Francesca Strada es hija única, y
vive con sus padres (su padre tiene una fábrica de sombreros en decadencia y su
madre fue actriz hace años) y la única sirvienta que se puede permitir una
familia venida a menos. Estamos en Monza, en medio de la década de los 30 en
una Europa precipitándose hacia el desastre y en una Italia sometida al régimen
expansionista de Benito Mussolini, que añora la gloria de la antigua Roma y la
quiere rememorar en su época.
Su nefasta fama viene de una
serie de hechos desgraciados sobre los que los vecinos le atribuyen una especie
de influencia (¿esotérica? ¿superstición?) directa e infame. Por supuesto la
madre de Francesca le prohíbe incluso dirigirse a Maddalena, lo que le traería
grandes sufrimientos y correría un grave peligro (y por supuesto también la
condenaría al comodín del infierno). Sin embargo, un encuentro fortuito con la
joven hace que nazca una amistad y una fascinación que cambiará la vida de
Francesca para siempre. “La malnacida” narra el primer año de la relación de
amistad entre Francesca y Maddalena.
El dibujo que hace la debutante
Beatrice Salvioni de la sociedad es mordaz e inteligente (y lo suficientemente directo como para que se entienda sin medias tintas) y sirve de fondo de
una historia que tiene fuerza y originalidad. La lectura de “La malnacida” es
digerible, con un inicio que engancha y te hace querer conocer un poco más de
esa figura que hace tambalear los cimientos de la vida de Francesca, y que ejerce
una influencia (al final hemos de valorar si es positiva o negativa) imparable
y arrolladora. La etiqueta de debutante de la autora es un mero trámite, ya que
la historia está construida de forma hábil y está llena de efectismos que hacen
que leamos deseando llegar y al mismo tiempo deseando no llegar a un final que
suponemos.
Creo que “La malnacida” es un
libro “balanza”, contradictorio en el sentido de que me parece convencional y
original al mismo tiempo (no sabría calcular los porcentajes de cada uno de los
ingredientes), complaciente e irreverente en diferentes dosis que a veces inclinan la balanza hacia un lado y en otras ocasiones hacia el otro. Tal vez en esa disparidad encuentre su equilibrio.
Lo que sí puedo
decir es que lo leí con gusto y con interés, y que lo comencé fascinado por una
portada poderosa que funciona como gancho antes de leer (y te aconsejo que lo hagas del mismo modo si te
interesa la historia) esas alabanzas editoriales que suelen perjudicar más que
favorecer (por poner el listón más alto de lo que debe estar en cada comienzo
de libro). Interesante y ameno.