Alvy Singer es un
neoyorquino que acaba de cumplir cuarenta años, y decide hacer un repaso a la
relación que mantiene con Annie Hall, su última pareja. Una vez finalizada la
relación amorosa nos desgrana desde el inicio cada fase de su enamoramiento y
cómo se fue evaporando, con los diferentes motivos que llevaron a ambos a la
nueva situación, que mantiene un halo de incertidumbre muy presente en toda la
narración.
Así, entre alguna
que otra risa y alguna que otra reflexión más o menos disparatada y más o menos
fundada, conoceremos a Annie durante un partido de tenis, y descubrimos esa
explosión química en el cerebro de nuestro protagonista que hará que Annie (aspirante a cantante, singer en el inglés original como el apellido de Alvy) ocupe inmediatamente el corazón de Alvy; además se trata de un corazón un poco
arrugado tras haber fracasado en sus dos matrimonios anteriores. Con la
relación amorosa de nuestra pareja (una de las preferidas, seguramente, de la
historia del cine) de fondo conoceremos un poco de la vida en el Nueva York
decadente de la década de los setenta, en esa ciudad tan deprimente como el
protagonista de nuestra historia.
Si sigues la
filmografía de Woody Allen seguramente “Annie Hall” es uno de los títulos que
te vienen inmediatamente a la cabeza al elegir entre un puñado de sus películas
las mejores de todas ellas. A mí, al menos, me sucede tal cosa y no me resulta
sencillo reprimir una sonrisa al recordar alguna de las escenas de la película
que le otorgó al peculiar director nada menos que cuatro Oscar de la Academia, entre
ellos el galardón a la Mejor Película, al Mejór Guion original y al mejor
Director. El cuarto fue un merecido premio para Diane Keaton, actriz por
entonces pareja del actor, guionista y director y que aportó un personaje tan
inolvidable como su vestuario (como curiosidad hay que decir que tan
personal vestuario era propio de la
actriz). De todos modos, el costumbrista Allen no acudió a recoger los premios, ya que prefirió seguir con su tradición de tocar el clarinete con su banda como todas las semanas en un local de Nueva York.
Pues bien, la
reseña que hoy traemos es precisamente sobre el segundo de los premios que
hemos mencionado: El Mejor Guion original. Y es que la historia que traemos es
lo que Woody Allen (con la colaboración de Marshall Brickman, que participó además
de en éste, por el que compartió el Oscar con Allen, en algún otro guion del
pequeño genio) utilizó para llevar a la pantalla la historia de Annie Hall.
Al estar en formato
guion, nos encontramos con un ritmo de lectura vertiginoso y en el que podemos
dar a las reflexiones y los chistes el tiempo que necesitan. Creo que este
último punto necesita una explicación algo mejor que la que ha recibido:
sentado en una butaca en el cine, o en el sillón de casa, es más sencillo que
se nos pasen por alto algunas cosas, ya sea porque nos estamos riendo y, antes
de volver a prestar atención de nuevo, ya se está desarrollando otra situación
en pantalla, o porque estamos distraídos por alguna de las miles de cosas que
nos pueden distraer.
Leyendo el guión de
“Annie Hall” (y supongo que cualquier otro, ya que es literalmente el primero
que leo en este formato) no nos perdemos ninguno de esos detalles y le damos a
todos ellos la importancia que los autores quisieron dar. Sin embargo en
absoluto has de ser seguidor de Woody Allen ni de su cine, ni mucho menos haber
disfrutado de la película para disfrutar del guion que hoy traemos y que nos
proporcionó un par de horas de sonrisas y alguna que otra risa que, en los
tiempos que estamos viviendo, no vienen nada mal. Recomendable.