Nos situamos en una diminuta isla
japonesa, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en la que los
habitantes viven la vida como sus antepasados, en un entorno ajeno totalmente a
influencias externas y en el que lo tradicional es el motor de la vida
cotidiana. En dicha isla nos encontramos el nacimiento del amor entre Shinji,
un joven y humilde pescador, encargado del cuidado de su madre y hermanos, y
Hatsue, una muchacha de familia pudiente que, para perpetuar la saga familiar,
debe contraer matrimonio.
A través de las páginas, vemos cómo
van evolucionando los sentimientos de los jóvenes, así como Mishima nos va
describiendo con soberbias e idealistas descripciones tradiciones, personajes y
relaciones entre los mismos. El autor era un conocido tradicionalista, y en
este libro se respira ese ambiente. En él, nos hace sentir el mar como un
personaje más, nos hace sentir el olor a salitre, a arena, a barco de pesca y
muelle de pescadores, nos hace sentir el
rumor del oleaje con nuestros oídos, y nos describe unas relaciones humanas
puras, una sociedad que convive en armonía,
en la que todos desean mejorar la vida del otro.
Con tan solo unas doscientas páginas y contado en tono pausado, lo
brillante del libro no es la historia en sí, sino la forma en la que nos es
contada. Según la contraportada del libro, nos encontramos con la “Considerada
una de las más grandes y bellas historias de amor de la literatura”… En mi
opinión, es una historia de amor sencilla, pero contada de una de las formas más
bellas que he leído.
A sabiendas de que este tipo de
lectura asusta a muchos lectores por no ser convencional, no puedo más que
recomendarla encarecidamente, y si a uno solo de vosotros hace sentir lo mismo
que a mí, me daré por satisfecho…