sábado, 11 de diciembre de 2021

Pseudónimos

 

“Aquí yace Eric Arthur Blair, nacido el 25 de junio de 1903, fallecido el 21 de enero de 1950”. Si te encuentras con una lápida que contiene estas palabras (bueno, realmente está escrita en inglés), casi con toda seguridad te encuentres en un pequeño cementerio de la localidad de Oxfordshire, un condado situado al noroeste de Londres . Seguramente no te llame demasiado la atención un nombre así ni te pares a mirar demasiado, pero  sí lo harías si fueses lector del ocupante de esa sepultura, ya que es el célebre autor de libros como “Rebelión en la granja” o “1984”.

 

Eric decidió evitar publicar con su propio nombre como deferencia hacia su familia, antes de publicar su primera obra, “Sin blanca en París y Londres”, en la que narra algunas de sus propias y duras vivencias en los bajos fondos de dichas ciudades. Después de barajar varios seudónimos, se decidió por George Orwell, tomando el nombre de pila del patrón de Inglaterra, y el apellido de un conocido y querido río. La elección de un apellido cuya inicial es la letra O no fue casual, ya que el escritor pensaba que le otorgaría una posición privilegiada en las estanterías de librerías y bibliotecas.

 

 Perdona por empezar el repaso por algunos de los ejemplos de pseudónimos utilizados en la Literatura de forma tan directa, pero creo que es una relevante muestra de las variopintas razones por las que un libro lleva un nombre que no es el real del autor o de la autora.


Antes de investigar un poco las razones por las que escritores célebres decidieron publicar con pseudónimo, la verdad, no me imaginaba que una de ellas sería la que llevó a George Orwell a exponer menos a su familia, y tener la consideración de hacer que conservasen un anonimato muy cómodo. Sin embargo, no es el único caso, y sabiendo que el padre de nuestro siguiente ejemplo deploraba la idea de que su hijo se dedicase a la poesía, el ahorrarse problemas e incluso la vergúenza (inexplicable) de su progenitor llevó a Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto a adoptar el seudónimo por el que será recordado eternamente: Pablo Neruda.

 

El propio Neruda confesaba haber sido influenciado en gran parte por Gabriela Mistral, poetisa chilena a la que conoció personalmente. Además de esa admiración y de la influencia que ejerció sobre Neruda, Mistral también compartió la necesidad de utilizar un pseudónimo  y adoptó el suyo tomando prestados los nombres de sus poetas preferidos: el poeta italiano Gabriele D`Annurzio y el francés Frédéric Mistral.

 

No sabemos el motivo real por el que decidió firmar con pseudónimo, pero sí sabemos que si llega a utilizar su nombre real hubiese sido más complicado incluirlo en el lomo de un libro, ya que la complicada composición del nombre que aparece en su partida de nacimiento es notoria: Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga.

 

Este último, el escaso atractivo del nombre propio, es uno de los motivos más extendidos entre los escritores en el momento en que deciden firmar con un “falso nombre” o recortar el suyo propio de modo que tenga más posibilidades de ser recordado por el lector. Oscar Fingal O´Flahertie Wills Wilde decidió por dicho motivo obviar parte de su extenso nombre y nosotros lo recordamos como Oscar Wilde.

 

En el año 1895, tras ser acusado de cometer “actos homosexuales”, fue condenado a trabajos forzados durante dos años. A partir de su liberación, el uso de un pseudónimo se convirtió más en una forma de supervivencia, ya que hubo de vivir en París bajo el alias de Sebastian Melmoth.

 

Me gustaría hacer un alto en el camino y formar una especie de grupo o motivo principal para el uso de un pseudónimo. Durante muchos años muchas mujeres hubieron de esconder el hecho de ser mujer para tener más posibilidades (o alguna posibilidad, mejor dicho) de que su obra llegase a ser publicada. Así que, ya fuese por iniciativa propia o por exigencia del editor de turno que apreciaba el texto presentado pero quería apostar por lo seguro.

 

Si os parece pondremos como ejemplo (relevante) el caso de las hermanas Brontë. Hoy día sus nombres son muy conocidos, y Charlotte, Emily y Anne tienen un sitio reservado en la historia de la Literatura. Sin embargo, antes de obtener ese prestigio que hoy conservan, sus nombres y apellidos no eran considerados sinónimo de éxito. De modo que, como decíamos antes, decidieron publicar con pseudónimo masculino. Lo curioso es que las tres eligieron ser supuestos hermanos (todos con apellidos Bell) y respetaron las iniciales de sus nombres para elegir publicar como Currer, Ellis y Acton Bell.

 

Seguramente te vengan a la mente algunos ejemplos más de mujeres que hubieron de publicar con pseudónimo masculino (George Eliot y Fernán Caballero son dos ejemplos más). Sin embargo es posible que no te venga a la mente ningún ejemplo del caso contrario. Bueno, voy a expresarme mejor, ya que si conoces el Premio Planeta de este año sabrás de buena tinta el revuelo que ha causado el que haya sido otorgado el galardón a la autora superventas Carmen Mola. Detrás de ese pseudónimo se esconden tres escritores que, creo, hubiesen tenido menos posibilidades de éxito si se hubiesen presentado como un triunvirato escritor, fuese masculino o femenino.

 

Sin embargo también es posible que te suceda lo mismo que  a mí, y si escuchas el nombre de Yasmina Khadra no te haya pasado por la cabeza nunca que detrás de ese pseudónimo se encuentre el escritor argelino Mohammed Moulesseohul. No sé si te sorprende. Ahora vamos a hacer otro ejercicio de memoria y voy a enumerar una serie de nombres femeninos: Silence Dogood, Alice Addertongue, Caelia Shortface, Martha Careful, Busy Body, Abigail Twitterfield, Betty Diligent, Margaret Aftercast y Polly Baker. Es casi seguro que no conoces ninguno, pero todos y cada uno de esos nombres sirvieron como pseudónimo nada menos que a Benjamin Franklin.

 

No sé qué motivos llevaron o llevan a los editores a publicar los textos de sus autores con pseudónimo femenino. Supongo que el público al que va dirigido un texto tiene mucho que ver, y habrán estudiado las posibilidades de un nombre. Hay géneros en los que podemos encontrar algunos casos, y el primero que quiero traer es el de  Ian Blair, que publica sus novelas románticas adoptando el pseudónimo  Emma Blair.  No es el único caso, ya que en el mismo se encuentran  Hugh C. Rae (Jessica Sterling) o Roger Sanderson, que publica como Jill Sanderson.

 

También podemos encuadrar en motivos editoriales el hecho de que en EEUU se haya estudiado que los apellidos que tienen más posibilidad de éxito son los que comienzan por H, I, J y K, ya que son los que suelen encontrarse a primera vista los visitantes de las librerías. Además, hay editores que sugieren a alguno de sus escritores que usen uno o varios seudónimos para poner a la venta sus obras.

 

Se trata de autores que son capaces de escribir libros a un ritmo alto y producirían saturación entre sus lectores. El escritor Jack Higgins era capaz de terminar un libro en tres meses, y los publicó llegando a usar hasta cinco pseudónimos. Por idéntico motivo Stephen King publicó en alguna ocasión bajo el nombre de Richard Bachman.

 

Difícil de clasificar es el motivo por el cual Charles Lutwidge Dodgson transformó su nombre. Con una brillante carrera como matemático, encontró en la fotografía un hobby con el que logró un notable éxito, y a ello añadió su afición a la escritura, que saciaba enviando cuentos y poesías a ciertas publicaciones, consiguiendo publicar en varias de ellas. El director de una de estas publicaciones, The Comic Times, tras observar una falta de don de gentes en Charles, le aconsejó adoptar un seudónimo.

 

Para ello tomó su nombre y su primer apellido y los latinizó, convirtiendo con ello Charles en Carolus y Lutwidge en Ludovicus. Como si de un juego se tratara, invirtió el orden de dichos nombres y los volvió a convertir al inglés, obteniendo el resultado de Lewis Carroll, con el que todos reconocemos al autor de “Alicia en el país de las maravillas”.

 

Otro caso curioso es el de Samuel Longhorn Clemens, polifacético escritor que trabajó desempeñando multitud de profesiones como pueden ser aprendiz de impresor, piloto de barcos en el río Misisipi, minero o periodista. De una de las profesiones que desempeñó, la de surcar el río Misisipi en esos característicos barcos que no hace falta describir, tomó su seudónimo, concretamente en una expresión que usaban habitualmente los navegantes de la zona. Dicha expresión aludía a que la profundidad del río en esa zona era de dos brazas o más, y , por lo tanto, era navegable. Las dos palabras que expresaban esa idea eran “mark twain”, y con ese nombre fueron firmados libros como “Las aventuras de Tom Sawyer”.

  

El repaso que hemos dado tan solo nos trae algunos ejemplos y alguno de los motivos por los que se usa un pseudónimo. Seguramente haya cientos o miles de motivos, puede que parte de ellos sean consecuencia de algún tipo de discriminación y algunos por motivos simplemente comerciales (no creo que haya que recordar que la Literatura también es un negocio y el empresario busca el mayor beneficio posible). No hay que buscar mucho para encontrar decenas y decenas de personas que, por lo que sea, hubieron de (o eligieron) publicar con un pseudónimo. Alguno de ellos llegó a hacerse eterno. Espero haya sido un repaso agradable.