miércoles, 29 de marzo de 2023

"Mis días en la librería Morisaki", de Satoshi Yagisawa

 

Tatako es una joven de veinticinco años que vive y trabaja en Tokio. Lleva una vida agradable con un puesto de trabajo que puede convertirse en ideal para ella y, entre sus compañeros de la empresa, se encuentra un joven con el que lleva unos meses de relación. Sin embargo, un día todo se desmorona cuando su novio, su pareja, le dice que va a casarse. Incapaz de digerir una noticia así, Tatako entra en caída libre, y decide abandonar su puesto de trabajo, evitando así ver al culpable de su pena y, también, a su futura esposa, compañera también.

 

La madre de Tatako, parece evidente, está muy preocupada por la situación, que parece que puede llegar a enquistarse y  ensombrecer el futuro de la muchacha a medio plazo; debido a ello comenta con familiares y amigos la necesidad de su hija de cambiar de aires. La solución resulta ser su hermano Satoru, tío de Tatako, del que guarda un bonito recuerdo aunque hace tiempo que no lo ve. Satoru le ofrece un cambio inmediato y radical: ayudarle en la librería que regenta en el barrio de Jimbocho y, además, ahorrarse un dinero en alquiler ya que puede ocupar un pequeño cuarto en la planta superior, que hasta ahora se había utilizado exclusivamente de almacén.

 

Tatako acepta a regañadientes y sin mucha convicción, teniendo en cuenta que no es lectora habitual y no sabe si será capaz de cumplir con su cometido de forma correcta. Con el paso de los días la costumbre hace que, por un lado, se vaya haciendo con las formas correctas a la hora de suplir y auxiliar a su tío, y por otro integrarse en un barrio lleno de decenas de librerías especializadas. La suya, Morisaki, está extrañamente especializada en autores que perdieron su prestigio, autores olvidados pero de calidad. De regalo, el nudo que aprieta su garganta va aflojando la intensidad sin que se dé cuenta.

 

Llegué a este libro por un impulso: una portada que me resultó atractiva, la palabra librería en el título, una pincelada del argumento y ese conjunto hizo que me entrase por el ojo a primera vista. El cebo hizo su efecto, y decidí adquirir un libro al que tenía cariño de antemano. Una vez comenzado me encontré con una lectura amable y entrañable, sin muchas complicaciones y menos profunda de lo habitual en la literatura japonesa, un libro que se quiere dejar leer y nos permite pasar un buen rato.

 

No sé si te pasa a ti, pero una invitación a vivir el ambiente de una librería para mí es una aventura muy prometedora, y el paseo por el barrio de Jimbocho, que no conocía, me resultó impactante y me generó cierta envidia por, probablemente, no llegar a dar ese paseo físicamente. El encanto de las librerías pequeñas, el aroma de los libros usados que tan bien se describe en el libro (y que a mí me hipnotiza, ya que creo que padezco algún tipo de síndrome tenga o no nombre y tenga o no más enfermos y que consiste en que prefiero los libros usados a los nuevos, como si los desconocidos lectores anteriores supusiesen un plus en la lectura) es garantía de éxito.

 

Satoshi Yagisawa lo sabía antes de armar la historia con la que debuta en el mercado literario y que le supuso un éxito inmediato. Ese debut echando mano de un entorno que sospecho también disfruta como muchísimos lectores nos trae esa complicidad lectora que sirve de soporte a una historia que en ocasiones adolece de lo que suele pasar en muchas primeras obras, una cierta falta de consistencia que podemos pasar por alto por lo agradable del ritmo y de los personajes. Eso sí, debido a que la librería se dedica a libros japoneses desconocidos me faltó esa complicidad y esa pequeña alegría de ir descubriendo en la lectura libros que forman parte de nuestro pasado lector. Creo recordar que tan solo conocía uno de los muchos libros mencionados. En resumen, un libro que probablemente no le cambie la vida a nadie pero al que tenía cariño antes de tenerlo en mis manos y que una vez terminado lo conserva. Entrañable. Por si acaso, me guardo el nombre del autor para sus futuros estrenos.