domingo, 19 de abril de 2020

"Annie Hall", de Woody Allen


Alvy Singer es un neoyorquino que acaba de cumplir cuarenta años, y decide hacer un repaso a la relación que mantiene con Annie Hall, su última pareja. Una vez finalizada la relación amorosa nos desgrana desde el inicio cada fase de su enamoramiento y cómo se fue evaporando, con los diferentes motivos que llevaron a ambos a la nueva situación, que mantiene un halo de incertidumbre muy presente en toda la narración.

Así, entre alguna que otra risa y alguna que otra reflexión más o menos disparatada y más o menos fundada, conoceremos a Annie durante un partido de tenis, y descubrimos esa explosión química en el cerebro de nuestro protagonista que hará que Annie (aspirante a cantante, singer en el inglés original como el apellido de Alvy) ocupe inmediatamente el corazón de Alvy; además se trata de un corazón un poco arrugado tras haber fracasado en sus dos matrimonios anteriores. Con la relación amorosa de nuestra pareja (una de las preferidas, seguramente, de la historia del cine) de fondo conoceremos un poco de la vida en el Nueva York decadente de la década de los setenta, en esa ciudad tan deprimente como el protagonista de nuestra historia.


Si sigues la filmografía de Woody Allen seguramente “Annie Hall” es uno de los títulos que te vienen inmediatamente a la cabeza al elegir entre un puñado de sus películas las mejores de todas ellas. A mí, al menos, me sucede tal cosa y no me resulta sencillo reprimir una sonrisa al recordar alguna de las escenas de la película que le otorgó al peculiar director nada menos que cuatro Oscar de la Academia, entre ellos el galardón a la Mejor Película, al Mejór Guion original y al mejor Director. El cuarto fue un merecido premio para Diane Keaton, actriz por entonces pareja del actor, guionista y director y que aportó un personaje tan inolvidable como su vestuario (como curiosidad hay que decir que tan personal  vestuario era propio de la actriz). De todos modos, el costumbrista Allen no acudió a recoger los premios, ya que prefirió seguir con su tradición de tocar el clarinete con su banda como todas las semanas en un local de Nueva York.

Pues bien, la reseña que hoy traemos es precisamente sobre el segundo de los premios que hemos mencionado: El Mejor Guion original. Y es que la historia que traemos es lo que Woody Allen (con la colaboración de Marshall Brickman, que participó además de en éste, por el que compartió el Oscar con Allen, en algún otro guion del pequeño genio) utilizó para llevar a la pantalla la historia de Annie Hall.

Al estar en formato guion, nos encontramos con un ritmo de lectura vertiginoso y en el que podemos dar a las reflexiones y los chistes el tiempo que necesitan. Creo que este último punto necesita una explicación algo mejor que la que ha recibido: sentado en una butaca en el cine, o en el sillón de casa, es más sencillo que se nos pasen por alto algunas cosas, ya sea porque nos estamos riendo y, antes de volver a prestar atención de nuevo, ya se está desarrollando otra situación en pantalla, o porque estamos distraídos por alguna de las miles de cosas que nos pueden distraer.

Leyendo el guión de “Annie Hall” (y supongo que cualquier otro, ya que es literalmente el primero que leo en este formato) no nos perdemos ninguno de esos detalles y le damos a todos ellos la importancia que los autores quisieron dar. Sin embargo en absoluto has de ser seguidor de Woody Allen ni de su cine, ni mucho menos haber disfrutado de la película para disfrutar del guion que hoy traemos y que nos proporcionó un par de horas de sonrisas y alguna que otra risa que, en los tiempos que estamos viviendo, no vienen nada mal. Recomendable.