El error está presente en cada
una de nuestras facetas, y de hecho muchos somos capaces de equivocarnos a
diario. El momento en el que escribimos es uno de los más propicios para
cometer errores, que pueden echar por tierra el resultado final de un texto. Es
difícil juzgar esos errores, ya que como decía, todos nosotros somos sin duda capaces de cometerlos.
Sin ir más lejos, en esta misma página puedes descubrir infinidad de errores
(estoy seguro) con solo echar un vistazo a las diferentes entradas.
En el mundo de la Literatura
también se producen a diario errores, y erratas, que pueden venir de diversas
procedencias. Una vez usado el corrector ortográfico (más necesario que utilizado
por la mayoría de nosotros, omisión que asumo como propia) los escritores
pueden leer y releer su escrito buscando posibles fallos.
Sin embargo, es aconsejable el trabajo
desarrollado por el corrector profesional de textos, que con un rápido vistazo
puede mejorar un texto notoriamente. Es una figura importante, y de hecho cada
27 de octubre se celebra el Día del Corrector de Textos en varios países, entre
los que se encuentra España. La fecha se eligió con gran acierto por corresponderse con el día de nacimiento
del polifacético (y entre las funciones que desarrolló se encuentra la que nos
ocupa) Erasmo de Rotterdam.
El resultado final de un libro
puede incluir errores, como decíamos de diversas características, y que se van
corrigiendo en posteriores ediciones del libro. A continuación vamos a ver una
serie de ejemplos de erratas que se llegaron a convertir en más o menos
célebres.
Para empezar hemos de señalar que
todos los autores, incluso algunos geniales escritores como Stefan Zweig, sufren el mal del
duende de las erratas. En una de las ediciones españolas de su biografía sobre “María
Antonieta”, imaginamos a los lectores el impacto que les causó imaginar al
autor escribir con motivo del nacimiento de la hija de los monarcas “no falta
sino que toquen a rebato las campanas o se disparen coñonazos de alarma”. Suponemos que no distaría mucho la reacción
del lector que observó en la primera edición de “Arroz y tartana” de Vicente
Blasco Ibáñez, “Doña Manuela entró en el salón con el coño fruncido”.
Más curiosa es la historia de la
siguiente errata célebre que vamos a visitar. Ramón de Garciasol era el
pseudónimo de Miguel Alonso Calvo, poeta, ensayista, biógrafo y corrector de
textos que perteneció a la generación del 36, y cuya actividad republicana
provocó que hubiese de usar dicho pseudónimo. Entre los muchos poemas que
publicó, y que recogió en una antología que él mismo revisó y corrigió, a su
esposa dedicó uno que incluía el verso “Y Mariuca se duerme y yo me voy de
puntillas”. Desconocemos qué es lo que llevó a cometer ese error, y tampoco sabemos
cómo sucedió ni quién lo cometió, pero suponemos (podemos decir que estamos
seguros) que a Mariuca no le hizo mucha gracia leer la extraña declaración de
amor que resultó al omitir una letra cuyo resultado final fue “Y Mariuca se duerme
y yo me voy de putillas”.
En los primeros años tras el
diseño realizado por el orfebre alemán Johannes Guttemberg de la prensa de
imprenta con tipos móviles era mucho más común la proliferación de erratas en
un libro. De hecho, hay libros que poseen una interminable fe de erratas, incluso
llega a hacer sombra a la longitud del propio libro. Sabido es que el primer
libro que se imprimió con el artilugio inventado por Guttemberg fue La Biblia.
Pues bien, incluso un libro tan
importante para muchos lectores contiene erratas que pueden cambiar el sentido
del texto. Por ejemplo, en la llamada “Biblia del Rey Jacobo” (“King James”),
una traducción al inglés con gran reputación, hay una coma que se omitió y que
cambia el sentido de la frase “Y también hubo otros dos, malhechores”, ya que
con la ausencia de esa coma da a entender que el propio Jesús era un malhechor
más. También hay erratas que dan nombre a la traducción de la Biblia
correspondiente, como por ejemplo “La Biblia búho” (un error cambió propio
(own) por búho (owl) con el consiguiente cambio de sentido) o “La Biblia del
vinagre” (vineyard/viñedo fue sustituido por vinegar/vinagre).
También es chocante la errata de
la propia Biblia King James, en este caso en la edición de 1631, en la que hay
una errata nada menos que en uno de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios:
uno de ellos se convirtió en “Cometerás adulterio”. Esa edición sufrió una
inmediata persecución, y casi todos los ejemplares acabaron siendo pasto de las
llamas. Se cree que tan solo se conservan 11 ejemplares, y se estima que cada
uno de ellos puede alcanzar un valor de 80.000 Euros.
Y es que, además de costar el
puesto de algún editor o algún corrector y el correspondiente gasto de
impresión de una nueva edición, la aparición de erratas en algunas ediciones de
libros también supone un suculento negocio. La escasez de esos libros con las
rarezas que los caracterizan y que fueron corregidos en todas las posteriores
ediciones hace que libros como “Las aventuras de Huckleberry Finn” de Mark Twain, que en su
primera edición cambió la palabra “was” por “saw”, se valore en unos 15.000
Euros.
Como curiosidad veremos que la
obra “Fiesta”, de Ernest Hemingway (“The sun also rises” es el título original)
en su primera edición contiene la palabra “stopped” con tres pes; pues bien,
según estimaciones, la diferencia monetaria entre una edición con la pe de más
y una con la corrección ya realizada puede llegar a multiplicarse/dividirse
nada menos que por 20.
Hay algunas erratas que parecen
más una irónica venganza por sus características. Por ejemplo, la primera
edición de “Las correcciones”, de Jonathan Franzen, hubo de ser corregida
inmediatamente, ya que invirtió el contenido de las páginas 430 y 431. En su
momento dicha errata proporcionó unos buenos beneficios a los propietarios de esa
primera edición porque dicho libro se publicitó en el famoso programa de la
presentadora norteamericana Oprah Winfrey y tuvo una gran aceptación, aunque
debido a la gran tirada de esa primera edición pronto perdió valor; suponemos
que los bisnietos de alguno de los actuales propietarios de ese libro recibirán
una buena noticia dentro de muchos años.
Como vemos, hay errores de
diferentes tipos, que pueden echar a perder una edición entera de un libro,
convertir al lector en hereje, o incluso convertir a su propietario en un
afortunado vendedor. Espero que hayáis disfrutado con los ejemplos y tened en
cuenta que los múltiples errores que podréis encontrar en estas líneas
palidecen ante alguno de los errores mencionados; por poner un ejemplo, no creo
lleguen al punto de merecer las explicaciones que el bueno de Ramón de
Garciasol hubo de darle a su esposa Mariuca.