El escenario en el
que se desarrolla la mayor parte de esta novela se sitúa geográficamente en una
aislada granja de la agreste Islandia durante la primera parte del siglo XIX.
Como podemos imaginar, el escenario es ciertamente hostil. En dicha granja
reciben la noticia de que, debido a que el hombre de la familia tiene un cargo
de alguacil han sido elegidos para alojar a una huésped muy especial: Agnes (el
apellido voy a ahorrármelo, ya que no creo ser capaz de escribirlo).
Para ellos, a pesar
de que económicamente les supondrá una ayuda y, además, Agnes servirá con su
trabajo como criada, supone un verdadero contratiempo al que se oponen de la
manera que pueden. ¿Por qué? Porque Agnes es una de las autoras de un espeluznante crimen
que acabó con la muerte de dos hombres. La deshonra que supondrá convivir con
una asesina será una losa para cada uno de los habitantes de la granja. El
motivo de que se traslade a Agnes es que
el coste es menor que el de enviarla a una prisión en Copenague, la capital de la que depende
la isla.
Además, será una
situación transitoria, ya que Agnes está condenada a muerte.
Día a día recibe el
desprecio de prácticamente cada miembro de la familia, lo que supone para ella
una condena de difícil digestión, aunque el duro trabajo que desarrolla le
evita pensar demasiado. Tan solo recibirá la visita de Tòti, un aspirante a
reverendo que resultó elegido por ella para que guíe su alma en sus últimos días, semanas o meses de vida (la fecha del cumplimento de la sentencia es incierta) y la prepare para el momento de su ejecución.
La autora utiliza
varias voces cuya mezcla al inicio de la novela nos otorga un ritmo muy
particular: incluye en la narración un cóctel de la tercera persona omnisciente
con la primera persona de nuestra protagonista, y algunos documentos que nos
van otorgando datos veraces de los hechos sucedidos. Como decía, al inicio del
libro resulta una mezcla muy refrescante, pero a medida que avanza en ocasiones
se aprecia una especie de abuso de dicho recurso, lo que coincide con la
necesidad de conocer más y más de la historia.
“Ritos funerarios”
es el debut literario de Hannah Kent, autora australiana que obtuvo un buen
éxito. Por momentos se nota precisamente ese hecho, que era una debutante, pero
debido a su ambición, su (imagino) titánico trabajo de investigación para
mostrarnos costumbres y una cuidada ambientación que logra que sintamos el frío
en nuestro propio rostro y que suframos la virulencia de la preciosa naturaleza
islandesa, creo que es una novela que merece una oportunidad.
Además, dichas
costumbres nos resultarán chocantes si tenemos en cuenta que puede resultar
anacrónico que la mayor parte de la población sea culta a esas alturas de la
historia pero realmente la alfabetización era prácticamente universal en
Islandia hace ya dos siglos. En esa sociedad existía además un profundo sentimiento religioso que tenía una relación complicada con diversas supersticiones.
Hemos de recalcar
que es una historia real novelada y trata sobre la ejecución de la última de las mujeres que fue ejecutada en la isla entonces danesa y hoy el país Islandés. En estas páginas nos situamos en diversos escenarios
reales (y algunas granjas siguen existiendo incluso con el mismo nombre); además el viajero puede llegar a visitar lugares como el de la ejecución de nuestra protagonista. A pesar de que el tiempo que ha transcurrido varía la visión de la realidad se basa en personajes reales aunque sus pensamientos y relaciones interpersonales no son más
que producto de la imaginación de una autora a la que habrá que tener en cuenta
en próximas lecturas.