miércoles, 2 de marzo de 2022

"Lo pasado no es un sueño", de Theodor Kallifatides

Theodor Kallifatides (Kallifatidis es su apellido verdadero, y esa i se convirtió en una e por un error que nunca llegó a subsanar ya que le gustó la particularidad que le aportaba) es un autor nacido en Grecia y que, como muchos de sus compatriotas, hubo de emigrar en su juventud. En su caso lo hizo a Suecia y tras, como la mayoría de los emigrantes, ocuparse de los trabajos menos cómodos en las localidades en las que habitó, poco a poco fue dedicando más tiempo a lo que él creía que era su talento: escribir.

 

Si tenemos en cuenta que Theodor nació en los años treinta del siglo pasado, será fácil llegar a la conclusión de que ese talento existía y (para mí) es una suerte que tuviese la oportunidad de explotarlo. Tras una extensa y exitosa carrera literaria (escrita en sueco) llegó un momento en el que decidió volver a sus raíces e indagar en quién es, de dónde viene… Y nos hace partícipes de esa búsqueda universal dándonos datos de sus vivencias tanto en Grecia como en Suecia.

 

La historia que nos cuenta en “Lo pasado no es un sueño” comienza cuando, a los ocho años y recién terminada la Segunda Guerra Mundial, parte de la mano de su abuelo desde su pueblo hacia Atenas. Allí se encontrará con sus padres de nuevo, e iniciará un periplo en el que se sintió fuera de lugar la mayor parte de su vida, como portador de una carga (una piedra negra en su imaginación) que fue arrastrando durante muchos años. Y esa historia que comienza a los ocho años termina cuando… ¿por qué te iba a contar el final? No, tendrás que adentrarte en la lectura de este documento, estas memorias parciales noveladas que, si no lo sabes todavía, para mí son una delicia.

 

Es el tercer libro que leo de este autor y, al igual que en los anteriores, (“Madres e hijos” en la que repasa la figura de su entrañable e inolvidable madre y “Otra vida por vivir” en la que cuenta el proceso que le llevó a, en su senectud, escribir por primera vez en su idioma natal) quedo deslumbrado por partida doble: por un lado por la sensatez, por la cantidad de pensamientos “con poso”, cavilaciones de una persona que vale la pena, y por otro lado por la cantidad de joyas literarias en forma de frases destinadas a ser subrayadas, recordadas, a dejar huella.

 

La lectura de esta obra me parece un entrañable (siento repetirme pero es lo que me nace) paseo en el que aprovechamos para “vendimiar” esas frases que deja desperdigadas entre historias de infancia, de juventud, de amoríos y de emigración. Estoy seguro de que muchos autores envidian la capacidad de Kallifatides de engendrar esas bellísimas y redondas oraciones que denotan su pasado y su esqueleto poeta.

 

Estamos, como decía, ante unas memorias noveladas (o una pieza del puzzle que forma su vida, un puzzle que da para contar mucho) y desconozco cuáles son las aventuras auténticas, las exageradas, y las omitidas. Tan solo puedo agradecer el resultado final, agradable y apasionante (me niego a repetir entrañable) y que nos aporta datos de la vida del autor pero también de los momentos políticos y sociales que vivió y que marcaron el siglo pasado: guerra mundial, nazismo, comunismo, guerra civil, exilio, torturas, incomprensión y amenazas… Como en la mayoría de las guerras que ha habido y habrá en este mundo, no hay más que víctimas, ya sean vencedores o vencidos, y una de las mayores víctimas es el raciocinio que lleva a muchas personas (de todos los bandos, vencedores, vencidos, naranjas o amarillos) a enterrar la humanidad y cometer barbaridades en el nombre de su causa.

 

Y esas barbaridades dejan cicatrices (o piedras negras) en millones de personas. Creo que la historia de este autor, lo que nos tiene que contar, es muy interesante y digna de ser escuchada. Además, como ya mencioné, leí también “Madres e hijos” (un libro maravilloso) y durante la lectura supuse y tenía la sensación de que era un homenaje a Antonia, su madre, una vez fallecida. Pues bien, cómo me alegró leer en “Lo pasado no es un sueño” que estaba equivocado y que Antonia pudo leer lo que su hijo escribió sobre ella antes de morir. La verdad, no sé qué tiene este (no, entrañable no, no lo voy a decir) anciano que consigue emocionarme y encogerme el corazón en cada una de las obras escritas por él que llegan a mis manos. Emotivo. Merece la pena.