Al milenario arte de escribir se llega de cientos de
maneras, y cada escritor la adapta a su forma de ser y a sus circunstancias,
produciéndose con ello situaciones interesantes.
Por ejemplo, hay muchos escritores que desarrollan su
imaginación escribiendo de pié. Uno de ellos es Ernest Hemingway, al que
ciertos problemas lumbares condenaron a colocar su máquina de escribir en un
estante a la altura adecuada para esa postura de escritura. El genial autor
Philip Roth es otro de los escritores que pasan sus jornadas laborales sin
apenas sentarse.
Por extraño que parezca, también existen escritores que
prefieren ejercer su oficio “cómodamente” acostados, como Marcel Proust, al que
quizá tan confortable posición ayudase a su pomposa manera de escribir.
También hay diferencias en el tiempo que se dedica a la
creación literaria. Entre los casos curiosos se encuentra Graham Greene, que
declaraba que dejaba de escribir “cuando alcanzaba las 500 palabras escritas”.
En caso parecido se encuentra T.S. Elliot, incapaz de escribir más de 3 horas
al día, concretamente de 10 a
13…
Por el contrario, más largas eran las jornadas de Honore de Balzac,
escritor exitoso en su época, lo que le reportaba grandes beneficios
económicos. Su amor por la vida licenciosa y los placeres de la carne, le
llevaba a vaciar sus arcas tan pronto como se llenaban. Todo eso le hacía encerrarse
para escribir con la esperanza de recibir más emolumentos, llegando incluso a
atarse a la pata de una mesa para no sucumbir a las tentaciones…
En cuanto al momento idóneo para escribir, una mayoría de
escritores elige la mañana, tras un buen descanso. Entre ellos se encuentra
Angus Wilson, y el autor de “Un mundo feliz”, Aldous Huxley. Este último
disfrutaba, además de la escritura, de la lectura; unos problemas de visión lo
animaron a aprender braille para seguir disfrutando de los libros haciendo
descansar a su maltrecha vista, incluso en cama, a oscuras, y bajo las sábanas…
Para terminar, un escritor que trabajaba por la noche y de
una forma que a muchos parecerá evocadora, pues William Faulkner declaró que
para escribir sólo necesitaba “…papel, tabaco, comida y un poco de Whiskey…”