costumbres a la hora de trabajar, unas costumbres que seguramente ya conocerás.

 

Si por el contrario no eres seguidor (aunque seguramente hayas visto alguna película) creo que de todos modos resultará para ti interesante descubrir ese humor tan particular de un hombre que ve la sociedad desde un lado, a una distancia prudencial, y cuyo ojo suele tener un tino asombroso para con un par de palabras desenmascarar a una persona, un grupo de ellas, una costumbre actual o una situación cotidiana. Todo ello acompañado de alguna sonrisa y alguna que otra carcajada. Desde luego creo que, seas o no seguidor del cineasta neoyorquino, encontrarás razones más que suficientes para disfrutar de “A propósito de nada”.

 

ABRO PARÉNTESIS. Te habrá parecido raro haber llegado hasta aquí y que no haya mencionado nada de la parte de su vida y de su biografía que, seguramente, más te suene. Y es que he querido mantenerlo a un lado. No suelo añadir valoraciones personales en las reseñas más que opiniones sobre la lectura que acabo de terminar. Sin embargo hoy me veo obligado a hacerlo. ¿Por qué? Porque leyendo este libro he llorado. De tristeza. Tristeza por él, tristeza por su hija, y tristeza por una situación (en mi opinión) injusta que lleva veinticinco años manchando su vida y la vida de otras personas y que ahora ha vuelto para llevarse por delante su carrera.


Actores y actrices que no tuvieron ningún problema con él y para los que, seguramente, trabajar en sus películas fue la cima de su carrera, renegaron no hace muchos meses públicamente de él y de su obra. Juraron no volver a trabajar con él. Amazon había producido su última película y decidió no publicarla. Tan solo unos pocos valientes aguantaron la embestida y mostraron su apoyo público (entre las personas que forman ese grupo se encuentran nuestros compatriotas Javier Bardem y Pedro Almodóvar, a los que Allen se lo agradece en este libro). Para encontrar protagonistas para su siguiente proyecto hubo de recibir decenas de negativas hasta encontrar actores y actrices dispuestos a someterse al escarnio público que está viviendo desde entonces.


Hace veinticinco años la televisión y los medios de comunicación en general eran poderosos, capaces de dar una sola versión de los hechos (tan sesgada como les apeteciese en aquel momento) y con ello generar una opinión. Sin embargo, desde entonces la sociedad ha cambiado. Y el cambio ha sido, a mi modo de ver, a peor. 

Hoy día la sociedad está rota por una rabia difícil de saciar. A los medios de comunicación (con un índice de manipulación difícilmente digerible) se les suma Internet, y con ello un potente instrumento para generar una opinión. A estos medios, que viven de los clics, les interesa tener al lector, oyente o público en general, enfadado, con odio, con rabia y deseando volcar esa rabia consumiendo noticias cuanto más escabrosas mejor (su veracidad es opcional) que generen una buena cantidad de clics. Y vaya si lo consiguen. En cualquier noticia que puedas consultar hoy mismo puedes ver comentarios que rezuman  una violencia que deja la caza de brujas de hace unos siglos en un juego de niños.

 

Y así vivimos en la era Internet, alimentando ese monstruo de odio que necesita un personaje tras otro para devorarlo, para quemarlo en la plaza del pueblo ante el regocijo de los presentes. Una Inquisición moderna y mucho más poderosa, con millones de brazos ejecutores. Y en este caso a Woody Allen le tocó ese papel, el de represaliado públicamente junto a otros personajes que, al contrario que el cineasta, creo que algunos de ellos sí lo merecían y merecen. Y, ojo, comprendería y apoyaría que la gente expresase su odio contra una persona capaz de hacer aquello de lo que se le acusó. Pero los medios, los actores y actrices que renegaron de él (seguramente para no arder con él en la hoguera) y muchos de los que lo señalan públicamente obvian de forma deliberada una cosa: la verdad.

 

Y la verdad, su verdad, la verdad que se puede comprobar en las conclusiones de una exhaustiva investigación policial que sí existió y que deja poco lugar a dudas, es lo que nos viene a contar Allen en “A propósito de nada”. Creo que el título es contrario a su intención. Es a propósito de todo. Creo que esta versión que nos narra (si lo llegas a leer lo comprenderás) nos muestra a una persona indefensa ante una acusación (de nuevo en mi opinión) injusta e incierta que no tiene más medios para expresarla y con ese propósito escribe y publica (con muchas dificultades) sus memorias. 


Mucho me temo que esa verdad (la gran perdedora de nuestro tiempo) quedará enterrada ante una corriente de opinión, de denigración, absolutamente imparable, ansiosa, hambrienta y devastadora que sobrevivirá al cineasta neoyorquino. Ojalá todos y cada uno de nosotros tuviésemos la prudencia de buscar la verdad (tenemos los medios adecuados para hacerlo) antes de emitir un veredicto que puede resultar letal. CIERRO PARÉNTESIS.

 

Como decía antes de este paréntesis, recibí el libro como un preciado regalo y disfruté la mayor parte de las páginas (otras simplemente las sufrí). La portada negra con letras blancas no puede ser más sencilla (no te pierdas la foto de la contraportada realizada por su antiguo amor Diane Keaton) y más representativa de lo que realmente es: el legado de un cineasta, guionista, escritor, que lleva casi medio centenar de películas entre las que hay tres o cuatro excepcionales, muchas buenas, algunas regulares y otras pocas malas. Entre las regulares seguramente haya algunas que pasen injustamente desapercibidas por el nivel de las mejores; dicho de otro modo, algún que otro director mataría por llegar al nivel de alguna de las medianías de Allen.

Además de la etapa laboral (él lo ve como un trabajo y es lo que es), tenemos expuesto un repaso a cada etapa de su vida personal, en la que conoceremos al detalle sus historias de amor, de desamor y de amistad con muchas personas y una historia de amor con su actual esposa absolutamente preciosa. Él, Allan de nacimiento, es una persona con muchos miedos e inseguridades que refleja en sus guiones, y tiene un afán profundo (e incomprensible) de minusvalorar su talento, su obra y sus capacidades. Sin embargo es todo lo contrario con los demás: dedicado al elogio y a resaltar las virtudes de sus conocidos.

 

Tal vez ese complejo de inferioridad tan llamativo y tan fuera de lugar haya contribuido a que sea esa persona extraña, lejana y al mismo tiempo con un profundo conocimiento de las relaciones personales vistas desde una perspectiva ácida y … (me había prometido no utilizar la palabra genial, así que pon tú el calificativo) haya formado una carrera cinematográfica que tanta admiración despierta en una grandísima minoría de los espectadores.


 Ese personaje neurótico, dubitativo, hipocondríaco, adicto a una poco provechosa psicoterapia, pesimista, temeroso, avispado, travieso, inseguro e inteligente que tantas veces hemos visto en sus actuaciones y en sus guiones (ya sea interpretado por él mismo o por uno de sus muchos alter ego) está aquí, en las páginas de “A propósito de nada”. Ese personaje capaz de quedarse a tocar con su banda como cada semana en lugar de ir a recibir los cuatro premios Oscar que recibe una de sus películas. Ese personaje capaz de enamorarse perdidamente de una mujer varias décadas menor que él y dormir todas y cada una de las noches desde entonces con ella. Ese personaje capaz de provocar carcajadas al describir a sus padres y lo que le aportaron no se diferencia mucho del que vemos en pantalla. ¿Te apetece conocer un poco más de él?