Comencé la lectura de este libro atraído por varios
personajes literarios que describen esta novela como su libro de cabecera; entre
ellos se encuentran Toru Watanabe y Midori, personajes de “Tokio blues”, una de
las novelas primordiales de Haruki Murakami, y por supuesto Holden Caulfield,
protagonista de “El guardián entre el centeno”, y del que se dice que sin Nick
Carraway no existiría Holden…
El narrador del relato es el mencionado Nick Carraway, un
joven procedente de una rica familia del Medio Oeste estadounidense, que se traslada
a vivir a Nueva York, ciudad en continuo auge y que ejerce una gran fuerza de
atracción hacia los hombres de negocios de todo el mundo.
Nick alquila una pequeña vivienda en una zona privilegiada de la ciudad, desde donde puede
acudir a visitar a su prima Daisy, una agradable miembro de la alta sociedad
neoyorquina. Daisy es la esposa de Tom Buchanan, un antiguo ídolo del Fútbol
Americano, hoy hombre de negocios. Nick nos narra cómo va acoplándose a la vida
de la zona, e incluso cómo va surgiendo su amor hacia Jordan Bates, una
jugadora de golf amiga de Daisy…
Tal y como el título de la obra nos sugiere, el tema central de la novela es el interés que surge en el propio Nick por la identidad de su enigmático
vecino, Jay Gatsby. Gatsby es lo que podríamos llamar un nuevo rico, que pone todo su empeño y grandes medios en organizar a diario las mejores fiestas que
se recuerden en la zona. A estas celebraciones en las que no falta de nada acude lo más granado de la “beautiful
people” de la zona, y en ellas hay un derroche de música, champagne, y medios
ilimitados.
Tras una primera parte del libro en la que Fitzgerald,
deliberadamente, nos hace creer que no va a ser más que un mero expositor de la
clase alta de los años 20, vemos cómo va naciendo la amistad entre
Nick y Gatsby, y junto a nuestro protagonista vemos cómo se nos va desgranando poco a poco la vida anterior de Jay, y con ello los motivos por los
que intenta hacerse el miembro más popular de la sociedad.
La medida del impacto que tiene la obra nos lo insinúa Francis Scott Fitzgerald,
ya que presentó el manuscrito de “El gran Gatsby” a su editor como “La gran
novela americana”. Puede que no estuviese muy equivocado, ya que la forma de
describir el auge y caída del sueño americano, y la vacuidad de tal sueño
siguen siendo ejemplarizantes. Sin embargo, a pesar de las buenas críticas recibidas por el entonces prometedor autor estadounidense no se correspondieron con las ventas de esta obra. Hubo de esperar a que, una vez fallecido, la obra se haya convertido en el icono que hoy es.
El autor, que se encuentra entre los escritores que forman
la llamada “Generación Perdida” americana, pasó unos años en Europa, en donde
se empapó de la ruptura con las estructuras convencionales de autores como James
Joyce. Al contrario que los demás miembros de dicha generación, decidió no
emplear una estructura revolucionaria para la narración, sino que quiso
escribir “algo nuevo, algo
extraordinario y bello, algo simple e intrincadamente estructurado”. Creo que lo consiguió, ya que detrás de una
estructura simple se esconde una maravillosa tragedia griega, así como una
devastadora crítica al materialismo, desgraciadamente protagonista casi un
siglo después.
"El gran Gatsby" es desde entonces una obra que hay que visitar. Cada generación descubre en sus páginas motivos que la convierten en una de las novelas preferidas de muchos lectores durante las últimas décadas. Yo me incluyo entre esos lectores, ya que e parece un libro imprescindible, con un personaje al que
es fácil tomar cariño, Nick, que posee una integridad ejemplarizante, y que tiene
unos valores difíciles de quebrar. Sirvan de ejemplo las primeras frases de la
novela: