El protagonista,
sin nombre, acaba de fallecer. El funeral (judío) se celebra en un antiguo y en
desuso cementerio al lado de un aeropuerto en el que se encuentran enterrados
los cuerpos de los padres del recién fallecido. Sus antiguos compañeros de su
carrera en el mundo de las agencias publicitarias se reúnen junto con su
familia para rendirle honores.
En el libro que
acabo de terminar (creo que es el quinto que leo de Philip Roth) encuentro
puntos comunes que parecen ser una constante en su escritura: la revisión de la
vida interior del protagonista enfrentándose a sus fantasmas; el entorno de la
ciudad de Newark que está presente de forma continua; la presencia de la
cultura judía (que no de la religión) en la mayoría de sus personajes y la
presencia de un modelo social impecable (ya sea el protagonista u otro
personaje) que en esta ocasión es el hermano del mencionado, Howie.
En todo momento soy
consciente de que lo que leo es brillante, pero durante un tiempo no soy capaz
de centrarme en lo que leo, y he de releer algunas frases. Sin embargo, antes
(mucho antes) de darme cuenta, he olvidado ese comienzo titubeante que tal vez
sea de unas diez páginas y me encuentro devorando la historia que el (de nuevo
brillante) autor decidió construir.
Como puedes ver, el argumento del libro se puede resumir en un puñado de palabras: un repaso a la vida de un recién fallecido. Sin embargo, ese repaso nos trae consigo un buen puñado de reflexiones en el que podemos encontrar arrepentimiento, dolor, soledad, hartazgo y el duro hecho de darse cuenta de que tal vez no eres la persona que creías. “Elegía” es, como todo lo que he leído de Philip Roth, un libro digno de leer y releer (de hecho no pude evitar volver a leer esas diez o quince páginas que se me atragantaron tras leer el final y la complicación se esfumó por completo). Hace ya más de dos años de su fallecimiento y, a pesar de a buen seguro no ser su obra cumbre, es un libro de Philip Roth, lo que quiere decir que es mejor que la mayoría de los libros.