Así que “Las
gratitudes” nos es narrada con esas dos voces inicialmente (Michka y Marie) y una
tercera que supone el logopeda que asignan a la residente para que le ayude en la
medida de lo posible (Jérome) con las que asistiremos impotentes al inevitable deterioro de
la memoria y del comportamiento de la protagonista. Suponemos desde el inicio que son los
últimos días de la anciana o al menos que el final de su vida no se encuentra muy lejos, pero a pesar de ello y de penosas las circunstancias tal
vez tenga algo pendiente que realizar, y con ello dar una lección a Jérome, a
Marie, y al lector.
Delphine de Vigan
es un nombre que hace tiempo me atraía, que tenía subrayado como futura autora a conocer. A pesar de ello no me había decidido a leerla
hasta el momento (lo que es sorprendente si tenemos en cuenta que en casa tengo un ejemplar de “Nada se opone a
la noche”). La historia (corta) y a priori atractiva, con un título llamativo y
apetecible me obligó a hacerle un hueco entre los títulos que leo este año. Con
ganas y expectativas, con tanto tiempo de espera para conocer a una autora de
la que tan solo escucho bondades, con todo ello acumulado es difícil explicar
que no llegué a conectar con el libro…
No sé qué falla, si es la
narración o es en cambio este lector, para que no haya habido complicidad, y para que en
ningún momento haya podido meterme en la historia. La he leído sin
involucrarme, de manera ajena. Tal vez esperaba un tono más descarnado y me resultó
un tanto edulcorado, y podría añadir también que un pelín previsible. Pero,
insisto, tal vez sea problema del lector y no del texto, un texto presentado
con claridad y con contundencia que nos invita (u obliga) a realizar una
reflexión presentándonos la solución inequívoca a la misma (tal vez eso también
me tuvo un poco fuera, que no hay sitio para que pensemos, sino que asistimos a una
exposición tajante).