La Nueva York de finales del
siglo XIX es una ciudad cuya esfera más alta en cuanto a lo social se refiere
todavía conserva estrictas costumbres (no ancestrales debido a la corta historia
del país que la cobija) y las familias más destacadas de la burguesía, los
denominados patricios, suponen una especie de bloque inquebrantable que ha de
luchar con la llegada de familias de nuevos ricos dispuestos a prescindir de dichos
convencionalismos.
Newland Archer, nuestro
protagonista, es miembro de una de la más destacadas familias
patricias. Con una exquisita educación, y con las creencias que le fueron
inculcadas durante toda su vida, Newland disfruta del encanto de la rigidez en
los modales de los de su entorno/clase y se adapta a la perfección a la vida de emociones contenidas a la que está destinado.
La noche en la que iniciamos la
lectura, se produce el anuncio del compromiso del propio Newland con May
Welland, una exquisita joven con las cualidades más deseadas por un joven de su
estrato social y de su educación. Del mismo modo, en la misma función de ópera
May presenta a sus conocidos a la condesa Ellen Olenska, su prima, que regresa
de Europa con la intención de iniciar una vida completamente alejada de su deplorable esposo. Como es de suponer, una mujer en sus circunstancias supondrá un
problema para una sociedad poco propensa a aceptar situaciones de tal calibre,
y en la que el respeto a las tradiciones y el evitar la exposición de los sentimientos son pilares básicos.
El joven y estricto Archer, muy a
su pesar, recibe el encargo de intentar que Ellen recapacite y reconsidere el plantear el divorcio a su marido. Accede a realizar la tarea para minimizar el
daño que supone al buen nombre de la familia de su futura esposa la estancia de
la condesa en la ciudad. Sin embargo, el conocer de cerca a Ellen supone para
Newland el plantearse cada aspecto de su vida, de su futuro, y de su propio
ser. Simplemente comprende que su sitio en el mundo es lo más cercano a una
poco convencional, osada, inquieta, culta y sincera Ellen que pueda estar. Así
que nuestro joven protagonista habrá de decidir entre una vida plena o una
ficticiamente plácida y convencional.
La autora, Edith Wharton, fue una
mujer del mismo modo poco tradicional para la exquisita sociedad en la que fue
criada. Cuando publicó esta novela, en 1920, ya llevaba años divorciada y alternaba
relaciones con hombres y alguna que otra mujer. El lanzamiento de “La edad de
la inocencia” fue un éxito, y le supuso además convertirse en la primera mujer
en conseguir el Premio Pulitzer de novela, hecho que se consumó al año
siguiente de su lanzamiento.
La que acabo de terminar se trata
de una lectura pausada y se podría definir como exquisitamente (y de forma un tanto barroca) ornamentada con
los toques y costumbres de la sociedad neoyorquina, en la que una sorda
crueldad con forma de amplia sonrisa extirpa con decisión cualquier actitud o
comportamiento que se salga de lo permitido. Además, el dilema que invade el
interior de Newland da un peso francamente memorable a la novela, y podré decir
que se ha convertido en uno de mis libros preferidos.
Existe una excelente adaptación
cinematográfica (realmente existen varias) dirigida por el genial artesano
Martin Scorsese y protagonizada por el polifacético e intenso actor Daniel
Day-Lewis, Winona Ryder y Michelle Pfeiffer. Es muy probable que la mayor parte de las
personas que hayan visto dicha película recuerde la escena final, que se puede considerar como uno de los más emotivos finales de la historia del Cine. Esa escena final tan intensa, tan onírica y a la vez tan contenida es precisamente lo que hizo que me decidiese a emprender la lectura.
Lejos de arrepentirme de leerlo, he visto superadas mis expectativas. El tono pausado y con unas poderosas descripciones hacen que deba recomendar leerlo sin prisa, disfrutando poco a poco de cada capítulo. Con ello podremos descubrir y profundizar en un personaje (sorprendentemente actual a pesar de haber sido imaginado y creado hace casi cien años), con el que siento gran afinidad y complicidad y que, como mencioné anteriormente, lleve a "La edad de la inocencia" a la estantería de mis libros favoritos.
Lejos de arrepentirme de leerlo, he visto superadas mis expectativas. El tono pausado y con unas poderosas descripciones hacen que deba recomendar leerlo sin prisa, disfrutando poco a poco de cada capítulo. Con ello podremos descubrir y profundizar en un personaje (sorprendentemente actual a pesar de haber sido imaginado y creado hace casi cien años), con el que siento gran afinidad y complicidad y que, como mencioné anteriormente, lleve a "La edad de la inocencia" a la estantería de mis libros favoritos.