Tsukuru Tazaki siente pasión
desde la adolescencia por el mundo de los trenes y las estaciones de tren. De
hecho, una de sus aficiones es sentarse durante horas en una de ellas a
observar el tránsito ferroviario y también el tránsito humano. A sus 36 años se
dedica en cierto modo a su profesión vocacional, ya que, tras haberse diplomado
en Arquitectura, lleva años diseñando estaciones de tren en la capital nipona.
Tsukuru es un hombre altamente
reservado, y, de hecho, le es difícil entablar relaciones con cualquier otra
persona. Lleva una vida monótona y
solitaria, con predominación de las sombras
sobre las luces.
El conocer a Sara (una mujer un
par de años mayor que él), y concretamente el sentirse atraído por ella supone
un punto de inflexión en su existencia. A partir de ese momento comienza a
indagar en su pasado, y llegará a descubrir cuáles fueron los momentos más trascendentes, los que le llevaron a
convertirse en la persona que es.
A través de los recuerdos de Tsukuru conoceremos a
su pandilla, dos chicos y dos chicas con los que llegó a sentirse plenamente
identificado hace ya bastantes años. El nombre japonés de sus cuatro amigos hace referencia a diferentes
colores (rojo, azul, blanco, negro). Sin embargo, el nombre de Tsukuru no es
posible ligarlo a uno de ellos (se traduciría como "el que construye"), lo que le hizo sentir desgraciado y desplazado dentro del grupo, como “el
chico sin color” al que se refiere el título del libro.
Gracias a las provechosas
conversaciones que mantiene con Sara, tomará conciencia del daño que le hizo el
haber perdido el contacto con sus amigos (cortado bruscamente por ellos), y le
hará emprender un viaje en el tiempo (a su adolescencia) y en el espacio (su antigua ciudad de
Nagoya y una visita a Finlandia), en busca de respuestas a las preguntas que lo
atormentan.
El lector habitual de Murakami
seguramente observará en Tsukuru un buen ejemplo del típico personaje
protagonista de sus novelas: un tipo solitario, sin grandes habilidades, que se
lanza en una búsqueda en su interior en la que nos mostrará los pasajes más oscuros
de su psique. Además, el lector murakamista
también encontrará coincidencias con otros temas recurrentes del autor japonés:
estaciones de tren, sueños/pesadillas que inciden directamente en la trama y se
entrelazan con la realidad, una melodía presente durante todo el libro, y ese viaje que busca cerrar heridas abiertas en la
adolescencia.
Con todo ello estamos ante un
libro de Haruki Murakami, y por lo tanto de la forma en la que este autor
entiende la escritura.
Sin embargo, me atrevería a decir
que este libro pertenece un poco menos al mundo Murakami (al igual que "After Dark" del que puedes leer la reseña aquí) que la mayoría de sus
libros. El personaje de Tsukuru lleva las riendas del argumento, pero el resto
de personajes no son descritos con la meticulosidad a la que nos tiene
acostumbrados el célebre escritor japonés. Además, el escenario más reconocible
de Murakami, ese mundo onírico en el que se confunde realidad y ¿contra?-realidad,
tiene una incidencia mínima.
Me acompañó la sensación durante la lectura de que no llegó a emplear la intensidad con la que suele escribir, tal vez con la
intención de hacer más digerible la lectura a nuevos lectores. Es una impresión
subjetiva, evidentemente, pero es cierto que eché de menos esa atmósfera intensa hasta el
último tercio del libro.
Por ello, en mi opinión no es uno
de los libros que se le vendrá a la mente al lector habitual de Murakami como
una de sus novelas más representativas, pero sí es una estupenda oportunidad
para abrir las puertas a nuevos lectores, que puedan familiarizarse con su
forma de escribir.