lunes, 19 de agosto de 2024

"Oblómov", de Iván A. Goncharov

En un pequeño pueblo de la profunda Rusia del Siglo XIX una de las familias más pudientes es la del terrateniente Oblómov. Poseen tierras que trabajan más de 700 campesinos, así que imaginamos un alto poder adquisitivo. El padre de familia quiere que su heredero, Iliá Ilich, dé un salto de calidad y, para ello, lo envía a la capital de tan extenso país (por aquel entonces la capital era San Petersburgo) para que haga carrera en puestos públicos ganando con ello prestigio y poder.


Dado que los ingresos están más que asegurados por la administración de sus tierras, Iliá debería centrarse en cómo adquirir conocimientos y en nutrir una ambición que en su ambiente está muy extendida. Pero... Oblómov no es así. Iliá Ilich Oblómov es un personaje icónico en la historia de la Literatura, y se trata de un hombre con un corazón puro y generoso, honesto hasta la inocencia y, sobre todo, sobre todo, indolente. Un exasperante antihéroe.

Hace años que dejó de trabajar y sus padres han fallecido. Recibe de vez en cuando cuantiosas rentas provenientes del pueblo, suficientes para una vida sin preocupaciones. Oblómov es capaz de despertar en su (sucio y abandonado) piso en el que su sirviente Zajar compite por el récord mundial de vagancia, impertinencia e inutilidad (creo que en el de falta de higiene no tiene competidores) y pensar en tumbarse de nuevo, con un viejo y raído batín como habitual atuendo. En ese piso recibe visitas de todo tipo de personajes. La preocupación del lector pasa a ser si Oblómov será capaz de levantarse en algún momento. 


Goncharov construyó un personaje tan icónico como Bartleby, el escribiente o me atrevería a decir Madame Bovary. De hecho en el propio libro se acuña el término oblomovismo, que puede definirse como el arte de aplicar la indiferencia a los problemas que se presentan. Todo ello lo adereza con apatía y, por supuesto, una pereza sobrehumana. El escritor nos regala un puñado de años de su vida, y con ella un conjunto de personajes muy bien trazados psicológicamente (igual que Oblómov, que debería ser obligatorio de algún modo para comprender la mente humana) y un sinfín de reflexiones y cuestiones filosóficas que nos harán exprimir la mente mientras disfrutamos de la lectura.


Se me hace raro que no sea un libro recomendado en la mayoría de listados de clásicos. Debería. Es una lectura a la que hay que enfrentarse con una premisa: las descripciones son minuciosas, tanto que a veces pueden resultar excesivas. Y es algo comprensible, ya que el lector de hace 150 años no tenía el apoyo visual que nosotros tenemos. 


Pongo un ejemplo: si digo que estoy en una cafetería norteamericana con asientos de polipiel roja y camarera con jarra de café en la mano, no tendría que decir nada más. Te lo has imaginado completamente. Pero el lector del Siglo XIX no tenía esa memoria. Las descripciones eran más exhaustivas y concretas. Teniendo en cuenta eso, las 700 páginas de esta lectura (para mí, que soy lector que se inclina siempre por lo breve) se me han pasado volando y me han encantado. De hecho se me han hecho cortas.