sábado, 22 de febrero de 2014

Escrito desde la cárcel.

El lugar y la forma en los que cada escritor da rienda suelta a sus palabras suelen formar parte de un método distinto para cada uno de ellos, aunque ese método sea el que les suele acompañar durante toda su carrera. Así, son conocidas y hemos visto en otras ocasiones algunas de las manías que tiene cada autor a la hora de escribir, e incluso lo que podemos considerar rituales necesarios para alguno de ellos. (clic aquí para ver la entrada "Cómo escribe quien escribe)

Por contra, hay ocasiones en las que las circunstancias obligan a prescindir de rituales, manías, y cualquiera de las comodidades a las que estuviesen acostumbrados, y aún así hay algunos autores que fueron capaces de producir alguna de sus más notables obras en dichas circunstancias.

Por ejemplo, el recaudador de impuestos Miguel de Cervantes Saavedra, tras muchas disputas e inconvenientes debidos a su poco agradecido y muy peligroso oficio, acaba con sus huesos en la Cárcel de Sevilla. Las numerosas irregularidades en las cuentas que manejaba en la contabilidad de los pagos llevaron al tribunal que lo juzgó a condenarlo por haberse apropiado de arcas públicas.

En dicha cárcel gestó el primer tomo de su obra más universal, “El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”. Aunque las imaginamos, no conocemos todas las penurias que hubo de sufrir en dicha celda, en el lejano año de 1.597, pero sí conocemos la veracidad de dicha estancia, ya que a ello alude en el prólogo del libro.

Un buen puñado de años antes, concretamente en 1.284,  Luigi Rustichello, procedente de la bella Pisa,  fue encarcelado en la prisión de la ciudad costera de Génova. Tras unos duros años en la terrible prisión compartiendo prisión con diversos personajes, en 1296  recibió el encargo de uno de sus compañeros de celda para que transcribiese las peripecias que había sufrido en sus viajes.

Rustichello recibió el encargo del aventurero preso, y consiguió un interesante libro de aventuras que pronto se convirtió en célebre. El llamado “Libro de las maravillas” por algunos, “La descripción del mundo” y “El libro del millón” por otros, reunió las historias que tenían maravillados a los que visitaban al ya célebre preso veneciano, y gracias a ese libro todos recordamos cientos de años después el nombre de ese prisionero: Marco Polo.

Cercano a la ciudad de nacimiento de Luigi Rustichello se encuentra la maravillosa ciudad de Florencia, cuna de algunos de los más importantes artistas de la historia de la humanidad. Vivió su mayor esplendor durante el Renacimiento, y las más notables personalidades surgieron de tan intenso entorno.

En tal sociedad, los engaños, traiciones e intrigas políticas estaban a la orden del día (probablemente siguen en vigor), y fueron perfectamente plasmadas por Niccolò di Bernardo dei Maquiavelli: Nicolás Maquiavelo. En uno de tantos movimientos políticos que daban y quitaban el poder de las plazas más importantes,  Maquiavelo fue acusado de conspirar contra la persona más poderosa de Florencia (nada menos que Lorenzo de Medici), lo que acabó con la obligación de Maquiavelo de pasar una temporada en la cárcel.

Durante la estancia en prisión tuvo tiempo de meditar sobre los tejemanejes de las altas esferas de la sociedad florentina, y ahí nació el germen de la que sería su obra más recordada. Dicen también que se basó en la figura del hombre que lo acusó y condenó, Lorenzo de Médici, para desarrollar su conocido “El príncipe”, que consiguió que lo llevase a la posteridad, e incluso que su apellido fuese el origen del perturbador adjetivo con el que se definen las maniobras cínicas, amorales y malintencionadas: “maquiavélico”.


En una situación que nada tiene que ver con la maquiavélica política, Oscar Wilde también terminó por pasar, como los autores anteriormente mencionados, una temporada en prisión. En la puritana sociedad que le tocó vivir, sus furtivas y estrechas relaciones con hombres lo colocaban en una situación delicada, en la que una posible homosexualidad podría acabar con su carrera.

Su amistad con Lord Alfred Douglas Bosie, hijo del marqués de Queensberry,  además de producir incomodidad en su entorno, lo hizo también en el entorno del marqués. A raíz de ello, y en una evidente provocación fruto del malestar mencionada, el marqués deja una nota en el club que frecuenta Wilde; en ella, se puede leer un escueto: “A Oscar Wilde, que alardea de sodomita”.

Una vez se hubo enterado el escritor de tal afrenta, interpuso una demanda por difamación e injurias contra el marqués, pero la demanda se volvió en su contra y fue condenado por conducta obscena e indecente.

En los dos años que vivió en la cárcel de Reading, un hundido Wilde vive cómo su antigo amigo (y  amante) Bosie, publica artículos y poemas dedicados al escritor. Sintiéndose traicionado, Wilde le dedica una epistolar “De profundis”, en el que da buena cuenta de su venganza, describiendo a Alfred como egoísta y desagradecido. También sirve como profunda reflexión ante una vida que consideraba Wilde había estado llena de excesos, y cuya estancia en prisión sirve como meditación sobre cuáles son las cosas verdaderamente importantes.

Unos años antes de que naciese Oscar Wilde, el naturista, filósofo y escritor estadounidense Henry David Thoreau decidió dejar de pagar un impuesto como medida de protesta por la guerra contra Méjico y además por la existencia de la esclavitud en los Estados Unidos (se trataba de un impuesto especial dedicado a recaudar fondos para dicha guerra). Dicho acto llevó su protesta hasta los barrotes de la prisión de Concord, de la que salió tras abonar el polémico impuesto.

Como consecuencia de sus ideas y de los inconvenientes que le produjeron, Thoreau redactó las bases de su ideología: la creencia de que los gobiernos han de tener exactamente el poder que los ciudadanos deciden concederle. En base a lo vivido, nació “La desobediencia civil” , que sirve de ejemplo al movimiento político y social de mismo nombre, que tanta influencia ejerció en personajes como Mahatma Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela.


Como decíamos al comenzar estas líneas, acostumbrado a las comodidades o manías que pueda tener un escritor a la hora de cumplir su tarea, puede verse a veces influenciado por aspectos más mundanos, y nada más traumático que una estancia en un centro penitenciario, privado de cualquiera de las libertades.