El título del libro
que traemos hoy y que hace referencia a lo que explicamos es bastante relevante, ya que esa sensación de “oscuridad” producida por
las nubes (si subimos un poco más, vistas desde arriba, se las
conoce como mar de nubes) acompaña a las protagonistas durante la narración, y
en parte podemos considerar que es un protagonista también, ya que forja en cierto
modo el carácter de los habitantes que conviven con esa falta de luz. Hemos de
suponer que la acción se desarrolla en una pequeña aldea del norte de Tenerife
(lo hemos de suponer porque no es mencionado) y acompañamos a las protagonistas
en un viaje que dura un verano en el que parece que el sol no quiere asomar por
su pueblo.
Esa omisión de la localización no es única ya que (que alguien me corrija si me equivoco) no conocemos el nombre de la protagonista. Tan solo que se trata de una niña de once años, que vive con lo justo en casa de su abuela mientras sus padres han de trabajar en la parte turística de la isla y que durante el verano pasa prácticamente todo el tiempo con su vecina y amiga: Isora. Ésta también vive con su abuela (terrorífica abuela que regenta uno de los pocos negocios locales en el que no es raro fiar lo que vende a los clientes menos pudientes, incluida la abuela de nuestra protagonista) y despierta admiración en la narradora. Una admiración que ella ve más que justificada ya que el desparpajo de Isora tiene encandilados a la mayor parte de sus vecinos, ya sean adultos o niños.
Poco más podemos
contar del argumento del libro, ya que realmente se trata de un verano en el
que la fascinación de una niña por su amiga y de las aventuras que ambas viven
con la adolescencia a la vuelta de la esquina es lo que llena las páginas. Y aquí
hemos de hacer una pausa. Y es que el argumento de “Panza de burro” además de
poder ser el de decenas de libros es de los menos importante (entre comillas)
del mismo. Lo que realmente realza el valor del libro es la fresca, rompedora,
original y acertada forma de narrar y de ofrecernos un punto de vista muy novedoso. En la puesta en escena de la trama tiene una importancia suprema la
cultura local, con decenas de palabras autóctonas (yo no sé si es correcto usar
la palabra “canarismo” aunque sospecho que no, ya que el procesador de textos
me lo marca como erróneo) mezcladas con anglicismos escritos y pronunciados de
una forma muy particular, además de muchos vulgarismos y palabras usadas de
forma singular, tanto que algunas de ellas dan la impresión de ser
utilizadas por primera vez.
Todo ello (ventas y críticas) se convierte muchas veces en una anécdota (y en ocasiones también en un punto en contra) y no sirve de nada si, al comenzar a leer, no sientes lo adecuado. Yo puedo decir bien alto que disfruté y sufrí con la lectura, me reí en ocasiones y me exprimí la cabeza en
otras ocasiones para intentar descubrir qué quería decir aquélla palabra, o la
otra, o la pronunciación tan particular de algunas palabras que nos dice la
protagonista. También hay de agradecer ese tono de descubrimiento de muchas cosas (algunas positivas y algunas negativas) que trae consigo el paso de la niñez y la adolescencia; creo que Abreu se anota un tanto con la naturalidad con la que trata temas que suelen ser delicados y aquí no lo son. No puedo terminar sin repetirme de nuevo y mencionar que el habla tan local y tan exclusiva ha de ser un acicate para los
que compartan esa forma de expresarse, pero creo que la autora tiene la
habilidad suficiente para que no sea un hándicap para lo que, como yo, no lo
hacemos y nos permita disfrutar de un libro que, creo, vale la pena.