lunes, 15 de octubre de 2018

Escritores LGTB



El mundo en el que vivimos se mueve en una constante y a veces vertiginosa velocidad, una evolución sin pausa que arrastra a las sociedades que lo forman. Sin embargo cada una de estas sociedades avanza de forma diferente, a su propio ritmo y, si nos centramos en un solo país, es sorprendente observar cómo aspectos que hoy día son verdades irrebatibles un par de décadas atrás eran supuestos impensables. Es más que probable que recordar costumbres pasadas haga que algunas personas se sonrojen por la forma de actuar (aunque fuese colectiva) que tenían en el pasado.

Afortunadamente en la actualidad las preferencias sexuales de las personas están siendo en muchas sociedades más aceptadas como lo han de ser (como una elección privada que atañe a dos personas) y no como lo eran hasta hace poco. En el tema del que queremos hablar hoy, el de la identidad sexual y el de las relaciones amorosas diferentes a la aceptada mayoritariamente durante toda la historia, la persecución milenaria que han sufrido las personas con esas características da muestras de estar en vías de extinción (de manera más lenta de lo deseable).


Paradójicamente, al mismo ritmo al que en la sociedad se va aumentando el porcentaje de personas más razonables en muchos aspectos, con la llegada de las redes sociales las personas más radicales, más intolerantes y menos transigentes encuentran un gran altavoz con el que descargar sus desprecios y opiniones prescindibles y, con ello, hacer más daño del que deberían. Seguramente sea complicado ponerse en la piel de las personas que son objetivo de esas opiniones malintencionadas, y que seguramente lleven sufriendo algo similar durante gran parte de su vida.

El contexto al que nos referimos, el actual, es seguramente el mejor (ni mucho menos el ideal) que han tenido que afrontar las personas cuya sexualidad no encaja con el concepto tradicional de ésta, el concepto que viene impuesto desde hace tanto tiempo por las diferentes religiones. Como estamos hablando desde una página de Literatura, nuestra intención es exponer de alguna manera lo complicado que ha sido para algunos escritores y escritoras ser reconocidos públicamente  como LGTB o el tener que ocultar sus sentimientos durante toda su vida para no ser vilipendiados.

El primer personaje (así actuaba el autor en público, como un personaje irónico y mordaz) que vamos a recordad es a Oscar Fingal O´Flahertie Wills Wilde, o como mundialmente se le recuerda, al dublinés Oscar Wilde. Tras una vida amorosa un poco convulsa, Wilde se casó con la joven Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos. Oscar tuvo una exitosa carrera literaria y se codeaba con las más altas esferas de la sociedad británica del siglo XIX. Cuando estaba en la cima de su celebridad fue publicada una carta titulada: “Para Oscar Wilde, aquel que presume de sodomita.”

El autor de tal misiva era el marqués de Queensberry, John Sholto Douglas, y el motivo era la cercana amistad que Wilde mantenía con su hijo, lord Alfred Douglas. Realmente entre Alfred y Oscar existía una relación amorosa, lo cual en la sociedad de entonces era una deshonra para una persona tan eminente como el marqués. A raíz de la publicación de esta carta, Wilde demandó al marqués por calumnias.

Perdió el juicio y, en medio de un clima de asfixiante moralidad su demanda tuvo un efecto boomerang y en su regreso fue sometido a un segundo juicio, en el que se le acusó de “sodomía” (delito por aquel entonces) y grave amoralidad. En esta ocasión sí hubo un condenado, y Oscar Wilde pasó los dos años más duros de su vida en la cárcel de Reading. Tras salir de ella, su vida dio un cambio radical pasando a ser una persona proscrita. Su esposa se separó (aunque no se divorció de él) y pasó a no dejarle ver a sus hijos, a los que llegó a cambiar de apellido para que no fuesen relacionados con Wilde. Decidió vivir en París  bajo el pseudónimo de Sebastian Melmoth, en medio de una existencia decadente entre el alcoholismo y la enfermedad. Murió con 46 años.

Una sociedad muy diferente fue en la que vivió Virginia Woolf unos años más tarde. En su entorno social no estaban mal vistas las relaciones entre personas del mismo sexo, y las aventuras amorosas en Bloomsbury eran aceptadas con libertad y naturalidad. Lejos de ser señalados, el ambiente propiciaba una especie de promiscuidad tolerada. El esposo de Virginia, Leonard, era un buen compañero de vida y formaban una pareja muy bien avenida, aunque jamás sintió deseo sexual por su esposo.

En medio de aventuras más o menos importantes, Virginia terminó enamorándose de Vita Sackville-West, una escritora como ella que despertó primero su interés, luego su deseo y finalmente el amor. Iniciaron una relación intensa en la que estaba descartada la convivencia, pero los encuentros eran habituales y satisfactorios. El amor se convirtió poco a poco en una amistad inquebrantable y, tras escribirse una a otra, Virginia Woolf se basó en Vita para escribir la que, probablemente, sea su obra cumbre: “Orlando”.

La relación entre Vita y Virginia produjo un estado en ésta en el que desarrolló lo mejor de su carrera literaria. Como es conocido, desde la adolescencia Virginia padeció un trastorno bipolar que la mantuvo cautiva de una depresión que solo la abandonaba en determinadas temporadas. En un fuerte brote de esa depresión, la autora se sintió sin fuerzas de continuar, llenó los bolsillos de su abrigo de piedras y se arrojó al río Ouse, acabando así con su vida y abandonando un cuerpo que no sería encontrado hasta semanas después.

Hay autores que se convierten en un símbolo o icono por su valentía a la hora de afrontar su sexualidad y combatir la represión que históricamente sufrieron los colectivos que hoy visitamos. Uno de ellos sin duda es el excelente poeta norteamericano Walt Whitman (es difícil olvidad a Robin Williams recitando en “El club de los poetas muertos” el poema “¡Oh capitán! ¡Mi capitán!” que Whitman dedicó a Abraham Lincoln).

Tal vez no sea necesario señalar que la Literatura no tiene el género del autor o autora, que es algo más universal, y que cada uno de los lectores que visita una obra la visita a su manera, sacando las conclusiones propias y diferentes a las de los demás. Así, el que un autor sea homosexual o heterosexual es indiferente en lo que respecta a su obra. Hoy estamos recordando a grandísimos autores que serían tan grandes fuese cual fuese su sexualidad, tal y como hay que reconocer al resto de personas, juzgarlas por sus valores y sus hechos y no por sus preferencias amorosas.

Pero la parte social, el rechazo sufrido en muchas ocasiones y la crítica injusta por su sexualidad es lo que queremos destacar en estas líneas. Whitman escribió sobre relaciones homosexuales pero, debido a la censura y lo impactante de lo que quería expresar, los editores debieron utilizar trucos para llevarlo a cabo. Por ejemplo, en la colección poética “Obras de hierba”, la explícita sexualidad llegó a ser denominada como obscena y fue fruto de diversas correcciones, entre las que cabe destacar la sustitución de los pronombres personales originales que figuraban como “él” por el más aceptable entonces “ella” (he/she) además de las sustituciones de los “his” por los “her”.

Con todo, la grandeza del autor sobrevive todavía a ello y, además de ser un referente para los colectivos LGTB también lo es para la poesía universal. Para que nos hagamos una idea, Federico García Lorca dedicó en su momento una “Oda a Walt Whitman”, en la que se juntan dos de las figuras icónicas a las que nos referimos en este artículo.

El poeta más universal que dio nuestro país en el siglo XX sufrió de una u otra manera durante toda su vida por su sexualidad. En un tiempo tan retrógado como el que le tocó vivir el hecho de ser homosexual era sinónimo de exclusión por la mayor parte de la sociedad. Por ello tuvo una lucha interior durante su juventud en la que intentaba “combatir” su condición. Su familia nunca aceptó ese hecho y él se empeñó en intentar minimizar las  habladurías que producía en su ciudad para perjudicar lo menos posible a sus familiares.

Sin embargo durante su estancia en Nueva York vivió una especie de liberación, pasando de un entorno severo a otro más permisivo (para la época). Al regresar a España regresó con una actitud diferente y, por ello, hubo de sufrir humillaciones incluso en la prensa, que insistía por ejemplo en cometer erratas al escribir su nombre y aparecía como Federico García-Loca. Además, a la mayor parte de los intelectuales se les identificó con las ideas izquierdistas (él no solía inmiscuirse en política) y por ello tuvo una persecución por parte de la derecha más radical, la que estaba instaurada en las instituciones.

Así, tras el levantamiento militar que dio paso a la Guerra Civil Española se encontró en el lado sublevado, y ya en los primeros días fue detenido. Se le acusó de espiar en favor de la inteligencia rusa, además de ser acusado de homosexual. Fue asesinado bajo esas acusaciones y fue enterrado en una fosa común que, a día de hoy, todavía no ha sido localizada.

El siguiente personaje que visitaremos es uno de los más geniales escritores que ha dado la literatura: Valentin Louis Georges Eugène Marcel Proust. De físico débil desde el mismo día de su nacimiento, sufrió una educación sobreprotectora por parte de su madre, lo que hizo que se convirtiese en un adulto temeroso y quebradizo. De un intelecto brillante, que le llevó a lograr licenciarse en tres carreras universitarias diferentes y una cultura literaria descomunal, su inseguridad hizo que ocultase su homosexualidad durante toda su vida. Además, sus convicciones religiosas suponían un lastre a la hora de aceptar su propia sexualidad.

Tal fue el afán por ocultar ese hecho que, cuando un periodista publicó que Marcel Proust mantenía una relación con otro hombre, decidió retarlo a un duelo a vida o muerte para defender un honor en el que creía y que, sabía, se evaporaría en caso de que se diese por hecho que aceptaba ese artículo como cierto. El sujeto en cuestión, Jean Lorrain, ere un individuo capaz de indagar en los ambientes más sórdidos para dar pábula a los cotilleos más malintencionados (tendría un lugar eminente en el periodismo de hoy en día, mucho me temo).

El duelo llegó a celebrarse, y ambos eligieron la pistola como arma a emplear. A pesar de haber disparado antes, Proust no acertó con su tiro. En la réplica que le dio Lorrain también hubo un fallo de puntería que evitó que hubiese víctimas y se dio por restaurado el honor de ambos contendientes. Además de este duelo, Proust combatió todos y cada uno de los ataques que mencionaban su sexualidad hasta su muerte, y tan solo se vio confirmado lo que tantas veces había ocultado tras la publicación de unas cartas de modo póstumo. Así que, tal y como él pretendía, el escritor que nos trajo la magdalena más famosa de la Literatura murió en medio de su negación.


No puedo dejar de incluir en una lista de grandes autores que sufrieron de un modo u otro la incomprensión hacia su sexualidad a uno de mis escritores preferidos, el enorme autor japonés Yukio Mishima. El escritor, intenso en todas sus facetas, incluyó en alguna de sus obras la tendencia homosexual que él mismo poseía, aunque lo hizo siempre de una manera trágica y problemática. Defensor acérrimo de los valores tradicionales de su país (de un modo tan extremo que murió practicando el rito seppuku) Mishima tenía ideas fascistas, y nunca mencionó nada acerca de su sexualidad. Al parecer, tan solo daba rienda suelta a esta faceta cuando salía de viaje promocional fuera de los cientos de islas que forman su país.

En la lista de autores LGTB aparecen nombres tan ilustres como los anteriores, y en ella podemos ver a Vicente Aleixandre, Truman Capote, D.H. Lawrence, Hans Christian Andersen, Herman Melville, Gabriela Mistral, Carson MacCullers o Graham Greene.

Como decíamos antes, no hay que diferenciar entre los escritores por el tipo de sexualidad de la que disfrute en su vida, sino que hay que diferenciarlos por la calidad de su obra. Hoy hemos visto unos ejemplos de autores que, al igual que millones de personas anónimas, hubieron de sufrir de diferentes maneras ataques y el desprecio de la intolerante sociedad. Afortunadamente en algunas sociedades de hoy no sufren en la misma medida las penurias de los enumerados (no en la misma medida pero sí en alguna medida) y hemos de avanzar poco a poco para que llegue el momento en el que no haya que recurrir a símbolos en la  lucha por derechos básicos de las personas.