Ville-d’Avray es un
pequeño y confortable pueblo lo suficientemente cerca de la capital francesa
como para considerarlo una buena opción para vivir cerca de la conurbación y al
mismo tiempo disfrutar de las comodidades de una localidad de tan solo 10000
habitantes. Hacia allí se dirige, desde su piso en París, nuestra protagonista.
En el trayecto da tiempo a revisar la colección de recuerdos que mantiene con la
persona a la que va a visitar: su hermana Claire-Marie.
Separadas por tan
solo un par de decenas de kilómetros viven las dos hermanas, que con el paso de
los años han ido perdiendo de forma paulatina esa familiaridad y confianza con
la que se criaron. Sus vidas, tan distintas entre ellas, parecen haberlas convertido
en unas personas diferentes a las que fueron durante la primera etapa de sus
vidas. ¿O acaso es una resignación y una adaptación a cada uno de los medios en
los que han de desarrollar su vida?
La narradora (de la
que no sabemos el nombre) piensa con melancolía en esa distancia entre hermanas
que parece haberse convertido en insalvable. Repasa, además, los puntos que
apoyan ese distanciamiento, como son la falta de compatibilidad de sus
respectivos maridos, e incluso de sus amistades. La niñez de ambas, y algunas
anécdotas que parecen diseñadas para formar y definir a una persona, son presentadas
en forma de recuerdo. Tanto el tiempo como la distancia y las propias
diferencias personales parecen levantar una barricada entre ellas, y nuestra
narradora (no sé si considerarla protagonista) no espera mucho de la visita que
va a hacer a Claire-Marie, un domingo cualquiera, con la mente pensando en la
vuelta incluso antes del primer saludo.
Sin embargo, puede
que dado en esta ocasión el ambiente, el talante de ambas, la posibilidad de
estar juntas sin la presencia de sus parejas, o gracias al conjunto de todas
esas variables, sea el momento propicio para abrirse por fin, para recuperar
parte del tiempo perdido. En la conversación a la que tenemos acceso podemos
ver cómo las personas damos por hecho cosas de los demás sin tener los
suficientes argumentos para hacerlo, y si rascamos fuera de la superficie que
supone la forma de vida de cada uno podemos encontrar más puntos en común de
los esperados. Tal vez la aparentemente insulsa y resignada Claire-Marie, atrapada en un pueblo en el que todo y todos se conocen y una vida que tal vez no sienta como propia, sea muy diferente a la (aburrida) persona que es a ojos de su hermana.
“Un domingo en
Ville-d’Avray” es una novela corta, sin muchos artificios, que busca
deliberadamente el entorno en el que se puede visitar la intimidad, con
personajes mecidos por la melancolía y en cierto modo por el descontento, el
desconsuelo, la insatisfacción que suele acompañar (al menos por temporadas) al
ser humano. Creo que es un acierto la narración con esa aparente falta de
ambición, o quizás sea que este lector tomó la lectura de esa manera, sin
esperar más que un paseo agradable, y en el fondo es mucho más de lo esperado. La autora,
Dominique Barbéris (Dominique Bouchad es su nombre real), nació en Camerún en
1958 y, tras una carrera en la enseñanza se decidió a lanzarse a la literatura,
faceta que lleva visitando desde 1996, siendo ésta la obra que ha obtenido mayor
reconocimiento, creo que con merecimiento. Una agradable lectura.