La narración nos la sirve el mismo Zezé, y nos trae esa infancia (basada en la del propio autor) en la que nos encontramos con un niño muy inteligente y sensible. Y, sobre todo (y todo el mundo se encarga de hacérselo saber a diario) muy travieso. Tan travieso que en su barrio, cuando se comete alguna tropelía, inmediatamente se culpa al niño, sea o no el autor (que lo suele ser). Las consecuencias tanto físicas como morales son devastadoras, y son una de las bases del texto.
He de confesar que comencé el libro en varias ocasiones, y tras constatar que no era el momento de su lectura, lo abandoné tantas veces como lo comencé. Menos una, que es la que he finalizado hoy mismo. El principal motivo de mis renuncias anteriores es una especie de prejuicio que tengo contra los libros narrados por niños. Al menos muchos de los que han llegado a mis manos están llenos de trampas narrativas, y suelen estar acompañados más de una buena dosis de sensiblería que de sensibilidad. Además la voz narrativa no suele corresponderse con la supuesta edad del narrador.
En definitiva, una pequeña joyita (que es lectura obligada en centros escolares de decenas de países) que guardaré con cariño en mi estantería de honor.