Un afamado escritor neoyorkino (llamado Paul, casualmente, como el recientemente fallecido autor que firma la historia) recibe un encargo del periódico New York Times, en el que suele publicar algunos de sus relatos, y acepta sin pensarlo demasiado. Ese encargo no es otro que escribir un cuento navideño. El problema es que Paul poco conoce de la Navidad y del tan traído y tan llevado espíritu navideño; tan solo lo que todos solemos ver en las películas que acaban con un beso bajo el muérdago.
Abrumado por su falta de inspiración, acude al estanco en la esquina de su calle, donde siempre compra su tabaco, y le cuenta su preocupación al hombre que lo regenta, su ya viejo amigo Auggie. Éste, tras mostrarle el fruto de una afición en la que se lleva ocupando unos cuantos años, hace un ofrecimiento en el que Paul tiene poco que perder: si le paga el almuerzo, Auggie le contará el mejor cuento de Navidad que puede encontrar y, asegura, es cierto y contado en primera persona. Y ahí nace "El cuento de Navidad de Auggie Wren".
No sabemos si es una historia cierta o no, lo único que sabemos es que es una historia deliciosa, contada en la mesa de un restaurante mientras fuman narrador y oyente y mientras el lector asiste a la narración con atención. Si has visto la película "Smoke" seguramente hayas reconocido (incluso ya en el título) esta historia, y es que es el germen del guion de esa película, una de las incursiones de Paul Auster en el cine (tal vez la mejor) y en la que, creo recordar, se narra palabra por palabra lo escrito en este brevísimo cuento. La escena es inolvidable y participan William Hurt (alter ego de Auster) y Harvey Keitel.
Una sola advertencia en cuanto a la lectura: ha de leerse sin parar, (si te decides no creo que te enfríe el café que tomes durante la lectura) y, si no la has visto, decidirse luego por la película. Delicioso.