La razón de su
insistencia y de la necesidad de regresar es que hace años, la primera vez que
fue, se encontró con Camila, una mujer mexicana, casada como él, con la que
inició una relación en esa ciudad. Repitieron varios años y éste promete ser
tan bueno o mejor que cada uno de los días anteriores en los que se vieron: los
días perfectos. Sin embargo, cuando ya está confirmada la asistencia de Luis
recibe un mensaje de Camila: su esposo decidió acompañarla y será imposible para ella verlo y, además, ya no ve sentido a
mantener una relación en la que se ven tan solo unos días al año. Todo se ha
acabado. En ese estado Luis inicia su viaje, lejos de su familia y con destino a la misma
ciudad en la que Camila paseará con su marido.
El lujo de poder
hurgar en los sentimientos de un gigante de la literatura como es Faulkner es
una razón más que suficiente para decidirse a leer “Los días perfectos”.
Además, la cita de una de las obras del autor sirve también como introducción a
lo que vamos a leer en sus páginas: “Entre la pena y la nada, elijo la pena”.
Esas dos premisas me parecieron irresistibles y me llevaron a iniciar la
lectura. ¿Y qué me encontré?
Para empezar, he de
decir que el comienzo del libro me pareció brillante y prometedor, con unas
reflexiones potentes y maduras, que van bebiendo de la disección que se hace de
las cartas mencionadas de Bill a Mena, a las que tiene acceso Luis mientras pasa
los días en la ciudad texana. Unos días que estaban destinados a pasarlos con
Camila y que se esfumaban entre sus manos. A medida que avanza en la
descripción de la relación me parece que baja un poco más “al barro”, y las
reflexiones son más mundanas, más de diario, seguramente de forma intencionada.
Sin embargo ese desequilibrio me hizo desconectar mínimamente de la historia,
deseando que la intensidad del principio siguiese durante la mayor parte de la
lectura.
Jacobo Bergareche es un versátil escritor capaz de escribir poesía, guiones de televisión o incluso trabajar como productor televisivo. También residió un tiempo en Austin, Texas (¿te suena de algo?) ciudad en la que estudió la correspondencia de algunos autores, sospechamos que entre ellos la de William Faulkner. En “Los días perfectos” nos trae su visión sobre la crisis de mediana edad (¿sigue siendo de los cuarenta o es demasiado pronto?) en la que es difícil contrastar lo que uno pensaba que iba a vivir cuando se empezaba a ello con lo que realmente vive día a día. Una visión sincera, llena de dudas (como no puede ser de otra manera) y de interrogantes más que de respuestas.
Tal vez fue el momento
o la forma de leer “Los días perfectos”, pero me quedó una sensación final de
que había una historia fabulosa escrita por un autor con mimbres para
regalarnos un libro redondo, pero lamentablemente creo que el resultado final
no es ese. Es un buen libro. Lo es. Pero la historia prometía y pedía ser un
gran libro, con esas reflexiones tan acertadas. No sé si fue problema del
lector (yo) pero esperaba un poquito más. Y creo que en la siguiente obra el
autor llegará un poco más lejos. Yo, desde luego, leeré lo que decida
desarrollar.
⭐⭐⭐⭐