Nos encontramos una mañana de un
domingo cualquiera (que resultará ser un día que quedará marcado en todos los
libros de historia) del ya frío noviembre de 1918. En un pueblo del Medio Oeste
norteamericano se encuentra la casa de los Morison, y en ella despierta el hijo
pequeño, Bunny. Con él conocemos a cada uno de los miembros de la familia: su
hermano casi adolescente Robert, marcado por un accidente en el que tuvieron
que amputarle una pierna, hecho que no le impide esforzarse para llevar una vida
similar a cualquiera de sus amigos; su padre, James, un hombre reservado,
severo y serio, poco dado a las muestras de cariño y que guarda sus
pensamientos para sí mismo; y por último Elisabeth, madre y esposa en la
familia Morison, que mantiene un equilibrio que amenaza con quebrarse.
Elisabeth es, sin duda, la
protagonista de esta intimista novela, en la que se nos presenta la breve
historia en las voces de sus familiares. A mi modo de ver, el autor nos ofrece a
través de las voces de los tres narradores el encabezamiento de la trama (en la
primera parte Bunny es el narrador), el nudo de la historia (contada a través
de la voz de Robert), y el esperado desenlace y sus consecuencias, que nos llegan a través de los ojos de James. Cabe
destacar que el autor se basó sin duda en sus propias vivencias para narrar la
historia como una especie de homenaje a su propia madre.
Como decía, en la primera parte
del libro conocemos con detalle a través de Bunny (alter ego del autor) el
espacio en el que se desarrolla la historia: la casa y el pueblo de los
Morison, y además se nos presenta al resto de los personajes que sigilosamente
llenan las páginas de la novela; somos cómplices durante esta parte de la inocencia de Bunny, y consigue sacarnos sonrisas con su visión de unos objetos que parecen tener su personalidad, o cuanto menos vida propia.
En esta primera parte intuiremos parte de la severidad de los hechos que nos están siendo narrados, pero en cuanto conocemos un poco de la epidemia de
gripe española que acabó con la vida de cientos de miles de personas (medio
millón en EEUU) por aquel entonces, la narración es cedida a Robert y llegaremos a angustiarnos un poco de su mano, salpicados en cierta medida por su espíritu incorformista y desasosegado.
Finalmente, una vez ya nos ha sido narrado el modo en el que la familia se ve afectada por los hechos, conoceremos las
consecuencias de voz de un James desconcertado, y en cierto modo superado por los hechos. Prototipo tal vez del hombre de su generación (recordamos que hablamos de 1918 y la novela fue publicada en 1937) sus dudas, remordimientos e incluso miedos son vividos internamente, aunque el autor nos convierte en privilegiados testigos.

Como siempre, “Libros del
Asteroide” nos ofrece una pequeña joya que, sin hacer mucho ruido, se nos mete
poco a poco en el corazón, dejando un sabor agridulce y la sensación de haber
disfrutado de literatura de la buena, de la mano de un escritor que, aunque es prácticamente desconocido en nuestro país, posee una obra literaria que es considerada como una de las más importantes del siglo pasado.