sábado, 17 de diciembre de 2022

"Las palabras que confiamos al viento", de Laura Imai Messina

 El 11 de marzo es una fecha difícil de olvidar en varias partes del mundo, y seguramente dentro de muchos años ese día del año 2011 seguirá siendo estudiado en los libros de historia. La razón es el terremoto que se produjo en el Océano Pacífico y que duró unos seis minutos. Su consecuencia más devastadora fue el maremoto que generó olas de hasta 40 metros de altura, y que llegaron a diversos puntos de dicho océano, siendo las olas más destructivas las que impactaron en varios puntos de las islas japonesas. A raíz de ello en el país nipón se contabilizaron más de 15000 fallecidos y más de 2000 desaparecidos, lo que nos da al menos la cantidad de 17000 familias destrozadas, cada una con su tragedia y con su forma de intentar asimilarla.

 

La historia que traemos hoy nos presenta a Yui, una joven locutora radiofónica, que sufrió una pérdida difícil de digerir: durante el violento tsunami tanto su madre como su hija fallecieron. Yui lleva años sobreviviendo de mala manera a ese hecho. Durante la emisión de uno de sus programas el tema central es precisamente lo que Yui no sabe llevar, y es la pérdida de un ser querido. Durante las habituales intervenciones telefónicas de los oyentes, nuestra protagonista se entera de un hecho que cambiará su visión de las cosas: en uno de los pueblos asolados por el tsunami se encuentra una cabina telefónica desconectada que un hombre instaló en 2010 para poder hablar con su primo fallecido, al que estaba muy unido.

 

A raíz del tsunami y de la pérdida de la décima parte de la población de su localidad, el hombre decidió compartir dicha cabina con cada persona que lo necesitase, por si podría ser de tanta ayuda como le fue a él. Desde entonces miles de personas peregrinan a tan singular lugar. Yui decide que ella será una de esas peregrinas, e irá a intentar decir a su madre y a su hija cómo las echa de menos. A pesar de la distancia  (7 horas en coche desde Tokio, donde ella vive) pronto decide acudir y, una vez allí, conoce a Takeshi, un doctor que como ella busca la cabina perdida en el pueblo y que perdió a su mujer debido a una enfermedad. Su hija, desde entonces, no ha dicho una palabra y tal vez el teléfono (el teléfono del viento) enseñe el camino a Takeshi para intentar recuperar un mínimo de normalidad en su vida.

 

Me va a ser difícil ofrecer una opinión mínimamente literaria de “Las palabras que confiamos al viento” por una razón bien sencilla: desde las primeras páginas me vi invadido e hipnotizado por el libro. La forma de narrar de la italiana Laura Imai Messina se hizo conmigo en unas pocas páginas, y la delicadeza de lo que quiere contar, la forma de hacerlo y el acierto al pasar un poco por encima de lo terrible de las situaciones que cuenta (no es un libro que se regodea en el dolor y la tristeza, sino todo lo contrario) he de confesar que me emocionó. Y no una vez, sino prácticamente en todas las páginas. Así que no sé si soy la persona más adecuada para emitir una opinión imparcial, porque sentí que era un libro hecho para mí desde el principio.

 

A pesar de que pueda parecer una fantasía, el Teléfono del viento existe realmente, y es usado de la forma en la que Yui y Takeshi lo utilizan en esta novela, aunque tanto los personajes como la trama son inventados, y la figura de las personas que custodian la cabina un tanto distorsionada. Pero lo curioso es que una idea tan bella existe y funciona. Y a raíz de ella nació una historia tan bonita y tan difícil de olvidar como lo es “Las palabras que confiamos al viento”. Es difícil explicar cómo Messina es capaz de tocar el alma del lector (al menos de este lector) de una forma tan poderosa, utilizando para ello silencios, recuerdos, gestos insignificantes de esos que llegan a significar todo para una persona. Además, durante la lectura sentí que estaba escrita por una autora japonesa a pesar del nombre que figura en el lomo del libro, aunque al saber que lleva muchos años viviendo allí me resultó más fácil de comprender.

 

Creo que, de haberme fijado en el argumento antes de empezarlo, hubiese pensado que es una historia de tristeza y de pérdida de esos en los que el dolor aparece como insuperable (la pérdida de un hijo es el grado máximo del dolor). Sin embargo, una vez terminado creo que es una historia sobre todo de resiliencia, una historia que busca la luz aunque sea mínima en esa zona oscura que todos los humanos hemos de pasar algunas veces, sean pocas, muchas o demasiadas. Y, por lo tanto, es una lección que nos muestra que aunque parezca imposible siempre hay una posible salida si seguimos caminando.

 

Durante los últimos años, siguiendo diversos grupos de lectura, me he encontrado varias veces con personas que solicitan lecturas que ayudan a superar una pérdida. En ningún caso supe aportar ni un solo título a esa llamada de socorro que se hace en momentos de oscuridad. Pero gracias a “Las palabras que confiamos al viento” eso se ha acabado. Es el título adecuado para esas personas, y para personas que quieren encontrar belleza en un texto que me tuvo con los ojos temblorosos durante gran parte de la lectura. Pero recuerda, no de tristeza y oscuridad, sino de luz y emotividad. Y quiero dejar claro que no es tan solo para eso, sino para disfrutar de varias maneras. Un libro pre cio so.