Un apacible período vacacional en
la Riviera a principios del siglo pasado se ve alterado por un suceso que
disolverá la calma en el alojamiento, y es el desafortunado hecho de que Mme. Henriette, respetable
esposa de un adinerado comerciante, y dedicada madre de dos niñas, ha desaparecido.
En pocas líneas nos enteramos de
la verdadera naturaleza de la desaparición: la hasta entonces socialmente
correcta Henriette se ha fugado con un joven francés alojado en la misma
pensión al que conoció el día anterior, y por el que decidió abandonarlo todo. El ultrajado marido recibe la carta de despedida de su esposa de mano una de las trabajadoras. A
partir de ese momento se produce un juicio social en la pensión, en la que
todos los huéspedes excepto uno expresan
su descontento con el comportamiento de la mujer. Precisamente el único
defensor de que la mujer haya decidido sucumbir a sus sentimientos eligiendo la
pasión a una vida de contención y sufrimiento es nuestro cabal narrador.
Esa figura de narrador se convierte en analista de los sentimientos de Henriette, y a la vez actúa de abogado defensor ante los fiscales que representan el resto de inquilinos. El hecho de adoptar esa postura hace que Mrs. C., una anciana también alojada en la pensión, lo tome en consideración como interlocutor de una historia similar que le sucedió a ella decenas de años atrás, y le cuenta (nos cuenta) con todo detalle esas veinticuatro horas que llevan atormentándola una vida, y gracias a ello identificar los sentimientos que le ha generado ese fatídico día durante tantos años.
Con la maestría habitual del
genial escritor austríaco, y con la celeridad habitual también (con sus libros suelo zambullirme en la historia en dos o tres páginas) nos adentramos en la historia de Mrs. C., y su
irrefrenable afán de rescatar a un hombre desconocido de las garras de la
desesperación. Sin necesidad de juzgarla (del mismo modo que evita hacerlo el narrador) asistimos a una
veraz reconstrucción y al mismo tiempo descubrimiento de los sentimientos surgidos
en ella en ese día clave en su existencia, consiguiendo con ello evitar las trampas que el subconsciente ha ido poniendo en su camino.
En pocas páginas (poco más de 100) consigue Zweig introducirnos de nuevo en su mundo, un mundo en el que los sentimientos son desgranados con artesana mano, como cincelados hasta construir una obra de arte en la que es más importante el análisis psicológico que los hechos narrados. Al mismo tiempo nos anima a que nos planteemos realizar una reflexión y que cada uno de nosotros saque una conclusión sobre cada uno esos hechos. Capaz de describir el rostro de la desesperación en la figura del hombre del casino (la situación del hombre desesperado bajo una lluvia intensa es inolvidable) como nadie, así como la pasión que envolvió a Mrs. C. en un momento de su vida ("No hay cosa más insoportable que pasar toda una vida obsesionada por un solo punto, por un solo día de existencia").
Como todos los
libros escritos por el desafortunado autor austríaco (¿te apetece leer su curiosa biografía) está cuidado con
mimo, con intensidad, y con la buena mano de uno de los grandes escritores del siglo
pasado. Es una manera perfecta de probar con la obra de un autor poco (mucho
menos de lo merecido por su talento) conocido y que está esperando a deleitar a
futuros lectores, que puede ser que desconozcan sus minuciosas y brillantes biografías, u obras tan acertadas como "Carta de una desconocida" o "Novela de ajedrez".