Andreas Pum es un veterano de
guerra que pasa sus días en un sanatorio en el que se encuentran multitud de
hombres que, como él, sufren secuelas tras haber participado en la I Guerra
Mundial. Pese a haber sido mutilado y perdido gran parte de una de sus piernas,
Andreas siente ese hecho como una especie de ofrenda que su fervoroso
patriotismo y su intachable e incorruptible buena conducta ofreció a su país y
a sus compatriotas.
En el momento del importante reconocimiento médico y, en consecuencia, recibir el alta
en el sanatorio le es concedida a Andreas una ansiada por todos incapacidad permanente y, gracias a ésta, una
licencia con la que podrá realizar
actividades en público oficialmente. Además de ello, el antiguo paciente recibe una condecoración por su participación en la guerra que se convertirá,
sin duda, en su mayor orgullo.
Para aprovechar la licencia que le ha sido
concedida, y tras sopesar las distintas posibilidades que le ofrece tan exigua recompensa, Andreas decide comprar un organillo con el que amenizará la vida de
su ciudad. Las ocho melodías que contiene el organillo son usadas para
diferentes actos de ciudadanos que ofrecen sus propinas a nuestro veterano, que
pronto adquirirá destreza en el manejo de la manivela.
Tan sencilla y humilde vida que
juguetea a ojos del lector con la más absoluta de las miserias sirve a Andreas para estar
orgulloso de sí mismo, orgulloso de formar parte del estado, y de sentirse como
el recto servidor de leyes y principios morales que siempre fue. Además, en una
de sus tardes de trabajo recibe el penoso encargo por parte de Katharina Blumich (una mujer que
acaba de enviudar) para que ofrezca una conmovedora melodía en el funeral de su esposo. Entre
ellos se establece una rápida relación que lleva a Andreas a ocupar con mayor
celeridad de la esperada y soñada el papel de segundo esposo de Katharina y asimismo las labores de padrastro de la pequeña Anna.
Su avispada esposa, tras sopesar la manera en la que mejorar los ingresos familiares, decide comprar un burro a Andreas con el que tener acceso a más lugares con su organillo. Andreas no puede ser más feliz. La vida parece dedicarle una sonrisa eterna, que se dibuja en su propia cara. Sin embargo, un incidente fortuito pasa a complicarlo todo
y a hacer que se plantee todas sus convicciones y la visión que tiene de sí mismo,
de las demás personas, del funcionamiento del estado e incluso de sus creencias
religiosas. Desde ese momento la lectura nos sume en una especie de estado de
ensoñación en la que la realidad se funde con la imaginación un tanto
angustiosa del protagonista.
El hecho de encontrarse con un autor como Joseph
Roth es una de tantas sorpresas agradables que nos tiene escondidas la
Literatura. Autor con una vida intensa y complicada, es considerado austríaco
aunque nació en una ciudad que en su momento pertenecía al Imperio
Austro-Húngaro y hoy en día se consideran tierras ucranianas. Sus orígenes
judíos le obligaron a cambiar de países (también durante su vida varió de
creencias políticas) y terminó muriendo en París sumido en una fuerte adicción
al alcohol a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. En mi caso, la simple coincidencia de su apellido con el del aclamado y premiado (y ya retirado) autor estadounidense Philip Roth hizo que el libro llamase mi atención.
Poseedor de un vigoroso dominio
de la técnica, en “La rebelión” hace un
uso memorable de varias de ellas, logrando sumirnos en diferentes e
intensísimas sensaciones durante toda la (corta) lectura. También he de decir
que ese dominio hace que pasemos de la alegría al desasosiego con la misma
intensidad, característica que particularmente hace que añada a este autor a mi
lista de gratos descubrimientos. La lectura de “La rebelión” será sin duda recordada con cariño; un ejemplo de lo mucho que autores desconocidos todavía por nosotros tienen para ofrecernos, y con esta coincidencia el apellido Roth se hace mucho más importante entre mis preferencias.