Según el diccionario de la R.A.E.
una trenza es un “conjunto de tres ramales que se entretejen, cruzándolos
alternativamente.” Hay títulos que nos sugieren el contenido de una novela, y
éste se puede considerar uno de ellos.
En “La trenza” nos son presentadas tres historias que se entretejen, cada
una de ellas con un personaje (femenino) y un escenario muy diferente, cruzándose
alternativamente desde el inicio hasta el final. Smita es una joven india que
pertenece a la casta de los intocables o “dalit”, a la que pertenece una de
cada seis personas en su país (en total unos 170 millones). Los dalit se ocupan
de los trabajos menos agradables, y sus descendientes heredan esos trabajos y
esa casta, lo que los obliga desde que nacen a estar en la parte más baja de la
sociedad.
Smita, nuestra protagonista, para
subsistir ha de entrar en silencio y a escondidas en las letrinas de las
viviendas de las clases superiores de su pueblo (todas ellas) y retirar con sus
propias manos y la única ayuda de un cesto los excrementos que se acumulan en
dichos depósitos. A pesar de ser consciente de la inevitabilidad de su destino,
Smita se opone a que su pequeña hija, de tan solo seis años, viva condenada a
la misma vida que ella.
A miles de kilómetros de la
India, en la capital de la mayor isla del Mar Mediterráneo vive Giulia, una
joven siciliana que trabaja en su taller familiar en Palermo. Ahí, desde hace
generaciones, se dedican a recoger a cambio de unos pequeños obsequios el pelo
de sus habitantes, y utilizarlo con maestría para crear diferentes pelucas y
extensiones, que poseen un merecido prestigio en el mercado. Sin embargo, tal
vez el futuro de la profesión no sea muy prometedor, lo que se convertirá en
una preocupación para Giulia.
Por último, y tras un salto de
nuevo de miles de kilómetros, nos trasladamos a uno de los más grandes países
del mundo, Canadá, para conocer a Sarah. Nuestra tercera y última protagonista
vive por y para su trabajo, en un prestigioso bufete de abogados de Montral en
el que, todo parece apuntar a eso, pronto se convertirá en uno de los socios,
con lo que tendrá asegurado un futuro profesional absolutamente deslumbrante.
Para conseguirlo hubo de sacrificar su vida personal, y dar prioridad cada uno
de sus días a su trabajo.
En la trenza que la autora va
tejiendo vemos a tres mujeres tan diferentes como las sociedades y los
escenarios en los que viven. Cada una ha de afrontar a su manera las
dificultades que se le presentan, y con ellas iremos aprendiendo la fuerza que
tiene el ser humano para superar las adversidades, siendo a su modo cada una un
ejemplo de resiliencia. A mi modo de ver, la autora acierta al alternar las
historias, a priori independientes, otorgando a la lectura una agilidad muy de
agradecer. Además, como es una novela corta, en ningún momento se me hizo
tediosa la lectura, sino todo lo contrario.
Hay títulos a los que la etiqueta
de “éxito editorial” o de ventas sienta bien, y resisten la avidez de todo tipo
de lectores. Teniendo en cuenta que “La trenza” puede considerarse tal cosa,
creo necesario recalcar que, en mi opinión, no encaja con ese tipo de lectura
que agradará a prácticamente todo el mundo. Lo mejor, como me sucede con todos
y cada uno de los libros que me decido a leer, es decidirse por las sensaciones
que nos ofrece el libro. La autora, la francesa Laetitia Colombani, es actriz, guionista y directora de cine. Su debut literario es el que traemos hoy, y hubo de suponerle cierto vértigo los cientos de miles de ejemplares vendidos, además de algún premio.
“La trenza” me llamó en varias ocasiones para ponerse
en mi lista de lecturas, ofreciéndome reservas en casi todas ellas. Sin
embargo, el momento en el que decidí leerlo fue sin duda el adecuado, lo que lo convirtió en una lectura muy
provechosa, independientemente de si vendió dos ejemplares o dos millones. Como
cada libro, juzguémoslo por lo que nos regala en formas de sensaciones y no por el éxito que tenga, el que esté en muchas o pocas recomendaciones o lo que hayamos oído o leído de él.