Y así, durante
cinco días, asistimos a las conversaciones y los silencios entre una madre y
una hija que no se comprendieron nunca, y que tal vez nunca lo lleguen a hacer.
Como marco, el pequeño espacio de esa habitación cuya ventana les ofrece la
visión del conocido edificio Chrysler. Entre las palabras que se dicen y las
que no, asistiremos a la construcción de la historia de una familia y de sus
problemas, unos problemas que Lucy lleva arrastrando desde que tiene uso de
razón.
La lectura de “Me
llamo Lucy Barton” ha sido muy particular: tras una serie de lecturas difíciles
de superar al iniciar el año y que me llevaron a encadenar obras que
permanecerán en la lista de mis libros preferidos, llegó un bache tremendo.
Como era de esperar, las expectativas de lectura estaban demasiado altas, y uno
tras otro fui dejando libros que, en otras circunstancias, con total seguridad
me habrían llenado. Esa lista, la de libros abandonados, estaba siendo ya
demasiado extensa, ya que llegó a las dos cifras. En cierto modo desesperante.
Y llegó el momento
en el que decidí volver con Elisabeth Strout. Tras “Olive Kitteridge”, obra con
la que ganó el premio Pulitzer, había leído la continuación de la historia de
esa maestra retirada y que se cerró con la redonda “Luz de febrero”. Dado que
me gusta dosificar la lectura de un escritor determinado, la apuesta de volver
con “Me llamo Lucy Barton” era arriesgada, pero salió bien. Y es que me
encontré una lectura diferente pero con puntos en común con las anteriores: ese
paseo por la vida interior de unos personajes intentando sacar conclusiones de
su pasado e intentando al mismo tiempo coger las piezas que le sirvieron para
hacerse una imagen de las personas más cercanas y colocarlas de otra manera: en
definitiva, desarrollar su empatía para comprender un poco más a sus conocidos.
Como pasa con cada
uno de los libros que he leído en mi vida, hay lectores a los que va a llegar y
lectores a los que no. Incluso también hay lectores a los que llegará o no
dependiendo del momento en el que decidan leerlo (como me pasa a mí) pero si lo
que me ha producido a mí la lectura despierta tu interés es probable que
encuentres la lectura amena, ágil y productiva: esa sensibilidad tan Strout que
temía no encontrar lejos de la historia de la inolvidable Olive Kitteridge está
presente y latente y permanece en “Me llamo Lucy Barton”. Lo más gráfico que
puedo expresar de esta lectura es que, de no llamarse Elisabeth Strout la
autora, la pondría en mi lista de escritores a seguir de cerca (pero lo es y ya
de antemano está en mi lista de autores preferidos).