El mundo en el que vivimos se
mueve en una constante y a veces vertiginosa velocidad, una evolución sin pausa que arrastra a las sociedades
que lo forman. Sin embargo cada una de estas sociedades avanza de forma diferente, a su propio ritmo y, si
nos centramos en un solo país, es sorprendente observar cómo aspectos que hoy día son
verdades irrebatibles un par de décadas atrás eran supuestos impensables. Es más que probable que recordar costumbres pasadas haga que
algunas personas se sonrojen por la forma de actuar (aunque fuese colectiva)
que tenían en el pasado.
Afortunadamente en la actualidad las preferencias
sexuales de las personas están siendo en muchas sociedades más aceptadas como
lo han de ser (como una elección privada que atañe a dos personas) y no como lo
eran hasta hace poco. En el tema del que queremos hablar hoy, el de la
identidad sexual y el de las relaciones amorosas diferentes a la aceptada
mayoritariamente durante toda la historia, la persecución milenaria que han
sufrido las personas con esas características da muestras de estar en vías de
extinción (de manera más lenta de lo deseable).
Paradójicamente, al mismo ritmo al
que en la sociedad se va aumentando el porcentaje de personas más razonables en
muchos aspectos, con la llegada de las redes sociales las personas más
radicales, más intolerantes y menos transigentes encuentran un gran altavoz con
el que descargar sus desprecios y opiniones prescindibles y, con ello, hacer
más daño del que deberían. Seguramente sea complicado ponerse en la piel de las
personas que son objetivo de esas opiniones malintencionadas, y que seguramente
lleven sufriendo algo similar durante gran parte de su vida.
El contexto al que nos referimos,
el actual, es seguramente el mejor (ni mucho menos el ideal) que han tenido que
afrontar las personas cuya sexualidad no encaja con el concepto tradicional de
ésta, el concepto que viene impuesto desde hace tanto tiempo por las diferentes
religiones. Como estamos hablando desde una página de Literatura, nuestra
intención es exponer de alguna manera lo complicado que ha sido para algunos
escritores y escritoras ser reconocidos públicamente como LGTB o el tener que ocultar sus sentimientos durante toda su vida para no ser vilipendiados.
El primer personaje (así actuaba
el autor en público, como un personaje irónico y mordaz) que vamos a recordad
es a Oscar Fingal O´Flahertie Wills Wilde, o como mundialmente se le recuerda,
al dublinés Oscar Wilde. Tras una vida amorosa un poco convulsa, Wilde se casó
con la joven Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos. Oscar tuvo una exitosa
carrera literaria y se codeaba con las más altas esferas de la sociedad
británica del siglo XIX. Cuando estaba en la cima de su celebridad fue
publicada una carta titulada: “Para Oscar Wilde, aquel que presume de
sodomita.”
El autor de tal misiva era el
marqués de Queensberry, John Sholto Douglas, y el motivo era la cercana amistad
que Wilde mantenía con su hijo, lord Alfred Douglas. Realmente entre Alfred y
Oscar existía una relación amorosa, lo cual en la sociedad de entonces era una
deshonra para una persona tan eminente como el marqués. A raíz de la
publicación de esta carta, Wilde demandó al marqués por calumnias.
Perdió el juicio y, en medio de
un clima de asfixiante moralidad su demanda tuvo un efecto boomerang y en su regreso fue sometido a un segundo juicio, en el que se
le acusó de “sodomía” (delito por aquel entonces) y grave amoralidad. En esta
ocasión sí hubo un condenado, y Oscar Wilde pasó los dos años más duros de su
vida en la cárcel de Reading. Tras salir de ella, su vida dio un cambio radical
pasando a ser una persona proscrita. Su esposa se separó (aunque no se divorció
de él) y pasó a no dejarle ver a sus hijos, a los que llegó a cambiar de
apellido para que no fuesen relacionados con Wilde. Decidió vivir en París bajo el pseudónimo de Sebastian Melmoth, en
medio de una existencia decadente entre el alcoholismo y la enfermedad. Murió
con 46 años.
Una sociedad muy diferente fue en
la que vivió Virginia Woolf unos años más tarde. En su entorno social no
estaban mal vistas las relaciones entre personas del mismo sexo, y las
aventuras amorosas en Bloomsbury eran aceptadas con libertad y naturalidad.
Lejos de ser señalados, el ambiente propiciaba una especie de promiscuidad
tolerada. El esposo de Virginia, Leonard, era un buen compañero de vida y
formaban una pareja muy bien avenida, aunque jamás sintió deseo sexual por su
esposo.
En medio de aventuras más o menos
importantes, Virginia terminó enamorándose de Vita Sackville-West, una
escritora como ella que despertó primero su interés, luego su deseo y
finalmente el amor. Iniciaron una relación intensa en la que estaba descartada
la convivencia, pero los encuentros eran habituales y satisfactorios. El amor
se convirtió poco a poco en una amistad inquebrantable y, tras escribirse una a
otra, Virginia Woolf se basó en Vita para escribir la que, probablemente, sea
su obra cumbre: “Orlando”.
La relación entre Vita y Virginia
produjo un estado en ésta en el que desarrolló lo mejor de su carrera
literaria. Como es conocido, desde la adolescencia Virginia padeció un
trastorno bipolar que la mantuvo cautiva de una depresión que solo la
abandonaba en determinadas temporadas. En un fuerte brote de esa depresión, la
autora se sintió sin fuerzas de continuar, llenó los bolsillos de su abrigo de
piedras y se arrojó al río Ouse, acabando así con su vida y abandonando un cuerpo
que no sería encontrado hasta semanas después.
Hay autores que se convierten en
un símbolo o icono por su valentía a la hora de afrontar su sexualidad y
combatir la represión que históricamente sufrieron los colectivos que hoy
visitamos. Uno de ellos sin duda es el excelente poeta norteamericano Walt
Whitman (es difícil olvidad a Robin Williams recitando en “El club de los
poetas muertos” el poema “¡Oh capitán! ¡Mi capitán!” que Whitman dedicó a
Abraham Lincoln).
Tal vez no sea necesario señalar
que la Literatura no tiene el género del autor o autora, que es algo más
universal, y que cada uno de los lectores que visita una obra la visita a su
manera, sacando las conclusiones propias y diferentes a las de los demás. Así, el
que un autor sea homosexual o heterosexual es indiferente en lo que respecta a
su obra. Hoy estamos recordando a grandísimos autores que serían tan grandes
fuese cual fuese su sexualidad, tal y como hay que reconocer al resto de personas, juzgarlas por sus valores y sus hechos y no por sus preferencias amorosas.
Pero la parte social, el rechazo sufrido en muchas ocasiones y la crítica injusta por su sexualidad es lo que queremos
destacar en estas líneas. Whitman escribió sobre relaciones homosexuales pero,
debido a la censura y lo impactante de lo que quería expresar, los editores
debieron utilizar trucos para llevarlo a cabo. Por ejemplo, en la colección
poética “Obras de hierba”, la explícita sexualidad llegó a ser denominada como
obscena y fue fruto de diversas correcciones, entre las que cabe destacar la
sustitución de los pronombres personales originales que figuraban como “él” por
el más aceptable entonces “ella” (he/she) además de las sustituciones de los
“his” por los “her”.
Con todo, la grandeza del autor
sobrevive todavía a ello y, además de ser un referente para los colectivos LGTB
también lo es para la poesía universal. Para que nos hagamos una idea, Federico
García Lorca dedicó en su momento una “Oda a Walt Whitman”, en la que se juntan
dos de las figuras icónicas a las que nos referimos en este artículo.
El poeta más universal que dio
nuestro país en el siglo XX sufrió de una u otra manera durante toda su vida
por su sexualidad. En un tiempo tan retrógado como el que le tocó vivir el
hecho de ser homosexual era sinónimo de exclusión por la mayor parte de la
sociedad. Por ello tuvo una lucha interior durante su juventud en la que
intentaba “combatir” su condición. Su familia nunca aceptó ese hecho y él se
empeñó en intentar minimizar las
habladurías que producía en su ciudad para perjudicar lo menos posible a sus familiares.
Sin embargo durante su estancia
en Nueva York vivió una especie de liberación, pasando de un entorno severo a
otro más permisivo (para la época). Al regresar a España regresó con una
actitud diferente y, por ello, hubo de sufrir humillaciones incluso en la
prensa, que insistía por ejemplo en cometer erratas al escribir su nombre y aparecía como
Federico García-Loca. Además, a la mayor parte de los intelectuales se les
identificó con las ideas izquierdistas (él no solía inmiscuirse en política) y
por ello tuvo una persecución por parte de la derecha más radical, la que
estaba instaurada en las instituciones.
Así, tras el levantamiento militar
que dio paso a la Guerra Civil Española se encontró en el lado sublevado, y ya
en los primeros días fue detenido. Se le acusó de espiar en favor de la
inteligencia rusa, además de ser acusado de homosexual. Fue asesinado bajo esas
acusaciones y fue enterrado en una fosa común que, a día de hoy, todavía no ha
sido localizada.
El siguiente personaje que
visitaremos es uno de los más geniales escritores que ha dado la literatura:
Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust. De físico débil desde el mismo día
de su nacimiento, sufrió una educación sobreprotectora por parte de su madre,
lo que hizo que se convirtiese en un adulto temeroso y quebradizo. De un intelecto
brillante, que le llevó a lograr licenciarse en tres carreras universitarias
diferentes y una cultura literaria descomunal, su inseguridad hizo que ocultase
su homosexualidad durante toda su vida. Además, sus convicciones religiosas
suponían un lastre a la hora de aceptar su propia sexualidad.
Tal fue el afán por ocultar ese
hecho que, cuando un periodista publicó que Marcel Proust mantenía una relación
con otro hombre, decidió retarlo a un duelo a vida o muerte para defender un
honor en el que creía y que, sabía, se evaporaría en caso de que se diese por
hecho que aceptaba ese artículo como cierto. El sujeto en cuestión, Jean
Lorrain, ere un individuo capaz de indagar en los ambientes más sórdidos para
dar pábula a los cotilleos más malintencionados (tendría un lugar eminente en
el periodismo de hoy en día, mucho me temo).
El duelo llegó a celebrarse, y
ambos eligieron la pistola como arma a emplear. A pesar de haber disparado
antes, Proust no acertó con su tiro. En la réplica que le dio Lorrain también
hubo un fallo de puntería que evitó que hubiese víctimas y se dio por
restaurado el honor de ambos contendientes. Además de este duelo, Proust
combatió todos y cada uno de los ataques que mencionaban su sexualidad hasta su
muerte, y tan solo se vio confirmado lo que tantas veces había ocultado tras la
publicación de unas cartas de modo póstumo. Así que, tal y como él pretendía,
el escritor que nos trajo la magdalena más famosa de la Literatura murió en
medio de su negación.
No puedo dejar de incluir en una
lista de grandes autores que sufrieron de un modo u otro la incomprensión hacia
su sexualidad a uno de mis escritores preferidos, el enorme autor japonés Yukio
Mishima. El escritor, intenso en todas sus facetas, incluyó en alguna de sus
obras la tendencia homosexual que él mismo poseía, aunque lo hizo siempre de
una manera trágica y problemática. Defensor acérrimo de los valores
tradicionales de su país (de un modo tan extremo que murió practicando el rito
seppuku) Mishima tenía ideas fascistas, y nunca mencionó nada acerca de su
sexualidad. Al parecer, tan solo daba rienda suelta a esta faceta cuando salía
de viaje promocional fuera de los cientos de islas que forman su país.
En la lista de autores LGTB
aparecen nombres tan ilustres como los anteriores, y en ella podemos ver a
Vicente Aleixandre, Truman Capote, D.H. Lawrence, Hans Christian Andersen,
Herman Melville, Gabriela Mistral, Carson MacCullers o Graham Greene.
Como decíamos antes, no hay que
diferenciar entre los escritores por el tipo de sexualidad de la que disfrute
en su vida, sino que hay que diferenciarlos por la calidad de su obra. Hoy
hemos visto unos ejemplos de autores que, al igual que millones de personas
anónimas, hubieron de sufrir de diferentes maneras ataques y el desprecio de la
intolerante sociedad. Afortunadamente en algunas sociedades de hoy no sufren en
la misma medida las penurias de los enumerados (no en la misma medida pero sí
en alguna medida) y hemos de avanzar poco a poco para que llegue el momento en
el que no haya que recurrir a símbolos en la lucha por derechos básicos de las personas.