viernes, 26 de marzo de 2021

"El niño perdido", de Thomas Wolfe

 La familia que forma el esqueleto de este relato reside en Asheville, en Estados Unidos, en los primeros años del siglo XX. Sin embargo llega un momento en el que, atraídos por los posibles clientes que pueda llevar consigo la Exposición Universal (que incluía unos Juegos Olímpicos todavía en pañales) que se va a celebrar en Saint Louis, se desplazan a esa localidad. Para ello se alojan en una casa en la que recibirán a los visitantes que quieran pernoctar en esa localidad y así aumentar sus ingresos. Estamos en el año 1904 y el narrador (en tercera persona) nos describe con profundidad el entorno físico y también a las personas que forman el círculo en el que se mueve la familia. Y, sobre todo, a Grover, el niño que aparece en el título.

 

Grover es un avispado, educado e inteligente niño de doce años que intenta ayudar en lo que puede a sus vecinos para, así, recibir alguna moneda (o equivalente) como pago y poder permitirse algún capricho de vez en cuando, tal y como es visitar la tienda de dulces. La plaza en la que se encuentra el negocio de su padre (que trabaja con la piedra) es prácticamente su mundo, y para él es una especie de ritual asomarse a cada uno de los escaparates que se encuentran en ella y en los que puede encontrar variopintos artículos que se encuentran a la venta. Además, observa de forma habitual los efectos que la luz del sol producen en cada parte de su mundo. Nos podemos hacer una idea de la sensibilidad que posee y, además, nos daremos cuenta de que el niño tiene una integridad que supera con creces a la de alguno de los adultos con los que se encuentra.

 

Como decíamos, el narrador nos cuenta en tercera persona la primera parte de la historia, en la que nos presenta a Grover y su entorno. Sin embargo, las tres siguientes partes serán contadas en primera persona por su madre, y dos de sus hermanos. En total tenemos cuatro voces que, en su conjunto, nos traen un relato bellísimo y que está considerado como uno de los mejores del siglo pasado. Las poco menos de cien páginas que lo componen tienen una gran dosis de literatura y a mí me han logrado presentar a un autor con un talento que, desgraciadamente, se agotó antes de tiempo debido a su temprana muerte, sucedida tan solo unos años después de la publicación de este libro.

 

Se trata de  Thomas Wolfe, autor nacido en Asheville en el año 1900 y fallecido en 1938 debido a una tuberculosis. En 1904, siendo tan solo un niño, se desplazó a Saint Louis con su familia para aprovechar la afluencia de visitantes que iba a tener esa ciudad debido a la celebración de la Exposición Universal de ese año. Y Thomas era el hermano pequeño de Grover. Sí. Lo has adivinado. El relato “El niño perdido” está basada en su propia vida, y en la trágica pérdida de su hermano mayor.

 

Wolfe echó mano de sus capacidades para componer un poético cuento en el que el recuerdo de ese niño que fue y que no llegó a ser adulto asalta de diferentes maneras a las personas que lo conocieron, que lo llevaron siempre presente con ellos, que no lo olvidaron y que, finalmente, tuvieron acceso en estas páginas a un bello homenaje. He de decir que, mientras lo leía, maldecía mi ignorancia ya que este autor me era absolutamente desconocido.

 

También he de decir que vi ciertos paralelismos durante la lectura con Faulkner (por ejemplo la misma historia contada desde diferentes puntos de vista), aunque en este caso Wolfe usa  un tono menos agrio, más lírico y más accesible. También más bello. Como curiosidad, he de decir que al terminarlo hice una búsqueda en Google (lo confieso) en la que escribí “Thomas Wolfe Faulkner” y fue gratificante comprobar que el propio Faulkner pensaba de él que era el mejor escritor de su generación. Yo también lo creo. Y creo que esa muerte nos privó de un enorme talento. Sin embargo algo nos queda de lo que podría habernos regalado, y entre lo que sí quedó publicado nos encontramos este bello relato homenaje a su hermano perdido.