A partir de ahí
entra en un mundo en el que ha de estar muy despierto para, evitando en la
medida de lo posible los escrúpulos, vender por los distantes entre sí pueblos
del sur de Chile la mayor cantidad posible (aunque lo camufle como errores en
el envío) de productos entre las ferreterías, establecimientos que suponemos
imprescindibles para el funcionamiento de los talleres, viviendas y granjas de
cada localidad. Tras unos años de experiencia, D. tiene una buena colección de
trucos para colocar sus productos y, además, es uno más de los miembros de esa
especie de hermandad que forman los viajantes de diferentes productos,
acostumbrados a alojarse en los mismos lugares, comer juntos, y compartir
anécdotas más o menos disparatadas.
Dado que hace unos
cuantos años de la historia que nos cuenta “Kramp”, nos podemos imaginar que la
vida va a un ritmo mucho menor que el actual: hoy día vivimos unas cuantas
marchas más rápido que entonces, y parece que necesitamos hacer cientos de
cosas en un día, disfrutando realmente de tan solo un pequeño porcentaje de
ellas. En la lectura también hay cabida para momentos estresantes, y es difícil
cuando a un lector habitual se le atragantan varias lecturas seguidas, o no le
aportan lo suficiente. Parece que se pierde el tiempo, pudiéndolo utilizar en
otras cosas más provechosas. Seguramente muchas de las personas que lean estas
líneas hayan tenido una sensación similar.
Así, avanzamos
capitulito a capitulito leyendo (y al menos en mi caso releyendo) frases que
van calando y que van metiéndonos en la historia, de forma paradójica, a fuego lento:
en esta época de estrés y velocidad en casi todo lo que hacemos aparece un
libro fino, pequeño, diminuto, y nos obliga a parar, a respirar, a leer
despacio, a disfrutar de cada página al ritmo que merece. Y tras leer y releer,
y obligarme a dejar el final para leerlo como merecía, me di cuenta de que un
libro que el lunes (curiosamente el lunes en el que se celebraba el aniversario
del lanzamiento del Apolo 11 que nos dejó la frase “es un pequeño paso para el
hombre…”) no conocía ni había oído tan siquiera hablar de él, el martes se
había convertido en mío, uno de mis libros, una de mis joyas.
Como decía antes, “Kramp” era un desconocido para mí (y probablemente para todos vosotros o al menos para la mayoría) pero entra por méritos propios en la categoría de esos libros que, sin grandes estridencias, se cuelan en nuestro interior y se hacen un hueco para siempre. Esa categoría de libros que podríamos llamar “de culto” y que, aunque no sean éxito de ventas, probablemente permanezcan durante muchos años. Tal vez espoleado por lo que me hizo sentir, por la forma de obligarme a leer despacio, por la sorpresa de lo desconocido o por el conjunto de todo ello será uno de mis cinco estrellas. No puedo evitar decir que tengo la necesidad de volver a leerlo y (lo siento, pero será así) volver a disfrutar a fuego lento su lectura e ir subrayando las frases que me hicieron parar y releer en mi primera (y no última) lectura. Sencillo, hermoso y con una sensibilidad que lo coloca entre mis imprescindibles.