En la zona portuaria de Monterrey,
en California, se puede encontrar un incontable mosaico de personajes de lo más
variopinto. En Cannery Row, en las cercanías de la factoría en la que se
enlatan toneladas de sardinas para ser repartidas por todo el país, encontramos
una serie de individuos que viven (o tal vez sea mejor decir sobreviven) de diversas maneras.
En los aledaños de dicha factoría, inmersos en un suburbio con un penetrante olor debido a la actividad pesquera y poblado con cabañas en precario equilibrio y de construcción de fortuna, visitaremos la tienda de comestibles del calculador
Lee Chong; el avispado tendero ha de estar siempre alerta ante los intentos de aprovecharse de
su posible buena voluntad de los visitantes de su comercio. En su almacén, entre multitud de artículos y una repleta libreta de cuentas pendientes, también se encuentra el líquido con el que sus
clientes calman sus ansias: el whiskey más barato que el oriental dueño pudo conseguir, el “Old
Tennessee”, que es conocido popularmente como “Old Tennis Shoes”.
También visitaremos el burdel de
Dora, que honra al estado en el que está situado haciendo referencia
a su bandera (La bandera del oso); como es previsible, dicho local es un imán
para ansiosos marineros de los cercanos muelles siempre dispuestos a dar rienda suelta a sus instintos entre
tragos y tragos del alcohol del que puedan disponer, y las consiguientes
reyertas producidas por los excesos.
Además, conoceremos con detalle al solitario Doc, que
regenta un peculiar negocio (el Laboratorio Biológico de Occidente) en el que nutre
a universidades y laboratorios de animales que él mismo suele recoger para que sean estudiados o diseccionados. A pesar de su carácter taciturno, Doc es una
especie de referente para sus vecinos, al que todos acuden a la hora de pedir
consejo o incluso para que cuide de su salud durante los brotes de enfermedades
(“Todo el que lo conocía quedaba en deuda con él. Y todo el que pensaba en él
inmediatamente sentía: realmente tengo que hacer algo bueno por Doc”).
Por último, encontramos un local
abandonado en el que Mack y sus compinches deciden crear una especie de hogar.
Vagabundos, bebedores, ladrones, pendencieros y buscavidas conviven en un lugar
en el que la hay una jerarquía en la que Mack se encuentra en lo más alto y en el que la camaradería hace
posible que sobrevivan con algunos dólares conseguidos de las maneras más
extrañas. En el barrio dicho local será conocido como “El Palacio”.
En “Cannery Row” o “Los arrabales
de Cannery” nos encontramos a un John Steinbeck (puedes consultar en esta misma página su reseña) tal vez en la plenitud de su período
creativo. Habiendo ya publicado algunas de sus obras más representativas y
habiendo obtenido ya sus primeros éxitos, que ayudaron a que fuese uno de los
galardonados con el Premio Nobel de Literatura, en esta obra nos ofrece un
compendio de sus virtudes: el dar voz a los desfavorecidos en situaciones muy
comprometidas y en el escenario de la Gran Depresión, pero dotando a sus personajes de una humanidad inconfundible,
unas descripciones tanto de personas como de lugares brillantes y certeras y sin regocijarse en la desgracia y la miseria.
En nuestro suburbio vemos cómo aparecen y
desaparecen multitud de personajes, (alguno de ellos nos acompaña tan solo durante unas líneas) dejándonos a su paso anécdotas de todo tipo,
salpicadas con un humor que no puede dejar indiferente a nadie. De hecho, la
historia que cuenta es lo de menos y, sin duda, lo menos representativo. Tal
vez la mejor manera de describir lo que puedes encontrar en este libro sea
compararlo con el líquido que Eddie, un camarero habitante de “El Palacio”
aportaba a su comunidad: cada día acudía con una garrafa llena de restos de
licores de vasos olvidados y fondos de botellas en la que el sabor resultante
era una sorpresa, pero satisfacía sobremanera a sus compañeros.
Así, a dulces y agradables sorbos,
podemos disfrutar del talento innegable de uno de los más aclamados autores del
siglo pasado (y no puedo negar que uno de mis autores preferidos desde hace
muchos años). A veces, al adentrarme en la obra de Steinbeck, en sus obras menos
conocidas, me entran dudas sobre si disminuirá mi afición a sus escritos. Pues
bien, con “Cannery Row” mi admiración no
hace sino dar pasos de gigante a su favor.
Hay autores que tienen algunas obras memorables (las de Steinbeck han de ser "De ratones y hombres", "Las uvas de la ira", la deliciosa novela corta "La perla" y tal vez "Al este del edén") y el resto de su obra alcanza un nivel inferior. Si os acercáis a la obra de este autor encontraréis novelas en segundo plano que, aunque no alcanzaron los éxitos de las anteriores, sin dudas son dignas de ser leídas y recordadas, en las que derrocha un talento que a mí personalmente me deslumbra. Publicada en 1945, nueve años después se volvió a acercar a este barrio y recuperó a algunos personajes para ofrecernos "Dulce jueves", que será una de mis próximas lecturas.