lunes, 22 de agosto de 2016

"La impaciencia del corazón", de Stefan Zweig

En 1938, durante el desarrollo de una mundana visita a un café por parte de un afamado y reconocido escritor éste se encuentra con un individuo un tanto incómodo que regala la etiqueta de “amigo” a prácticamente todas las personas con las que tiene una relación, y con mayor ímpetu si dicha persona es un personaje reconocido públicamente. Tan superficial y prescindible encuentro será el desencadenante de la profunda narración que nos será ofrecida.

Y es que dicho personaje presenta de manera indirecta al autor (durante todo el libro nos es presentada la historia como verídica aunque modificando nombres) al protagonista de nuestra historia: Anton Hofmiller, el honroso merecedor del título de héroe, ya que incluso consiguió la distinción de la condecoración de María Teresa durante su valiente y arrojada participación en la Primera Guerra Mundial.

Dada la aversión de ambos hacia personajes como el individuo que indirectamente los pone en contacto, en un segundo encuentro en una cena se inicia entre escritor y protagonista una conversación que será expuesta ante nuestros ojos: el héroe recuerda su estancia en un pueblo indefinido entre Viena y Budapest, y nos traslada a los albores del conflicto iniciado en 1914 cuando él mismo era el Teniene Hofmiller, del cuerpo de ulanos que desarrollaba labores de instrucción en la Caballería.

En principio lleva una vida monótona, cuyo mayor aliciente es reunirse con sus compañeros oficiales en la taberna del pueblo a dejar que las horas siguiesen su curso. En las primeras páginas de la narración recibe una invitación para asistir a una cena en el castillo propiedad del viudo Lajos Von Kekesfalva, que sin duda es el personaje más influyente de la zona. En dicha cena, presidida por Kekesfalva y su hija Edith, descubre un mundo desconocido hasta el momento para él, y resulta realmente deslumbrado por el encanto de una vida social a la que él jamás había soñado con tener acceso.

Hofmiller es un hombre preocupado por los modales y por las formas, y durante la cena pone todos sus sentidos para que así sea, consiguiendo sin embargo que esa preocupación sea compatible con el disfrute de una copiosa cena (que contrasta enormemente con las cenas a las que está acostumbrado) y un animado baile posterior. Como mandan los cánones de la época, invita a bailar a las mujeres invitadas, aunque se da cuenta de que sería una desconsideración terrible el no invitar a bailar a la joven Edith, la hija de Kekesfalva y por tanto anfitriona.

Sin embargo, en esa invitación se produce un desagradable hecho, y es que el observador teniente no fue consciente de la incapacidad de Edith para bailar, e incluso caminar, debido a una parálisis en sus piernas, hasta que observa la horrorizada expresión de la joven y del resto de invitados en el mismo momento en el que es invitada.

Y ahí se produce el hecho desencadenante que permite al autor desarrollar un profundo análisis de lo que un sentimiento tan benévolo y tan humano como la compasión puede llegar a suponer para el individuo que lo siente (Anton) y para el individuo que es objeto de dicha compasión (Edith). La relación del teniente Hofmiller con los Kekesfalva es, a partir de ese momento, una relación que los convierte en amigos y poco a poco en inseparables, aunque el temor a ser objeto de mofa por parte de sus compañeros hace que Anton separe con rotundidad los dos mundos en los que vive de manera tan diferente: el cuartel y el castillo.

En este libro el brillante autor austríaco Stefan Zweig nos vuelve a deleitar con su exuberante prosa y con su precisión quirúrgica para describir las emociones humanas. Aun conociendo ya al autor de anteriores libros, he de decir que siempre me quedó una duda: ¿es un autor de relatos cortos? Y es que la concentración de emociones y sentimientos contenidos en libros tan breves como “Veinticuatro horas en la vida de una mujer”, “Carta de una desconocida” o “Novela de ajedrez” es complicada de plasmar en un libro extenso (para que te hagas una idea el que nos ocupa tiene más de cuatrocientas páginas).

Sin embargo, esa duda pronto fue disipada, y es que el talento del austríaco brilla de una manera intensa, haciendo de prácticamente todo el libro un ejercicio de reflexión, en el que comprenderemos a Hofmiller en sus dudas sobre su comportamiento, que a priori nace de unas buenas intenciones, pero cuyas consecuencias no es capaz de medir. Es interesante observar la distinción que hace Zweig entre la compasión que alimenta el ego y la auténtica, representada en esta narración por un personaje inolvidable: el doctor Condor, que se ocupa desde el principio de la enfermedad de Edith como lo hace con todos sus pacientes sean de la condición que sean: de una forma altruista y profundamente entregada.


“La impaciencia del corazón” (en anteriores ediciones su título era un menos evocador pero más definitorio “La piedad peligrosa”) es un libro magnífico. Aunque la historia tiene por supuesto su importancia, sin duda la capacidad del autor de diseccionar la mente humana es sorprendente, así como su habilidad para inyectar emoción en cada página. Al acabar el libro (como me ha sucedido con todos los libros que he leído de este autor) se tiene la sensación de haber  sido llevado en volandas a una reflexión, y no puedo evitar el sentir haber crecido un poco como lector. Si no lo has hecho todavía, dirígete a la última estantería de la biblioteca de tu localidad y llévate a casa uno de los libros de Stefan Zweig. No te arrepentirás.