Nuestro personaje en la novela
que recordamos (o descubrimos) hoy es un
anodino Martín Santomé, que comienza a escribir en un diario las impresiones
que le ofrece una vida que está a punto de sufrir un gran cambio: debido a la
cercanía de su cumpleaños número 50, existe una seria posibilidad de una jubilación anticipada (no
sabemos ni él mismo sabe todavía si es deseada o no) funciona como un acicate para hacer un
resumen de lo que lleva vivido.
Nosotros seremos testigos, con
ello, de la narración de los momentos más importantes de una vida gris, sin
brillo, refugiada en el anonimato de una cotidianidad insulsa en la ciudad de
Montevideo en la década de los cincuenta del siglo pasado. Pronto
comprenderemos que el fallecimiento (o muerte) de su mujer Isabel, en cuanto
nació el tercero de sus hijos, cambió para siempre esa existencia de la que ahora
hace balance. Tal vez la falta de ilusión hizo que el día a día en su casa esté
lejos de ser el ideal, y viva instalado desde hace muchos años en el
conformismo.
A medida que vamos leyendo las anotaciones
de su diario, sentiremos cómo (en algunos aspectos el aburrido, exasperante y
decadente) Martín nos despierta poco a poco y discretamente una entrañable
empatía, y de su mano asistiremos a unas agradables reflexiones. Tras una
presentación de la vida de nuestro gris funcionario llegamos al punto más
importante del argumento de la novela, un hecho que hará que Martín se parezca
más que nunca a la persona que realmente es, y sienta como nunca ha sentido en
su medio siglo de vida. Creo que es importante que el argumento sea descubierto
a través del diario de nuestro personaje, y no a través de resúmenes o reseñas,
que a mi parecer quitarían frescura al mismo.
Aun siendo consciente de que
muchas de las personas que lean estas páginas puedan no estar de acuerdo, he de
incluir este libro sin dudarlo en la lista de mis imprescindibles. Y es así
porque es una lectura que se ha instalado completamente en mi interior, una
lectura que he hecho mía (o una lectura me ha hecho suyo) desde bien prontito.
Además, es un libro que se lee con agilidad, lo que me llevó a convertirlo en el
primer libro que leí de nuevo en cuanto llegué a la última página, y que
siempre estará en mi estantería de honor.
No sabría muy bien concretar qué
es lo que tiene de excelente esta lectura, pero tal vez pueda dar unas
pinceladas de lo que os podéis encontrar entre sus páginas: la conversación que
tiene Martín consigo mismo y con sus familiares y conocidos es una conversación
sincera, muy humana, muy profunda, con la que es difícil no identificarse. Es
una narración muy emocional en la que los hechos quedan en un segundo plano, y
las emociones y sentimientos son descritos con maestría. Tal vez sus mayores
virtudes sean por un lado el hecho de incluir personajes normales, que no
destacan sobre los demás, con los que podemos sentir una familiaridad
inmediata, y por otro lado el viaje interior de nuestro antihéroe, que en buen número
de ocasiones nos hará arrancar una reflexión.
Además el talento (el más
conocido) como poeta de Benedetti resalta otorgando a la prosa sencilla y sin
pretensiones toques de belleza inolvidable. Resulta difícil destacar una sola
frase, pero en las páginas de “La tregua” podemos encontrar sentencias como las
siguientes:
-“Ella
me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien
acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa,
ella me daba la mano y eso era amor.”
-“Ojalá te sientas a
la vez protector y protegido, que es una de las más agradables sensaciones que
puede permitirse el ser humano.”
-“De
pronto tuve conciencia de que ese momento, de que esa rebanada de cotidianidad,
era el grado máximo de bienestar, era la Dicha. Nunca había sido tan plenamente
feliz como en ese momento.”
“La tregua” no es, en opinión de
su autor (cuyo nombre completo era Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti), la mejor de sus obras. Desde
luego es algo que pienso averiguar adentrándome en la lectura de alguna de sus otras novelas, pero resultará difícil que otro de sus
libros llegue a tocar mi alma de la forma en la que lo hizo éste. Creo que es evidente el poso que ha dejado la lectura de "La tregua" en mí, pero de todos modos he de terminar diciendo que es una lectura que recomiendo.