lunes, 8 de noviembre de 2021

"Las gratitudes", de Delphine de Vigan

 Michka es una anciana. Vive sola desde hace muchos años y carece de familiares, pero hace tiempo que ya no puede valerse por sí misma. Sin embargo lo último que desea es ser una carga para cualquier otra persona. Habitualmente recibe la visita y la ayuda de Marie, una vecina de su mismo edificio, que le sirve tanto de antídoto contra la soledad (a Michka) como para tener un control de las capacidades (cada vez menos) de la anciana (a Marie).

Tras acumularse una serie de incidentes  que amenazan con ir a más tanto en reiteración como en gravedad y, ante la incapacidad de la joven Marie de hacerse cargo de la situación, no hay más remedio: Michka ha de ingresar en una residencia gerontológica. Como podemos suponer, el hecho de mudarse a la misma es un camino sin retorno, aunque la maltrecha y menguante mente de la protagonista ya no es consciente de ese hecho.

 

Así que “Las gratitudes” nos es narrada con esas dos voces inicialmente (Michka y Marie) y una tercera que supone el logopeda que asignan a la residente para que le ayude en la medida de lo posible (Jérome) con las que asistiremos impotentes al inevitable deterioro de la memoria y del comportamiento de la protagonista. Suponemos desde el inicio que son los últimos días de la anciana o al menos que el final de su vida no se encuentra muy lejos, pero a pesar de ello y de penosas las circunstancias tal vez tenga algo pendiente que realizar, y con ello dar una lección a Jérome, a Marie, y al lector.

 

Delphine de Vigan es un nombre que hace tiempo me atraía, que tenía subrayado como futura autora a conocer. A pesar de ello no me había decidido a leerla hasta el momento (lo que es sorprendente si tenemos en cuenta que en casa tengo un ejemplar de “Nada se opone a la noche”). La historia (corta) y a priori atractiva, con un título llamativo y apetecible me obligó a hacerle un hueco entre los títulos que leo este año. Con ganas y expectativas, con tanto tiempo de espera para conocer a una autora de la que tan solo escucho bondades, con todo ello acumulado es difícil explicar que no llegué a conectar con el libro…

 

No sé qué falla, si es la narración o es en cambio este lector, para que no haya habido complicidad, y para que en ningún momento haya podido meterme en la historia. La he leído sin involucrarme, de manera ajena. Tal vez esperaba un tono más descarnado y me resultó un tanto edulcorado, y podría añadir también que un pelín previsible. Pero, insisto, tal vez sea problema del lector y no del texto, un texto presentado con claridad y con contundencia que nos invita (u obliga) a realizar una reflexión presentándonos la solución inequívoca a la misma (tal vez eso también me tuvo un poco fuera, que no hay sitio para que pensemos, sino que asistimos a una exposición tajante).

 

Delphine de Vigan es una autora francesa que cuenta ya con un buen número de premios y un prestigio que lleva asociado a su nombre. Como curiosidad hay que mencionar que no obtuvo reconocimiento hasta el momento en el que se publicó su cuarta novela (No y yo), allá por el año 2007. Hasta ese momento, al parecer, tuvo que escribir cada noche en los ratos libres que le dejaba su empleo. Su estilo es un tanto particular y se vale en cierta medida de sus vivencias personales, como demuestran varios de sus títulos Estoy seguro de que volveré a la autora y, tal vez con menos ansia por leerla, el resultado sea más satisfactorio. De todos modos he de recalcar que es un libro que gusta y mucho, y que seguramente a la mayoría de los que os decidáis a leerlo no os suceda lo mismo que a mí y podáis disfrutarlo en plenitud.